Tragedia de la aviación.- “La primera persona con la que tomo contacto al llegar es un hombre de unos 50 años (sic) –NdR: tenía 42 al momento del accidente- de nombre Walter Córdoba, quien se encontraba afuera del avión con restos de una butaca en su espalda”, relataba el doctor Jorge Nakane, del servicio de emergencias número 10 del San Juan de Dios. Fue el primero en llegar al lugar. Y uno de los primeros en ser abordado por los pocos cronistas que había. Otros tiempos: no existía internet ni las redes; ni el cable. Y las FM’s se dedicaban exclusivamente al mercado de la música: todavía en la década del ’80, la información se propagaba a ínfima velocidad…
La descripción nos ahorra subjetividades. Nakane se trasladó, junto a su equipo médico, desde el hospital de 25 y 70 apenas dieron aviso de la catástrofe. Ya era de noche. Llegaron en minutos a Arana, a la zona donde se había precipitado el avión, sobre la huella de tierra de calle 132 a la altura de 645. Allí estaba lo poco reconocible que quedaba del Dove De Havilland, con su fuselaje quebrado, detrás del Destacamento Policial que fuera ex centro clandestino de detención, tortura y exterminio (CCDTyE) durante los años de la última dictadura. El del infausto “Circuito Camps”.
Walter Córdoba fue llevado de urgencia al Policlínico San Martín de avenida 1. Tenía politraumatismos graves, con fracturas en una de sus manos, en la cadera y en el cráneo. Sin embargo, los médicos de guardia eran optimistas. “A pesar de que su estado es reservado, y está compensado hemodinámicamente, el hombre ingresó aquí en estado de lucidez”, confesaban.
Mientras Córdoba era atendido de urgencia en el Policlínico y comenzaban a salvarle la vida, los cuerpos de los ocho fallecidos -algunos calcinados, otros literalmente explotados por la fuerza del impacto del avión a tocar tierra en el supuesto aterrizaje de emergencia- eran llevados a la morgue judicial del cementerio local. Eran: Néstor Benito Ibáñez, de 43 años, comisario de la Policía Bonaerense, piloto y dueño de la aeronave matrícula LVY-AJ; su esposa, Nelly Rosa Chamaún; Juan Daniel Simón, de 25 años, y su novia Claudia Pachiarotta, de 23, ambos de City Bell; Rolando Jesús Ruiz, de 44, y sus dos hijos, de 8 y 5 años, respectivamente, Milagros e Ignacio; y Alejandro Fondarez, el último pasajero.
El “misterio” de la pareja de City Bell
Los primeros indicios judiciales indicaron que Juan Daniel Simón y Claudia Pachiarotta no conocían ni al dueño de la aeronave ni a ninguno de sus ocupantes. Y que ambos no tenían planeado viajar el lunes 13 de junio de 1988 en el De Havilland que se estrelló al salir del aeródromo de 7 y 610. ¿Cómo llegaron y qué hacían adentro de la máquina?
Al joven de 25 años, que trabajaba como empleado judicial, sólo lo unía al futuro acontecimiento su “pasión” por volar y ser piloto. El padre lo había ayudado con dinero fresco para terminar un curso privado y completar las horas de vuelo que precisaba para obtener el carnet oficial de piloto, en el Aero Club local. Esa tarde, la del 13 de junio, se contó en las páginas del diario El Día, la pareja se trasladó hasta el Aero Club del camino a Punta Lara para “pagarle por adelantado” al dueño del avión instructor. Pero no lo encontraron. Enseguida pensaron en ir a buscarlo al aeropuerto local, en la otra punta de la ciudad. Se trasladaron hasta allí pero tampoco lo encontraron. ¿Por qué abordaron, entonces, el Dove de Havilland comandado por Ibáñez?
Ibáñez trabajaba en la misma dependencia que Claudia Pachiarotta, pero se aseguraba, en aquellos días de 1988, que no se conocían. Esos primeros indicios hicieron dudar a los investigadores de que la pareja pensara abordar el avión, ya que, además, habían dejado en el auto estacionado de ambos una cartera con una gran cantidad de australes; e, incluso, Simón no había sacado el pasacasete desmontable del frente del tablero, algo usual para la época.
Las características de los “Dove De Havilland”
Un instructor, dueño de una aeronave similar a la de Ibáñez en el Aeródromo Provincial, conocía al piloto. No dudaba de su experiencia como comandante de aviación y su pericia para intentar volver al aeropuerto y aterrizar a la aeronave con la emergencia ya declarada. “Por eso creo que es difícil pensar que quiso aterrizar en esa calle de tierra o sobre el campo arado, siendo que los testigos contaron que el avión se iba tambaleando de un lado hacia el otro. Pienso que perdió sustentación y se clavó en el lugar que cayó”, narraba Héctor Bohringer, dueño y piloto experimentado del De Havilland, días después del hecho.
La velocidad máxima de estos aviones era de 338 km/h a 2440 metros; y la de crucero, 288 km/h. Eran aviones de gran consumo, con casi 150 litros de autonomía total (75 litros de nafta por motor) en una hora de vuelo. Allí se entiende la gran cantidad de combustible derramado que se encontró alrededor del campo en las cercanías del fuselaje quebrado, lo que dificultó las tareas de emergencia por el peligro que implicaba, debido al alto grado inflamable, para los rescatistas, bomberos y médicos que llegaron de urgencia.
El Dove De Havilland fue diseñado terminando la Segunda Guerra Mundial. Fue el primer avión bimotor liviano de transporte con características de mantenimiento y equipo comparables, económica y técnicamente, con otras aeronaves de primera línea. Estaba fabricado, íntegramente, con aleación de aluminio y voló por primera vez en 1945. Desde el fuselaje –oval- nacían las alas bajas cantilever y rodaba sobre un tren de aterrizaje triciclo retráctil. Lo propulsaban dos motores DH Gipsy Queen 70 Mk II de 355 HP. Las facilidades de época, para los pasajeros, incluían baños, calefacción y ventilación de cabina. Eran naves de gran confort.
En Argentina, el Estado compró cerca de 50 aviones de estas características. Más de una veintena, a pesar de que se les asignó matrícula civil, fueron directamente transferidos a la Fuerza Aérea Argentina y a diversos organismos públicos.
Durante muchos años, hasta 1968 inclusive, fue el avión de transporte y enlace de las unidades del interior del país, particularmente de destacamentos aeronáuticos militares. Pero un año después fueron declarados “bienes en desuso”, desprogramados y reemplazados por unidades más modernas.
Néstor Ibáñez había comprado el Dove De Havilland DH.104 matrícula LVY-AJ a mediados de 1978. El resto es historia conocida y contada en estas páginas…
1975: el helicóptero que se vino a pique en 32 y 8
El Partido de La Plata y sus alrededores fueron escenario de varios accidentes aéreos, tanto de aviones como de helicópteros. Uno de los más recordados se produjo en diciembre de 1975, cuando muy temprano en la mañana un helicóptero que empezaba a decolar –en ese entonces, la ciudad tenía allí un helipuerto- perdió altura y chocó con una torre de alta tensión. De inmediato, cayó sobre el patio de una casa, en boulevard 32 entre 8 y 9. Murieron los tripulantes, el comisario inspector Carlos Vagge y el oficial de la policía bonaerense Mario Wallace. El helicóptero se incendió y sólo un milagro y la rápida emergencia evitó que las casas aledañas también se incendiaran… |