Leer cómo fue la vida de Cecilia María Sánchez Sorondo, nacida el 5 de diciembre de 1973 en San Martín de Los Andes, provincia de Neuquén, conocer cómo era a través del testimonio de sus hermanas religiosas y fieles compañeras en el camino de Dios para el que ella sintió que estaba predestinada desde chica y que tomó definitivamente a los 24 años, ver sus fotografías familiares, de adolescente y ya como monja carmelita, hace que el proceso de beatificación y canonización que ya comenzó y que podría convertirla en la segunda santa argentina, suene tan cercano y “familiar” que realmente reconforta.
Y es que Cecilia podría ser una hija, una hermana, una sobrina, la amiga de nuestra hija o la hija de nuestro vecino. Así de simple, así de espontánea, así de traviesa cuando era niña, así de impulsiva y así de alegre todo el día todos los días fue Cecilia María, al punto que casi quedó inmortalizada como “la carmelita de la sonrisa”.
Una foto que le tomaron internada, trece días antes de morir, ya sin posibilidad de hablar y con tubos y cables por doquier, se viralizó hasta el infinito por el impacto que causó: Cecilia María, que hacía seis meses estaba siendo consumida por el dolor y por un cáncer de lengua que derivó en terminal, conservaba su belleza de toda la vida, su sonrisa que había cautivado y ayudado a decenas y decenas de personas, y una paz interior inquebrantable, como contaron sus hermanas carmelitas. Esa sonrisa quedó literalmente grabada en su rostro ya fallecida, durante el funeral.


Falleció el 23 de junio de 2016, a los 42 años. Como dijimos, había tomado la decisión de casarse con Dios para siempre a los 24, entrando al Carmelo de Santa Fe. Ella misma, en aquellos últimos días, explicó mejor que nadie porqué tanta paz, tanta alegría pese a todo: “Lo más importante para tener paz, gozo y alegría es estar muy unidos a Jesús. Yo sé que la paz que tengo no es mi paz, sino la paz de Jesús, no es mi alegría, sino la alegría de Jesús. Es que si todo lo vivimos unidos a Él, nos volvemos otros Cristos”.
Ocho años después de su muerte, el 14 de febrero de 2024, cuando sólo habían pasado tres días desde que Mama Antula alcanzara la santidad, el arzobispo de Santa Fe, monseñor Sergio Fenoy, decretó el inicio de la causa de beatificación y canonización de la joven hermana carmelita, rebautizada en el Carmelo como Cecilia María de la Santa Faz, Sierva de Dios.
El padre Fenoy convocó a participar de la misa y primera sesión de apertura de la investigación que se realizará el domingo 23 de febrero, a las 9, en el convento San José y Santa Teresa de las hermanas Carmelitas Descalzas
Aquí hacemos una pausa para contar que el proceso de santificación tiene, básicamente, cuatro pasos: 1) Siervo o sierva de Dios; 2) El que era Siervo o Sierva de Dios pasa a ser considerado Venerable; 3) Beato o Beata; 4) Santo o Santa… Se dice rápido, pero se trata de un proceso sumamente exhaustivo.
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Lo cierto es que desde su fallecimiento, el 23 de junio de 2016, la fama de santidad de Cecilia María viene creciendo, y son numerosos los testimonios que destacan su influencia positiva en la vida de quienes la conocieron en vida o solicitaron luego su intercesión.
Dicho proceso de estudio y evaluación riguroso por parte de las autoridades eclesiásticas que se ha iniciado requiere, entre muchas otras cosas, testimonios acerca de milagros y gracias recibidas a través de su mediación.

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Nos cuenta el colega Hugo Martin, de Infobae, que Cecilia María era hija del coronel Santiago Sánchez Sorondo (quien murió el 28 de junio de 2002 por un problema cardíaco) y de María Teresa Bosch Seeber, y sobrina de monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, un hombre que trabaja en el Vaticano y es muy cercano al papa Francisco.
“Era la segunda de 10 hermanos y la mayor de las cuatro mujeres de la familia. A su habitación la compartía con una hermana 11 meses más chica que ella. Inquieta, revoltosa, de pequeña se intoxicó con unos remedios y debió pasar una noche en terapia intensiva. Otra vez jugaba con sus primos a ver qué auto pisaba una naranja que tiraban, pero como ninguno lograba el objetivo, ella paró un colectivo y le pidió al chofer que lo hiciera”, relató Martin.
cecilia maría sánchez sorondo

