Por Jorge Garacotche*
Muy buenos días desde La Barra Beatles. Hoy el recuerdo, al masticarlo, sabe a ricota, un sabor que no abunda en toda la barra pero algunos le hacemos el aguante. Le reconocemos esa mística rockera histórica, mística que por aquellos días se creía perdida o, al menos, mutada hacia otros lares. Con los años uno fue viendo los recitales de Los Redondos como verdaderos retratos de festivales rockeros que funcionaban como encuentros, especies de rituales comunitarios en donde la gente fijaba una identidad, con el rock como música de fondo. Además la conducta ideológica de este grupo de músicos reconstruyó una bandera que parecía guardada, casi escondida, podríamos decir, entonces salieron a agitarla en todos los rincones del país y en todas las clases sociales, sobre todo en el ámbito popular.
Allá por el otoño de 1985, mi amigo Horacio Sande, quien ya no camina por este mundo, me prestó un cassette en donde tenía grabado el primer álbum de Los Redondos antes de ser editado, se lo había pasado uno de sus plomos. Cuando lo dejó en casa lo primero que aclaró es que lo hacía sabiendo que me iba a gustar. Yo conocía la banda, la había visto en vivo dos o tres veces. Lo escuché con mucha curiosidad y reconozco que le fui entrando lentamente, las canciones eran de mi agrado, pero es cierto que siempre lo novedoso requiere tiempo.
La primera grata sorpresa vino de la mano, mejor dicho de la púa, del exquisito trabajo de los dos guitarristas, Skay y Tito Fargo, con un sonido que recordaba a Dire Straits. Fui pasando por los temas hasta que llegué a uno que disfruté desde la primera escucha: “Te voy a atornillar”, con un ritmo al palo que te lleva, junto a una ingeniosa y verduga letra, de lo más irónica que escuché. El riff con que hacen base la guitarra y el bajo es de los mejores que conocí por esos años poperos.
“Te aprieto mucho, te empleo mucho, te sirvo mucho, te piso mucho…”, relata el Indio con franqueza y seguridad, quién después se pregunta desde un tono de macho alfa enardecido: “¿cómo puede ser que te alboroten mis placeres?», con un efecto deforme que transforma las dos voces en enojo desubicado a pleno.
“Te espumo mucho, te asfixio mucho, te impacto mucho, te siento mucho…”. Asombroso desfile de crueldades con los que varios hombres creen festejar a las mujeres, y éstas, en medio del asombro tratarán de salir, casi siempre solas, frente a la desconfianza de tantos, sabiendo que algunas quedarán en el camino arrojadas al olvido.
Luego de todo un desfile de maldades e imbecilidades machistas viene el gran hallazgo del tema: una voz dulce, que podría pelearle al mísmisimo Julio Iglesias el campeonato de lo empalagoso. Cambian el clima y la voz susurra con enamoramiento de cotillón: “yo te quisiera asaltar, te voy a atornillar, te voy a herir un poquito más…”, notable momento de la letra. El modo interpretativo con que Solari murmura “te voy a herir un poquito más…” parece traer la presencia de una especie de Luis Miguel tan insoportable como sádico.
Por detrás la guitarra hace una base de reggae mientras suena algo percusivo que marca una clave extraña. Típicos en un violero como Sky son los fills que en ese estribo, en cada espacio que deja la voz, cuela tres notas junto a Semilla. Sustancioso bajista para una gran banda, medido, ajustado, con una extraña noción de lo correcto que sorprende, uno de los bajistas que entendió mejor el papel en una banda de este tipo. La batería del Piojo Ávalos pone el ritmo exacto para la fiesta paternalista ochentosa.
