En 2014, un año después de la trágica inundación que enlutó a la ciudad de La Plata, la comunidad del emblemático Conservatorio Gilardo Gilardi aún estaba shockeada por la catástrofe. En rigor, como bien les dijo a docentes, auxiliares y estudiantes el director de la institución en aquel entonces y hoy ex director, Gerardo Guzmán, “lo que nos pasa es tremendo, profundamente doloroso, pero hay una ciudad y una sociedad entera a la que se le vino el mundo abajo”.
No obstante, entre los integrantes del Gilardo Gilardi se mezclaban dos sentimientos tan dolorosos como inseparables: la angustia por la situación general y la provocada por ver cómo sus propias viviendas, y con ellas numerosas partituras e instrumentos musicales, decían adiós para siempre bajo el agua. Pero había más: observar, con absoluta impotencia, la manera en que 11 de 12 pianos, muchos de ellos con un valor patrimonial inconmensurable, flotaban y se chocaban entre sí en el subsuelo rebalsado de agua contaminada con petróleo y químicos de distinto tipo, lo cual disparaba sensaciones que quebraban a los más pintados.
Poco a poco, unos fueron empujando a otros, y esos otros a los primeros cuando les tocó flaquear, y se fue sumando ayuda desde la comunidad platense y desde lugares y personajes impensables, tal como narramos en la nota Conservatorio Gilardo Gilardi: inundación, apariciones y sublimación del arte. Y en aquel 2014, Susana Lombardo y Gustavo Alfredo Larsen -con la imprescindible ayuda del afinador Marco Naya– iniciaron, desarrollaron y concretaron un proyecto que ayudó a la golpeada comunidad del Gilardo Gilardi a empezar el proceso de cerrar heridas. Denominado “Entre el Descarte y el Rescate”, consistió en resignificar partes de los pianos perdidos a través de 80 obras de arte que se expusieron y se subastaron; dinero que, además, sirvió para continuar re-equipando el conservatorio.
Esculturas, artesanías, marcos de pinturas y dibujos… El arte musical se resignificó en el arte plástico.
Mientras ello ocurría, Juan Ignacio Izcurdia, quien había disfrutado de una hermosa infancia “entre Brandsen y Jeppener” siempre ligado a la música, ya estaba decidido a combinar su destreza para tocar la guitarra con la que conlleva un oficio tan antiguo como noble, el de luthier.
“Hay una foto en la que apenas tengo dos años y estoy con una guitarra, acomodado como para tocar”, dice Juan Ignacio entre risas, para contar que creció en una familia muy afecta a la música. “Si bien nadie se dedicó de lleno, mi abuelo era fanático de la música; mi abuela, una melómana, y mi mamá estudió piano”, rememoró.
A los 12 años, ya con algún conocimiento de guitarra, Juan se instaló en La Plata, y a los 14 ingresó como alumno del Gilardo Gilardi. A los 21, comenzó a estudiar el instrumento en la Facultad de Artes de la UNLP (en aquel momento, llamada de Bellas Artes).
“Siempre me gustó trabajar la madera, y me picó el bichito de construir mi propia guitarra. Así fue que empecé a experimentar, hacia 2014, 2015. Un año después hice un taller con un luthier de Buenos Aires, donde comencé a construir la primera, que luego finalicé con otro luthier que conocí en la universidad”, comentó.
-¿Esa fue la guitarra que querías construir para vos?
-No. Y no sé si algún día la llegaré a hacer -responde Ignacio y ríe.
Lo cierto es que después de esa primera que hizo “en condición de aprendiz” vinieron cuatro más. Y acá se escribe una historia soberbia. Veamos…
“Cuando un piano calla”… quizás no sea para siempre
Faltaban pocos días para el 2 de abril de 2014, primer aniversario de la inundación de La Plata, y los artistas plásticos Lombardo y Larsen, responsables del mencionado proyecto “Entre el Descarte y el Rescate”, escribieron: “Los pianos encierran un alma que se comienza a formar con su construcción, desarrollándose con años de caricias que los pianistas les prodigan. Los pianos se alimentan de la música que el hombre crea, de las sensaciones que sucesivos públicos experimentan al escuchar sus sones en silencio ritual o en actitud festiva. El alma de un piano crece con los años y se hace cada vez más particular y profunda. Cuando un piano calla, el alma queda latiendo en su interior. Nadie la ha visto, pero todos sabemos que en algún recóndito rincón se aloja”.
Como vimos, mientras Susana y Gustavo estaban dándole forma a su proyecto, en Juan Ignacio Izcurdia ya había despertado la vocación de luthier.