El testimonio de Fabiana Guadalupe
La agencia Aica habló con Fabiana Guadalupe Retamal de Botta, compañera de Cecilia, quien compartió detalles sobre la personalidad y la espiritualidad de la religiosa.
“Ella siempre fue una persona muy alegre, cálida, cercana, acogedora. Tenía la particularidad del don de gentes”.
“Cuando uno cultiva esa virtud tan hermosa de ser empática, esa capacidad acogedora, de cercanía, sale esa sonrisa que permaneció en los momentos más dolorosos, como el tránsito de su enfermedad, y que se puede ver hasta después de muerta”, resaltó, en referencia a las impactantes imágenes que generaron admiración en los miles de personas que se interesaron por su historia.
“A mí me tocó circunstancialmente acompañarla el día del diagnóstico, cuando fuimos al médico y le diagnosticaron el cáncer de lengua, y la verdad que en ese momento yo fui testigo de la paz que la inundaba”, recuerda la hermana Fabiana, aunque señala que, más allá del “dolor que nos invadió a las dos por tener que escuchar ese diagnóstico”, lo fue llevando “con una sonrisa que salía del corazón. Impacta la manera en que lo vivió, ha sido un gran testimonio”, subrayó.
“Lo más importante para tener paz, gozo y alegría es estar muy unidos a Jesús. Yo sé que la paz que tengo no es mi paz, sino la paz de Jesús, no es mi alegría, sino la alegría de Jesús. Es que si todo lo vivimos unidos a Él, nos volvemos otros Cristos”
En el Carmelo dicen que la encontraban siempre sonriente, aunque tenía un carácter fuerte. Cuando ya había enfermado y estaba en el hospital, le confesó a una de sus religiosas: “Mi gran pecado era hacer siempre lo que yo quería, mis caprichos. Alguna vez llegué a tener tanta cara de perro que me asusté de mi misma”.
No soy de aquí ni soy de allá
Cuando Cecilia nació en Neuquén, la familia estaba en plena mudanza a Buenos Aires, pues a su padre militar le habían dado ese nuevo destino.
A los 16 años, a su padre lo destinaron a Chubut; luego a Tandil y más tarde a Azul. Allí cursó el último año del secundario, donde a través de un profesor de Teología Cecilia conoció la vida de Santa Teresa de Jesús, lo cual despertó en ella “una creciente sed de intimidad con Cristo y un anhelo de consagrarse a Él”. Con el tiempo, contaría que “a los 15 años estaba enamoradísima de un chico, pero el Señor me atajaba y siempre me hacía desear algo más, un ‘no sé qué’”.

Su abuela, tal vez adivinando sus deseos, le regaló un viaje a Europa, pensando así en disuadirla. Lo cierto es que en ese viaje, estando en el monasterio de la Encarnación de Ávila -España-, sintió más fuerte que nunca el llamado de Dios.
Al regresar intentó estudiar una carrera universitaria, pero pasado año y medio ingresó al Carmelo de Corpus Christi, en Buenos Aires. Estuvo allí cinco meses. La vida le gustaba, pero no se sentía en su lugar. Con todo el dolor de su alma salió de allí, pensando que el Carmelo había sido una ilusión suya y no un verdadero llamado.
Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos, no podía olvidar el Carmelo y, con el consejo y guía de su director espiritual, un fraile carmelita, pidió ser admitida en la comunidad de Santa Fe. Pero para eso tuvo que esperar, ya que tanto las hermanas como sus padres le pidieron que antes estudiara una carrera. Ella escogió la de enfermería. Al cabo de tres años, con su diploma en mano, tomó la decisión definitiva: pidió ingresar precisamente allí, al Carmelo de Santa Fe. Lo hizo el 8 de diciembre de 1997, a los 24 años.

“Mis padres me pidieron que estudiara una carrera antes de entrar al Carmelo. Fue un regalo de Dios estudiar enfermería y haber estado junto al lecho de tantos enfermos y agonizantes”
El 20 de junio de 1998 recibió el Hábito de la Virgen, y casi un año después, un 5 de junio, hizo su profesión de votos de obediencia, castidad y pobreza.
A finales de 2015 fue enviada para terminar de cerrar el Carmelo de la localidad de Azul. Sentía unas molestas llagas en la boca, que cuando volvió a Santa Fe se hicieron más intensas y dolorosas. Fue a ver a un dentista y la derivó a un especialista en cabeza y cuello. Éste, de urgencia, la mandó a hacerse una tomografía computada de lengua y cuello. El resultado del estudio lo conoció el 11 de diciembre, el cual evidenció que tenía un tumor en la base de la lengua y en un ganglio en el cuello. Al primero que le dio la noticia fue a uno de sus hermanos: “El Señor eligió por mí y yo dije: ‘Confiá’. Otra cosa no puedo hacer”.
“El humor, incluso el negro, siempre fue uno de sus grandes aliados. Le envió una carta a sus hermanas de sangre diciéndoles: ‘Me siento en la gloria, feliz de estar en mi convento con mis hermanas. Aprovecho mi media lengua todo lo que puedo. Muchas llamadas por teléfono, cosas que hay que aprovechar para decir, algunas me vienen en mis oraciones de la noche cuando no puedo dormir, pero me vienen bien esos ratos, porque siento que recupero más fuerzas estando con el Señor”, relató Hugo Martin.
El 23 de junio del 2016, a los 42 años, la hermana Cecilia María falleció en el Hospital Austral, luego de batallar seis meses contra el cáncer de lengua.

La carta que le envió Francisco
“Hola Cecilia, yo estoy cerca de ti, sé lo que estás pasando, el momento de cruz, pero sé también la paz interior que tenés, el ofrecimiento que hacés por la Iglesia. Que sea lo que el Señor quiera, que lo que Él quiera es lo mejor siempre, ¿no? Entonces cada día está en la Voluntad de Dios. Te acompaño con mi oración y mi bendición. Y vos rezá un poquito por mí, un poquitito. