“El martes 2 de abril de 2013, en la ciudad de La Plata se abatió una tormenta en la que cayeron 391 mm de lluvia (302 entre las 16 y las 19 horas). Esto equivale a 4 meses del total del agua que cae normalmente en un año”.
Así comienza el video en el que la comunidad del emblemático Conservatorio de Música Gilardo Gilardi de la capital bonaerense pinta, con trazos gruesos, cómo se vivió la mayor tragedia de la historia platense en ese templo de arte. Algunos de esos trazos, al tomar forma de textos o de fotos, son un golpe al corazón. Ver el piano de cola de la época de la fundación del conservatorio (18 de mayo de 1949) flotando en el subsuelo, donde había dos metros de agua, estruja el alma.
El entonces flamante director del instituto, Gerardo Guzmán, les decía a todos: “Tomemos consciencia de que lo que nos pasa es tremendo, profundamente doloroso, pero hay una ciudad y una sociedad entera a la que se le vino el mundo abajo”.
No obstante, era imposible escindir el dolor por la pérdida de partituras musicales originales e instrumentos (material pero sobre todo sentimentalmente) invaluables del dolor general. Pues el conservatorio es cada uno de sus profesores y alumnos, y muchos de ellos “a nivel personal perdieron absolutamente todo, como otros miles y miles de platenses; docentes que vieron cómo el agua se llevaba su piano de toda la vida, su violín, su guitarra… Y en algunos casos la vida de familiares, amigos, vecinos”, rememoró Gerardo, hoy ex director de la institución, cuando se estaban por cumplir 10 años de la tragedia.
De 12 pianos se perdieron 11. “Sus voces fueron silenciadas por exceso de agua y barro. Quienes fueron testigos del desastre pudieron verlos flotar en diversas posturas, solos, desvalidos, o colisionando entre sí o con otros diversos e insólitos objetos”, escribieron Susana Lombardo y Gustavo Alfredo Larsen en la presentación del proyecto “Entre el Descarte y el Rescate”, uno de los salvavidas que, tras la inundación, hizo resurgir con enorme fuerza a la comunidad del Gilardo Gilardi al convertir cada pieza de los once pianos perdidos en una obra de las artes visuales.
Poco después de la tragedia, el Conservatorio Gilardo Gilardi fue declarado oficialmente por la Dirección General de Cultura y Educación bonaerense como el edificio educativo más afectado por la inundación
“Los pianos encierran un alma que se comienza a formar con su construcción, desarrollándose con años de caricias que los pianistas les prodigan. Los pianos se alimentan de la música que el hombre crea, de las sensaciones que sucesivos públicos experimentan al escuchar sus sones en silencio ritual o en actitud festiva. El alma de un piano crece con los años y se hace cada vez más particular y profunda. Cuando un piano calla, el alma queda latiendo en su interior. Nadie la ha visto, pero todos sabemos que en algún recóndito rincón se aloja”, describieron Susana y Gustavo con inaudita sensibilidad cuando faltaban pocos días para que se cumpliese el primer aniversario de la tragedia.
Cinco días bajo el agua
Cuando nos reunimos con Gerardo Guzmán a “horas” de cumplirse el 10º aniversario de la inundación, acababa de ser agasajado por la comunidad del conservatorio. “Me jubilé”, nos contó. Una vida en el Gilardo Gilardi, donde, luego de años y años como profesor, ganó el concurso por la dirección en septiembre de 2012, y lo ratificó como titular en el 2019.
“Yo arranqué prácticamente con la inundación, ya que para el 2 de abril del 2013 eran pocos los alumnos que habían comenzado las clases”, apuntó, para recordar que aquel día estaba con su pareja en las Cataratas del Iguazú, pues era Semana Santa.
“Calculo que en el mismo momento en que acá empezaba a venirse el mundo abajo, a las cinco de la tarde del 2 de abril, día de mi cumpleaños, nosotros estábamos en la Garganta del Diablo”, estimó, para comentar que al llegar al hotel empezaron a recibir llamados de familiares contándoles lo sucedido. El miércoles 3, a la madrugada, ya estaban nuevamente en La Plata.