Juan Ignacio (55) es profesor de guitarra en la Facultad de Artes (desde hace 34 años) y en su alma mater, el Conservatorio Gilardo Gilardi (desde 2001). “Un día, en 2015, 2016, en un armario que está junto a la puerta del salón donde doy clase, encontré restos arrumbados de un piano. Me enteré que se trataba de uno que se había echado a perder durante la inundación del 2 de abril de 2013, cuando estuvieron entre tres y cinco días flotando en el subsuelo, en agua contaminada”, apuntó Juan, para enseñarnos que “hay partes de los pianos que son muy valoradas en la construcción de las guitarras, por la calidad de su madera”.
Pasaron unos años. Juan Ignacio se siguió perfeccionando como luthier. Construyó la primera guitarra (sin contar la que hizo cuando era aprendiz). Luego, la segunda. Y se vino una tercera.
La cuarta guitarra de Juan Ignacio
“El año pasado, en 2023, hablé con Marco Armellino, docente y en ese entonces jefe de área, y le propuse un proyecto que entonces podría haberse titulado ‘A ver si se puede’, consistente en llevarme las partes de ese piano que estaban en el armario con el fin de construir una guitarra. No era una tarea sencilla, pues el piano había estado días en agua contaminada… Era cuestión de ver, de intentarlo”, recordó.
Gracias a Marcos -subrayó Juan-, pudo llevarse las partes del piano el 22 de diciembre de 2023. Las gestiones estuvieron cien por ciento a cargo de él -puntualizó-. Contó, claro está, con el apoyo de la dirección, encabezada por el profesor Nicolás Ciocchini.
“Me llevé la tabla armónica del piano, que es la mejor madera para hacer la parte delantera de una guitarra”, explicó, para especificar que “en este caso la madera era de pino hemlock, comúnmente conocido como pino canadiense o estadounidense; también llevé dos o tres bloques de la madera del clavijero, ideal para los aros y el fondo de la guitarra; era madera de arce duro”, entre otras piezas menores.
Si el trabajo de un luthier es un trabajo artesanal, el que llevó a cabo Juan Ignacio para convertir el piano que “pareció morir” con la inundación en una maravillosa guitarra fue un trabajo “titánicamente artesanal”.
Como la tabla armónica estaba muy sucia y vaya a saber con qué elementos, tuvo que cepillarla hasta que quedara como nueva. Luego, contó: “Cuando uno va a un negocio especializado y adquiere madera para hacer el frente de una guitarra, compra dos partes, pues eso es lo que se requiere. Bueno, el frente de esta guitarra tuve que armarlo con seis partes”, detalló el músico y luthier.
En tanto, la madera de arce del clavijero del piano -conocida como ‘ojo de pájaro’– que utilizó para los aros y el fondo “tenía agujeros, fruto del carcoma, un bicho que se alimenta de madera. De modo que no sólo hubo que limpiarla a fondo y elegir las buenas partes, sino que la sometí a un tratamiento con alcohol, vinagre y calor: por suerte, no había carcomas vivos”, celebró Juan.
Con una enorme vocación, amor, paciencia, un subyacente y fortísimo sentido de pertenencia al conservatorio Gilardo Gilardi, y unas ganas gigantes de “dejarle un aporte a una institución que tanto significó para mí cuando de pequeño llegué a La Plata y empecé a estudiar”, Juan Ignacio convirtió el sonido de un piano que la inundación ‘creyó haberse llevado’, en el de una guitarra con la cual, a lo largo del tiempo, aprenderán música cientos y cientos de chicas y chicos que, como él, un día subieron la escalera principal del hermoso Edificio Servente para entrar en comunión con uno de los artes más sublimes que existieron, existen y existirán: la música.
Juan Ignacio Izcurdia se llevó a su taller las partes del piano destrozado por la inundación el 22 de diciembre de 2023. El 15 de mayo de 2024, ya estaba sonando la guitarra que construyó a partir del “alma” de aquel instrumento castigado por la tragedia que enlutó a la ciudad de La Plata
“…El alma de un piano crece con los años y se hace cada vez más particular y profunda. Cuando un piano calla, el alma queda latiendo en su interior. Nadie la ha visto, pero todos sabemos que en algún recóndito rincón se aloja”, escribieron poco antes del 2 de abril de 2014 los artistas plásticos Susana Lombardo y Gustavo Alfredo Larsen … Hasta ese recóndito rincón llegaron las manos de Juan Ignacio Izcurdia, quien capturó parte del alma del piano y, cambiando teclas por cuerdas, logró que no calle más, que vuelva a hablar para que “sucesivos públicos escuchen sus sones en silencio ritual, en actitud festiva”, o como cada cual prefiera hacerlo.
TODAS LAS FOTOS (EXCEPTO LA INDICADA EN LA LEYENDA) GENTILEZA DE JUAN IGNACIO IZCURDIA