En abril de 1989 el país estaba inmerso en el mayor proceso inflacionario de la historia. Los principales diarios argentinos hablaban de los precios de la canasta básica de alimentos y de los conflictos sociales. Pero hubo una noticia que, al menos por algunos días, fue tan comentada como la debacle económica. Era un misterio que, en principio, nadie podía resolver. El 14 de abril, Gloria Fernández (15) se sentía mal, tenía un poco de fiebre. Por eso su prima Irma Beatriz Girón (21) llamó a un médico, que las visitó en la casa en la que las jóvenes vivían solas, en Melo 3354, en Florida.
El profesional le recetó unos antibióticos y se marchó. Gloria alcanzó a tomar dos comprimidos, según descubrirían los peritos. El domingo 16, dos días después, los vecinos de ese departamento percibieron un olor nauseabundo, se asustaron y llamaron a la policía. Tuvieron que derribar la puerta. A partir de allí comenzaría el misterio.
Los cadáveres estaban en la bañera de la casa y en avanzado estado de descomposición. Había abundante fauna cadavérica y la primera data de muerte, de acuerdo al estado de los cuerpos, indicaba que habían pasado unos 20 días desde los decesos. Pero dos días antes no sólo las había visto el médico, sino que los vecinos se habían cruzado con las jóvenes.
El juez Raúl Casal, titular del juzgado de Instrucción Penal 2 de San Isidro, se hizo cargo de la compleja investigación. Los primeros peritos se apresuraron en descartar la muerte por inhalación de monóxido de carbono. También la primera autopsia arrojó más dudas que certezas: se desconocía las causales de muerte, no presentaban lesiones de ningún tipo. Y lo más enigmático: no había una explicación coherente por el avanzado estado de descomposición de los cadáveres.
Para agregar misterio a la historia, el juez Casal diez días después volvió a la casa de la calle Melo para realizar una inspección. Para su sorpresa, pese a que la bañadera había sido drenada y había sido lavada, al ingresar se encontró con más agua y, nuevamente, fauna cadavérica. El juez, en una entrevista a un canal de televisión, comentó: “La bañadera estaba hasta la mitad, de nuevo llena, con toda la fauna cadavérica reposando como si nada. Imagínese mi sorpresa”.
Si bien el por entonces subcomisario Raúl Torre, uno de los peritos más importantes de la Argentina, ya aseguraba sus sospechas sobre una intoxicación con monóxido de carbono, los elementos que manejaba el juez no estaban en línea con esa hipótesis. Es más, lo había descartado. Además, los investigadores tenían otro enigma más importante: ¿por qué los cuerpos se habían descompuesto tan rápido?
Pese a que la investigación estaba en la órbita provincial, el juez Casal había recibido una información de un médico de Homicidios de la Policía Federal, de apellido Barrio Canal, que le aportaba un dato novelesco: existía una serpiente llamada la Mamba Negra que tenía una toxina letal que aceleraba a 6 horas el proceso de descomposición de los cuerpos.
Cuando las evidencias no abundan, los investigadores intentan buscar información en el entorno de las víctimas. Fue así que habían llegado a un hombre que trabajaba en una veterinaria en San Martín (que aún posee) y que había sido novio de Irma. Este hombre ya había declarado, comentando que la había visto 48 horas antes, sin notar nada extraño. Pero los investigadores recordaron que en la veterinaria vendían mascotas y habían visto, en esa oportunidad, serpientes. En rigor, lo único que encontraron fueron dos culebras verdes. Pero, ¿por qué no tendría una Mamba Negra africana, a la que le pudo haber extraído la toxina para matar a las dos jóvenes por un conflicto pasional? Al juez le gustó la hipótesis y ordenó la captura del veterinario. Encima, cuando fueron a buscarlo no se encontraba y quedó prófugo.
Un mes y medio después de las muertes, el juez Casal le requirió colaboración al forense más prestigioso de la Argentina, el doctor Osvaldo Raffo, quien de inmediato fue a la casa, analizó la causa y pidió hacer una nueva autopsia, la que llevó a cabo días después en La Plata.
Raffo, en diálogo con este periodista, recordó que “al hacer la autopsia encontré que había carboxihemoglobina en ambos cuerpos”, lo que es un claro indicador que ambas habían fallecido por inhalación de monóxido de carbono.
Además, el doctor Raffo descubrió las causales que habían generado tanto misterio. “La menor estaba totalmente desnuda porque seguramente se estaba haciendo baños de vapor, por su estado febril, mientras que la otra joven vestía algunas ropas porque posiblemente fue a ayudar a su prima y también encontró la muerte”. Ese día, de acuerdo a la reconstrucción que pudo hacer, en el baño la temperatura alcanzaba los 33 grados, con alta concentración de humedad, lo que generó la acelerada descomposición de los cadáveres.
Por último, la intriga de la bañera que se había llenado nuevamente con agua y había surgido más fauna cadavérica también tenía una explicación lógica: el desagüe se había tapado con algunos restos y el grifo tenía una muy pequeña y casi imperceptible pérdida. Había sido un accidente doméstico. Y el expediente fue cerrado definitivamente.
GENTILEZA: OPINIÓN FRONTAL