Por Jorge Garacotche*
Buenos días desde La Barra Beatles. Hoy vamos a recordar una canción de la banda pionera del rock argentino, Los Gatos. El tema salió en 1969, cuando se cerraba una década gloriosa para la música. Se trata de “Sueña y corre” y era la segunda etapa del grupo. Yo era un pibe de barrio terminando la escuela primaria, pensando para dónde ir, por iniciar una etapa que mis padres desconocían: ir al colegio secundario. En mi casa había nerviosismo porque el nene iba a ingresar a un mundo desconocido y supuestamente difícil. Los más grandes decían que había muchas materias, algunas eran una novedad total y por cada una de ellas vendría un docente diferente, lo cual daba por terminado el romance con la maestra de turno, algo que conocí poco. En ese tiempo, con mis amigos y amigas, era el comentario del momento porque nadie era hijo de padres que hayan hecho el secundario, representaba el gran salto generacional, la posibilidad de tener un destino mejor, menos duro. Una carrera se decía que significaba otra vida, diferentes relaciones y con personas de distintos ámbitos. Cada semana yo tenía una profesión distinta en la mira, pero si me preguntaban qué me gustaba, yo contestaba de inmediato: la música. Algo que quedaba a varios años luz del barrio.
Hace unos días alguien me hizo un comentario y reflexionamos acerca de cómo escuchamos música hoy, de cómo lo hacíamos antes, qué cosas fueron cambiando, además de uno mismo. Entonces recordé los días en que en mi casa me sentaba frente al tocadiscos y mi mente se iba detrás de algunas imágenes que desataba esta letra. En ese tiempo esas frases sencillas se quedaban varias horas dando vueltas por mis orejas, ingresaban en una cabeza llena de dudas, sacudían hasta el último recuerdo y le abrían las puertas a muchas ideas nuevas.
“Sueña, sueña, sueña, sueña y nunca dejes de soñar, sueña que algún día, tu sueño puede ser realidad…” La palabra “sueña” insiste, las que andan a su alrededor conversan entre ellas, entonces entre todas deciden caminar por mis rincones y sentarse a esperarme. No me puse a pensar en que eran frases simples, solo creía que alguien con una voz joven me hablaba a mí, como si conociera esa actualidad que atravesaba, o por ahí alguien de la cuadra le pasó algún dato. Claro, cuando necesitamos un mensaje y este llega no hay interpretaciones críticas, más bien uno agradece la posibilidad de darse cuenta de algo que lo ronda. “Sueña que es lo menos, que puede hacer un tipo como tú…” Claro, la pregunta fue “¿por qué yo no? Qué suerte que me hice esa pregunta, qué afortunado fui en escuchar una voz interna, que hasta adjudicaba un derecho a creer en mí mismo y en lo que disfrutaba en planear. Muchos me decían qué hacer, señalaban distintas direcciones, pero solo esta canción de Los Gatos era solidaria con mis deseos.
Y en el estribillo apareció un gesto que hasta ese momento era un ilustre desconocido, una mezcla de esperanza y perseverancia, un llamado a ir para adelante vestido con las aspiraciones soñadas, diciendo que había que motivarse para jugar en todas las canchas, correr, transpirar la camiseta para enfrentar cada una de las dificultades que vendrían a cuestionarme. “Quizás no puedas lograr, lo que quieres conseguir, por eso hoy más que ayer, corre, sueña y corre, sin mirar atrás…” Qué bárbaro decir tantas cosas, generar semejante entusiasmo con palabras simples, de modo tal que cualquier pibe de barrio que está poniendo un pie en la dura adolescencia se imagine que él también puede hacer lo que quiera, que podría sonreír como hacen en las películas, esas donde la gente vive lo que le gusta y uno en el cine los espía.
“Sueña, corre, sueña, no pienses que es en vano soñar, sueña que consigues, lo que dentro de tu mente está, sueña que hoy comienza, algo diferente en tu existir…” Recuerdo que fui a la casa de mi amigo y vecino Oscar a pedirle el diccionario que le había prestado para hacer la tarea. Debía buscar la palabra “vano”, jamás la había escuchado y suponía el significado de acuerdo a cómo aparecía en la oración, pero no estaba seguro. Mi vieja cocía un pantalón en la cocina y no quise preguntarle por temor a que me diga que no la conocía. Qué bien que me hacía escuchar esta canción, juntaba toda la polenta y salía como loco hacia adelante.
Por las noches me acostaba y empezaba a soñar despierto, aparecían profesiones, carreras, lugares, lindas chicas que miraban y me sonreían con ojos y miradas que apenas conseguía, pero cuando aparecían se quedaban grabadas por muchos días. Ahora yo también podría soñar y lograr eso que me manijeaba, y no iba a ser “en vano” hacerlo. Qué grande el rock argentino, que hizo tanto por nuestro lenguaje, por nuestras ideas, cuántas cosas descubrí y supe entender o explicar gracias a las palabras que los músicos me enseñaron. En mi barrio se hacía difícil aprender en nuestras casas a expresarse correctamente, más bien había que hablar con cuidado y despacito, para no decir alguna barbaridad, sobre todo en la escuela, en los cumpleaños, o en casas lejanas.
Litto decía que la posibilidad del fracaso está siempre ahí, también jugaba el contrario, pero gambeteaba las dificultades y empezaba a ver de cerca el arco contrario. Uno que de chiquito es tan consciente de que debe aceptar la realidad, insistir aunque vea que a fin de mes tantas cosas se derrumban. Que ve pasar los veranos en donde se comenta poco del año que pasó, más bien se espera que el nuevo traiga algo mejor, algo diferente que nos conmueva, que le haga las cosas un poco más sencillas a nuestros viejos, que a esa altura ya lo miraban a Superman como a un boludo llegado del norte que siempre la tira a la tribuna.