La canción retoma el decálogo machista mientras el ritmo contagioso juega a querer confundir. Un poquito antes de los dos minutos es el momento de los solos. La viola de Sky primeramente cuelga un acorde, reúne fuerzas y se manda arrojando bellas notas, acompañadas por un dulcificador chorus, el compresor dando sustain y un elegante delay que ponen la alfombra roja. Ese sonido ochentoso que uno escucha hoy y lo extraña, quedó impregnado y fichado como de muy buen gusto. Luego da paso a un solo de saxo que clava y estira una nota, desarrolla y cierra para la gloria, tremendo trabajo de un pendejo de tan solo 19 años llamado Willy Crook, que dará que hablar con el tiempo.
El 22 de abril de 1985 se publicó “Gulp”. Es su álbum debut, aunque no lo parece porque tanto el grupo como su concepto están demasiados afiatados, todo suena como si fuera el tercer disco de una banda consagrada. Se grabó en el Estudio de MIA, el proyecto de los Vitale, con Lito como técnico de sonido y tecladista. Recordemos que el Viejo Donvi es el inventor en Argentina del maravilloso mundo de lo independiente, esa maravillosa forma de organizarse por el costado de los monopolios siempre injustos. Fue quien le marcó el rumbo a Carmen Castro, más conocida como la Negra Poli, a Sky y al Indio.
Por ese entonces Los Redondos formaban con el Indio Solari en voz, de Concordia, Entre Ríos; Eduardo Federico Beilinson, “Skay”, de La Plata; Daniel Fernando «Semilla» Bucciarelli, de Villa María, Córdoba; Juan “Piojo” Ávalos, en batería; Tito “Fargo” D’Aviero, bautizado así porque trabajaba como repartidor del pan Fargo, y Willy Crook, en saxo. En los coros estuvieron Claudia Puyó, Laura Hatton y María Calzada.
El original arte de tapa fue obra de Rocambole Cohen, enorme artista de La Plata, factotum del recordado grupo “La Cofradía de la Flor Solar”, que, a mi criterio, inauguró un nuevo estilo de hacer artes de tapa en Argentina.
Recuerdo una noche de 1985 en el boliche “Gracias Nena”, de la avenida Dorrego esquina Guevara, en el barrio de Chacarita, adonde concurrimos una barra a ver a Los Redondos. Cuatro veces durante el show el Indio Solari le agradeció a la gente su presencia, se lo escuchaba emocionado porque habían vendido 400 entradas. Mientras tocaban “Te voy a atornillar”, Alejandra, representando a la belleza suburbana con sede Sarandí, incitaba a bailar, se movía tan sensual como feliz. Se acercó y susurró en mi oído izquierdo: “vas muy bien, pero fijate que al bailar esto la clave está en los hombros, dicen lo que sugieren la cara y los ojos…”. Pablo, el cuervo, fue más efusivo, sonriente a más no poder exclamó: “blanca que te quiero blanca, no están los milicos y tocan Los Redondos, hoy invito yo…”
En un momento me puse a conversar con un par de pibes que tomaban cerveza en la barra, tenían en la cara la mirada que delataba al Conurba, enseguida lo confirmé, y sí, eran de Florencio Varela, de la barra del club Defensa y Justicia. De inmediato les pregunté cómo se habían venido desde tan lejos, hay un par de horas o más desde allá hasta Chacarita. Respondieron ser fieles seguidores a la banda, con cierto orgullo de hincha confesaron que iban a todos lados, como si fuera un club de fútbol. Esa fue una respuesta que me sorprendió, por aquellos años eso pasaba muy poco, uno viajaba para ver a un grupo favorito, pero no tanto, más bien nos manejábamos dentro de Capital o en los partidos que la rodean.
Mediados de los 80’s, una época de pop, largas noches sensuales, locura, desenfado, libertades nuevas, el recuerdo de gente maravillosa que ya no estaba, fantasmas revoloteando el barrio recordándonos que alguna vez fuimos felices y la música rockera poniendo el fondo animado. Los Redondos hicieron un enorme aporte afectivo para que esa nube nos cubra y nos ponga algo más cerca del cielo.
Te voy a atornillar (Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota – 1985)
*Jorge Garacotche: músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y Presidente de AMIBA (Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires). Vive en Villa Crespo, Comuna 15. Bs As.