Por Alejandro Salamone (Especial para 90 Líneas, el linyera).– El cielo comenzó a nublarse y la lluvia a las 6 de la tarde era torrencial ese día de julio de 1977. Como casi todos los jueves, unos 20 pibes del barrio «La Loma», de entre 8 y 12 años, habíamos ido a jugar al fútbol al Parque Alberti. Sobre la calle 24 entre 38 y 39, un viejo túnel abandonado y oscuro nos hacía soñar con ser jugadores profesionales, de allí salíamos a la cancha como lo hacían el «Pato» Fillol, el «Loco» Gatti, el «Bocha» Bochini; el «pamperito» Fornari (del Lobo) y el «rompe redes» Rubén Horacio Galletti (del Pincha). Entrábamos todos a ese viejo túnel inactivo desde la década del ´50, oloroso por la humedad, de paredes negras, algo inundado, y por la escalera asomábamos al verde cesped del glorioso parque, nos imaginábamos (al menos yo) las tribunas, miles de hinchas alentando y empezaba el partido. Llovía mucho, llegamos a casa empapados y con barro hasta la cabeza, fue la anteúltima vez que entramos al túnel.
Un metro setenta de altura, quizás un poco más porque caminaba encorvado, llevaba siempre pantalón negro ancho tipo de vestir, saco negro que le llegaba casi a las rodillas, barba prominente blanca tipo Papá Noel y pelo largo también blanco, desprolijo, que le pasaba el cuello. Una bolsa no tan grande de tela arpillera le pasaba por sobre su hombro y le caía en su espalda. Sus pasos eran cortos pero ligeros, y con su cabeza gacha miraba de un lado a otro y cuando veía a un pibe, ¡zas!, salía despedido y lo corría con movimientos similares a los de los monos. Los pies nos tocaban la nuca. Se hizo dueño y señor de la rambla de calle 38 y también del túnel, donde, me consta, vivía el «Chachi». Ni locos queríamos volver a entrar a ese túnel.
Una tarde de verano -enero- del año 1978, de esas en las que el sol raja la tierra y hace 50 grados a la sombra, se me ocurrió tipo tres de la tarde ir solo al parque, la idea era encontrar a los pibes para pasar el rato y comer algunas moras, en esa época había algunos árboles tanto en ese lugar como en el predio del Estadio Provincial, de 23 y 32. Al llegar a 38 y 23 enfilé, sin prisa y sin pausa, hacia la 24 y entonces lo ví venir. Con la cabeza casi mirando el piso, el «Chachi» levantó sólo los ojos y me miró…fue un segundo…me di media vuelta y corrí desesperado por la 23 (todavía era de tierra) y nunca miré hacia atrás, llegué a mi casa de 23 entre 36 y 37 agitado, creo que le saqué media cuadra aunque en rigor no sé si él arrancó detrás mío. Y enseguida le conté a mis padres lo ocurrido.
«El viejo de la bolsa…» les dije casi sin poder respirar, «me corrió, no me alcanzó de milagro…» Pero los niños de aquel entonces teníamos un problema: nuestras mamás y nuestros papás también conocían a ese linyera al que temíamos, pero el concepto de ellos era totalmente distinto al nuestro, nos decían que era inofensivo, incapaz de hacerle daño a cualquier niño, ni a nadie: «jajaja, el ´Chachi´ no le hace daño ni a una mosca», recuerdo fue la respuesta inmediata que me dieron al susto que traía de la calle.
Ese túnel del parque Alberti correspondía a una antigua usina eléctrica del trolebús, que funcionó hasta la década del 50. Dicho espacio que ya no cuenta con las instalaciones eléctricas que tuvo cuando era funcional, no es más que un gran salón oscuro de unos 140 metros cuadrados y 6 metros de altura, con claraboyas laterales para la entrada de la luz (blog Misterios de la Ciudad). Y algún momento, allá por el año 2010, la Municipalidad de La Plata comenzó a recuperarlo y hasta se pensó en que allí funcionara una biblioteca pública, proyecto que quedó en la nada.
La figura del «viejo de la bolsa» instaurada durante la dictadura militar nos permitía pensar y no dudar ni un segundo que era «el Chachi». Los padres solían decir a sus hijos, textual: «Si te portas mal, te va a llevar el viejo de la bolsa». Y para nosotros era ese linyera que nos corría.
El «Toti» se había ido de vacaciones con su mamá (sus padres estaban separados) y como no lo veíamos, hasta que volvió (no menos de 15 días) todos estábamos convencido que lo había agarrado el «Chachi». Nuestro amigo había desaparecido, palabra que también solíamos escuchar de las personas adultas en esa época: «Desapareció fulano, estaba en la joda…» era una frase repetida por los mayores.
Por eso, sin dudarlo, ya no nos importó el miedo y fuimos a buscarlo al mismísimo túnel. Si hay un amigo desaparecido tenemos que encontrarlo como sea, nos dijimos en el grupo. Llegamos y la tapa de hierro estaba entreabierta, -¿quién se anima? tiró uno de los mellizos D´Alessandro…-y vamos todos juntos, dijimos. Eramos ocho o nueve amigos que ingresamos: la oscuridad era casi total, el piso estaba ganado por el agua y las paredes transpiraban humedad, sobre un costado un colchón viejo y sobre él un perro, sí un perro negro, que siguió durmiendo a pesar de nuestra presencia. Unas cajas de cartón con alimento en descomposición y algunas botellas -semillenas en casos- de vino «Ubita». No vimos al «Toti» ni al «Chachi». Salimos y corrimos hasta 38 y 22 y frente al Convento ahí estaba, sentado, nos detuvimos, nos miró y con una mano nos hacía señas para que vayamos. Algo nos detuvo. Pusimos todo el coraje y fuimos…casi no se podía mover. – ¿Alguien tiene un par de zapatillas?, nos preguntó. Miré sus pies, estaba descalzo. -No, acá no, le dijo el melli. Nos fuimos y volvimos con las zapatillas, pero ya no estaba.
Nunca más, después de ese día, apareció por el barrio. Para nosotros era algo común que la gente desapareciera, no enteníamos bien por qué pero desaparecían…de adultos comprendimos todo. Ya no vimos más al «Chachi» y Toti regresó feliz de sus vacaciones en la costa.
Hoy, cuando voy al parque Alberti a dar unas vueltas para cumplir con la rutina de actividad física, veo el túnel, está con la tapa de chapa y me imagino abriéndola, siempre pienso que el Chachi puede volver a aparecer y ahora ya no le temo, es más, me gustaría que aparezca como tantas y tantas personas que no volvimos a ver desde aquellos años.
LEE OTRA HISTORIA: «El hombre del maletín»
LEE OTRA HISTORIA: «La rara bicicleta»
LEE OTRA HISTORIA: «El puma de Don Paco»