En ese verano un compañero de colegio me vino a buscar para jugar un partido de fútbol, un desafío, cerca de la cancha de Vélez. Fuimos y desde el colectivo vi un afiche que anunciaba a Los Gatos, tocaban ese mismo sábado en el club. Le dije a unos amigos y combinamos para ir a verlos. Las horas corrieron salvajemente, eran empujadas por nosotros que nos paramos al borde del escenario. Apareció la banda, que para nosotros eran Los Beatles. Yo estaba como loco pensando en el momento de que el tipo me mire y me diga “no pienses que es vano soñar”, y yo lo iba a mirar como diciendo ‘ahora sé lo que significa, lo averigüé, hice la tarea’.
Me ubiqué justo debajo de Pappo, que cargaba una impresionante Gibson Les Paul negra de otro planeta. Llegó el summun: el teclado Farfisa de Ciro Fogliatta marcó los acordes, el primero en el segundo tiempo, el otro en el tercero arriba, qué interesante. Entró la banda y me llamó mucho la atención la línea de batería, el bombo era una máquina de empujar y Moro parecía que lo cagaba a patadas. Se escuchó la guitarra con un sonido muy raro. El turco Ismael se arrimó a mi oreja y dijo: “tiene un wah wah”. Yo no entendí un carajo, pensé en un “guau guau”, como los nenes llamaban a los perros, pero en el escenario por supuesto que no había ningún perro a la vista. Vio mi cara de ignorancia y me explicó.
La melodía es una hermosura, el tema es un tango de acá a la china, la armonía lo expresa claramente, la manera de cantar de Nebbia. Sobre todo el estribillo. Siempre me encantó cuando dice en el principio “nunca dejes de soñar…” y Litto prolonga la vocal mientras la cámara reverb hace su trabajo y la estira. Es impresionante como en una canción así la batería carga todo de una fuerza inusitada, como si tensara algo que no lo pide, pero Moro inventa un nuevo modo y encaja perfecto. En los estribillos, Alfredo Toth hace con el bajo una pequeña línea en los fills y parece un arreglo de bandoneón. Cuando llegó el solo de Pappo, que siempre me pareció una exquisitez, con pocas notas y mucho sentimiento, donde seguramente el Carpo le apostó todo a ese fraseo decorado con el wah-wah.
La banda en vivo era un topadora, o al menos nosotros sentimos que éramos empujados del escenario y volábamos metidos entre notas y figuras por arriba de toda la gente. Seguramente si hubiera sabido apreciar lo técnico hoy diría que eran súper afilados. En una vieja revista Cronopios decía Pappo: “Preferí el cambio porque esto es otra cosa, puedo hacer más lo que yo quiero. Conjunto es una palabra sagrada y yo no estaba cómodo en Conexión N°5… No iba a comer con ellos, para mí fue un trabajo solamente. En cambio aquí me dedico a Los Gatos. Estoy muy contento porque somos todos iguales. Estamos todos cortados por la misma tijera”.
Esta es la formación que salió a la cancha esa noche en el estadio de Vélez:
Litto Nebbia – voz, guitarra; Pappo Nappolitano – guitarra eléctrica; Ciro Fogliatta – órgano; Alfredo Toth – bajo eléctrico; Oscar Moro – batería.
La canción está en el álbum “Beat Nº 1”, que fue grabado en los Estudios TNT de Buenos Aires, entre el 5 y el 11 de diciembre de 1969. Se publicó solo unos días después, el 20 de diciembre.
De esos días nos cuenta Litto Nebbia: «En aquellas sesiones de grabación todo fue muy alegre y con gran camaradería, Pappo era muy divertido y ese ritmo que vivíamos era toda una novedad para él. Durante sus descansos de sus shows con Los Gatos se instaló con dos amigos en largas zapadas en Equinox, un boliche de Mar del Plata, donde tocaba con el negro Black Amaya, tenían un repertorio con versiones de Jimi Hendrix, Cream y The Spencer Davis Group”.
Tuve la suerte de ver en vivo varias veces a Los Gatos, una banda que al escucharla de inmediato me remite a la infancia, a la adolescencia. Para mí fue algo inusual ser contemporáneo de ellos, yo ya fanático de Los Beatles pero no tenía tocadiscos, veía sus películas varias veces y en parte lo solucionaba. Al comprar mi viejo un Wincofón me apuré a conseguir los discos de Los Beatles hasta allí publicados. Claro que compré los de Los Gatos, pero estos estaban acá, en la Tierra, en Argentina y los podía ver en los clubes.
Con el tiempo fui al secundario, salí a laburar, tuve una guitarra de Antigua Casa Nuñez. Les di a mis viejos la inmensa alegría de hablarles de Historia, de Los Romanos, Los Griegos, de Los Medos y Los Persas, de la batalla de Waterloo, del pluscuamperfecto, de mi viajes al colegio en diciembre y en marzo por culpa de las turras física y química. Pero todo sonaba tan interesante en esa cocina compartida con mis tíos, en esa pieza que cuando pasaba a media cuadra el tren San Martín todo era temblor y ruiditos a tazas y vasos, esos que nunca se acostumbraban y no ganaban para sustos.
En febrero de 2005 falleció Pappo, y Oscar Moro en julio de 2006, dos tristes noticias para todos y todas los que durante tantos años esperábamos a Los Gatos. Pero bueno, fuimos felices, soñamos como ellos nos decían y conseguimos tantísimas cosas, seguramente lo más importante, seguir acá escuchando canciones para soñar.
Sueña y corre (Los Gatos – 1969)
*Jorge Garacotche: músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y Presidente de AMIBA (Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires). Vive en Villa Crespo, Comuna 15. Bs As.