“Desde el transporte que nos trajo de Buenos Aires pudimos ver la gente en las calles, las carpas, los árboles caídos, los autos dados vuelta… Y eso sólo en los lugares por donde el taxista podía circular. Ese día fue imposible llegar hasta el conservatorio”, recordó, pues el Edificio Servente donde funciona se halla en la localidad de Tolosa, una de las más afectadas por la inundación.
“Un auxiliar sacó una foto del edificio desde lejos, y se pudo ver que la escalinata de acceso, que tiene más de doce peldaños, estaba completamente cubierta de agua”, describió el músico. Eso ya les daba una somera idea de lo que se podían encontrar, puesto que más de veinte aulas funcionan en el subsuelo del inmueble.
En efecto, el jueves 4 de abril del 2013, tras acceder a la “alta” planta baja y asomarse al sótano, solamente vieron agua. Agua negra. Y pianos flotando. Chocando entre sí o contra muebles, pupitres, paredes. “Fue desolador. Además, si bien llamamos a los bomberos para que desagoten el subsuelo, lógicamente que tenían otras prioridades. Así las cosas, recién se pudo quitar el agua el sábado 6 de abril: las pérdidas eran irreparables”, puntualizó Gerardo.
Desde el exterior, por las pequeñas ventanas que se encuentran a la altura del suelo, era posible observar el panorama: dos metros de agua donde habían sucumbido pianos, instrumentos de cuerda y de percusión, partituras, armarios, bancos, computadoras.
“La limpieza del lugar se realizó con asesoramiento del ministerio de Salud, porque el agua estaba totalmente contaminada; incluso se hallaron restos de petróleo. Quedó todo cubierto por un barro muy espeso. Y allí tenían que volver a dar clases niños, niñas y adolescentes. El trabajo fue largo y arduo, pero la colaboración de la comunidad fue impresionante”. ¿Hasta cuándo hubo humedad en las paredes? “Hasta ahora. Se tuvieron que realizar varias intervenciones de restauración en las paredes”, puntualizó Guzmán, para indicar que tuvieron que cambiar “la totalidad de los paneles acústicos del subsuelo”, reparar la caldera y un largo etcétera.
Cada piano fue revisado por dos afinadores. “Uno fue Esteban Di Feo, quien trabaja en el conservatorio, y otro Marco Naya”, una suerte de ‘palabra santa’ en la materia.
…Y nació el centro de estudiantes
Destacó que “uno de los hitos de aquel momento fue que se conformó el centro de estudiantes. Los chicos y chicas venían todos los días a preguntar qué podían hacer. Y fue de ese modo, trabajando para recuperar el conservatorio, como se fueron organizando. Además llamaron a otros centros de estudiantes y llevaron a cabo varias jornadas de trabajo, conciertos solidarios, un sinfín de actividades”, realzó.
Una foto publicada por el diario La Nación, donde se ve a una profesora limpiando el teclado con un trapito, resultó un hecho definitorio, aseveró el ex director del Gilardo Gilardi. “A partir de la publicación de esa fotografía comenzó una cadena de adhesiones y donaciones que fueron fundamentales para el resurgimiento”, señaló.
“Recibimos donaciones de instrumentos personales por parte de una enorme cantidad de gente; ex alumnos e hijos de ex alumnos y profesores, entre muchos otros. Todas y cada una se encuentran documentadas en la institución”, dijo, para apuntar que María Rosa “Cucucha” Oubiña, a través de su íntima amiga Marta Argerich, y Les Luthiers estuvieron entre los donantes. No obstante, el docente remarcó especialmente el trabajo de la Cooperadora y de la Asociación de Amigos del Gilardo Gilardi.
Apariciones: “La inundación despertó la memoria del edificio”
El Edificio Servente se inauguró en 1934 como un orfanato. Fue un proyecto del arquitecto Reynaldo Olivieri, que comenzó a construirse en lo que hoy es la intersección de las calles 12 y 523 de La Plata en el año 1924 por iniciativa de Doña María Luisa Servente, en aquel entonces integrante de la Societá Femminile Italiana de Beneficenza (Sociedad Italiana de Mujeres de la Caridad). Con el tiempo acogió también a pupilos y a una escuela de nivel primario. El lugar estaba a cargo de religiosas de dos órdenes: María Auxiliadora y Santa Dorotea di Cemmo.
