Por Alejandro Salamone (especial para 90 Líneas).- Noticieros de televisión, diarios digitales, los que todavía son en papel y la radio, ocupan por estas horas sus espacios de imágenes, audios y escritos con un tema que indudablemente sale de la agenda política, de crímenes y policiales, y de las invasivas malas noticias; se habla del «boom» de las figuritas, esos papelitos que hay que pegar en un álbum para llenarlo y luego recibir un premio (al menos así era en los años ’60 ´70 y ´80, luego se desvirtuó). La novedad es que aparecieron las «figus» del Mundial de Qatar y que se agotaron los álbumes y que también es difícil conseguir los paquetes (que traen cinco de las caras de los jugadores de cada selección y cuestan 150 pesos). Indudablemente, Panini -el fabricante-, se está «haciendo la América».
Lo cierto es que nada ni nadie pudo contra las figuritas a los largo de los últimos 60 años. Y aunque por lapsos de tiempo desaparecen, cuando vuelven con cualquier temática, los pibes y no tan pibes se desesperan por coleccionarlas. Están aquellos que pagarían muy buenas sumas por conseguir, incluso, figuritas de décadas pasadas que pueden permanecer guardadas en algún rincón de la casa.
Las hubo «bañadas» de brillantina (generalmente las coleccionaban las nenas), de chapita (a mi criterio las mejores), de cartón, redonditas, cuadradas o rectangulares; de papel satinado o de peor calidad, y hasta han salido en las tapas de gaseosas.
Desde principios de los ´60 hasta hoy, miles y miles de álbumes aparecieron para llenarlos. Claro, la tarea no es tan sencilla, pues siempre está «la más difícil»: alguna vez fue «Maradona el Rey», en otra oportunidad Carrascosa (ese gran jugador de Huracán y la selección Nacional durante los años ´70), en las tapitas de gaseosas era muy difícil conseguir a Petete (en este caso la colección de los dibujitos del gran García Ferré), en fin, «la más difícil» se va conciendo a medida que se va completando el álbum y, claro, falta una, a todos la misma. Sin dudas el gran negocio de los fabricantes para conseguir vender más y más paquetes.
Cuando se lograba completar el álbum había dos alternativas: entregarlo y recibir el premio, con las de fútbol generalmente era una pelota de cuero número 5, o bien quedárselo después de tanto esfuerzo para llenarlo. El porcentaje era mitad y mitad…en mi caso me lo quedaba porque tener a los ídolos retratados en pequeñas imágenes -que podían ser fotos o dibujos- era algo que me apasionaba.
No habían explicaciones lógicas y creo que tampoco psicológicas para tanta ansiedad y pasión. Simplemente a uno lo movilizaba ir al kiosco del gordo (cariñosamente) García, en 17 entre 36 y 37, y pedir paquetes de «figus». Era algo mágico, abrir los paquetitos producía una ansiedad difícil de describir con palabras. A veces los padres hacían grandes esfuerzo para comprar la caja de 100 paquetes, algo que hoy es casi inalcanzable para muchos familias porque hay que invertir nada menos que 15.000 pesos.
Hoy las figuritas son autoadhesivas y no está mal, pero nadie puede discutir el lindo trabajo de pegarlas con plasticola (¿es una marca verdad?, bueno con cola…) como hacíamos los que hoy pasamos apenas los 50.
Las había con brillantina que generalmente coleccionaban las nenas, de cartón -como las imágenes de más arriba- las de chapitas que, como dicen los pibes de hoy, eran épicas, y también de papel satinado. Muy raro que salieran de papel de mala calidad porque no las coleccionaba nadie.
Las tiradas de figus y sus correspondientes álbumes, solían durar más de un año, y las temáticas eran de las más variadas, entre los ´70 y los ´90 hubo de caricaturas, superhéroes, comics, dibujitos animados, la de Titanes en el Ring, las de la Pantera Rosa, y más acá en el tiempo de películas como E.T, Flashdance, y Fama. Y por supuesto las de fútbol (con cada campeonato aparecía una colección nueva), ver a los jugadores de tu equipo era algo sublime.
LOS JUEGOS
Para conseguir las figuritas que nos faltaban y ya no quedaba dinero para comprar paquetes, en los recreos del cole las intercambiábamos con los compañeros, o bien se organizaban juegos para ganarlas al otro, como el «chupi» (con la mano había que hacer sopapa para darlas vuelta, en el piso o en una mesa); la «tapadita», a mi forma de ver uno de los más arriesgados (se comenzaba a tirar las figus contra una pared, por turno, y el que tapaba primero se llevaba todas); «la arrimadita» (la que quedaba mejor posicionada sobre una línea imaginaria, ganaba); y el más tradicional «cara o seca» (se jugaba de a dos, se revoleaban hacia arriba y cada uno de los participantes elegía cara o seca…).
Todos estos juegos eran fundamentales ¿por qué?, pues cada pibe comenzaba a tener decenas o, en casos, cientos de repetidas y había que cambiarlas.
Recuerdo que cuando salían novedades en figuritas, a la puerta del colegio iban los promotores y repartían los primeros paquetes y algunos hasta el álbum, de manera gratuita. Era una revolución, algunos chicos se enteraban antes -vaya a saber cómo- y al día siguiente estaban en la puerta de la escuela tres o cuatro horas antes del horario de ingreso, una verdadera locura.
¿Qué es lo que genera tanta pasión de las figuritas? ¿por qué la tecnología no logró terminar con ellas como lo hizo con tantas otras cosas? Por estas horas se organizó una movida en la República de los Niños para comenzar a intercambiar las del Mundial de Qatar (ver aparte) ¿Que mueve a tanta gente por la obsesión de llenar el álbum? ¿Por qué los coleccionistas pagarían hoy buen dinero por una chapita ya gastada o una de cartón rectangular con el dibujo de un tal Carrascosa? ¿Y todo eso que importa?…lo que importa es que nunca dejen de salir.