“Hacia 1978, la dictadura lo convirtió en un instituto de menores. Y se dice que dos por tres alojaban, por una o dos noches, a detenidos-desaparecidos antes de llevarlos a un centro clandestino”, comentó Gerardo Guzmán.
En 1999 el edificio pasó a depender del conservatorio. Se inició entonces una importante obra de restauración teniendo en cuenta el enorme valor patrimonial del inmueble, la cual finalizó en 2003.
Cuando entre finales de mayo y principios de junio del 2013 regresaron las clases y la música al conservatorio, no volvieron solas.
“Distintos docentes, en diferentes horarios y sitios, comenzaron a tener apariciones”, narró Gerardo, quien con el tiempo dio forma a todas esas historias en el libro En Qué Lugar de la Noche Estás (Editorial Biblos).
“En un aula aparecía una sombra en la pared, reiteradamente, al punto que la docente y los alumnos le pusieron nombre: Brisas. Otra sombra se le cruzó por delante a un profesor cuando estaba dirigiendo la orquesta”, añadió.
“A otra docente, desde detrás del lavabo del baño, una nena le tendía las manitas. A otra, siempre la saludaba una niña que se aparecía en el jardín… Fueron muchas historias. Muchas apariciones a distintas personas del conservatorio. Nosotros las relacionamos con las nenas del orfanato. Y como se dieron al mismo tiempo, ni bien retomamos las actividades luego de la inundación, concluimos entre varios docentes que la inundación despertó la memoria del edificio”, dijo Gerardo.
Entre aulas de antaño y aulas de hoy
No todo quedó allí. Las apariciones, además de darle forma a un libro, fueron el argumento de una obra de teatro escrita y dirigida por el prestigioso dramaturgo Nelson Mallach. “Él tomó el tema, convocó a actores y actrices, y desarrolló la idea de que las identidades de las niñas del orfanato mutaban en los niños del conservatorio”, narró.
La obra, titulada El arte de la fuga/Los nombres, fue representada en el subsuelo donde están las aulas del Gilardo Gilardi, que en los años ’30 fueron las aulas de la escuela primaria a la que iban los niños del asilo. Durante la representación, Guzmán tocó en el piano obras de Johann Sebastian Bach.
“Resulta que Liliana Paz, una actriz de teatro independiente de Villa Rivera, se acercó cuando se enteró de lo que se estaba haciendo para contarle a Nelson que ella había estado en el orfanato de niña. Fue así que él le ofreció actuar. Ella en principio no quiso, pues dijo que era una actriz aficionada. Pero finalmente terminó ayudándolo muchísimo porque le contó todo lo que recordaba del asilo, y el director le dio un papel en el cual ella aparecía vestida como en aquel tiempo e iba relatando cómo era y cómo funcionaba el lugar. Realmente fue una experiencia muy sanadora para todos”, remarcó Gerardo.
Naufragio, resiliencia y resurrección
Y en 2014 llegó la sanación de la música. “Muchos nos negábamos a seguir entregando los pianos a la Municipalidad y a otros organismos porque los terminaban convirtiendo en desechos”, dijo el músico. Fue a partir de ese momento que se comenzó a gestar, como contamos, el proyecto “Entre el Descarte y el Rescate”, a cargo de Susana Lombardo y Gustavo Alfredo Larsen, quienes escribieron: “Pretendemos que cada parte intervenida de los pianos sea un mojón en la memoria social”.
Otra vez convocaron al prestigioso afinador Marco Naya, quien fue diseccionando las partes de los pianos que no servían más de aquellas que podían resucitar a través de las artes plásticas. De ese modo, en un ritual que se llevó a cabo en el jardín del Edificio Servente se quemaron aquellas piezas inservibles.
¿Y las otras? “Se resignificaron en 80 obras de arte que se expusieron y se subastaron. Todo ello sirvió para seguir re-equipando el conservatorio con nuevos instrumentos y materiales de estudio”, finalizó.
Como se puede ver, el Gilardo Gilardi tuvo un marcado antes y después de la inundación del 2 de abril de 2013. Y en los más diversos e impensados sentidos.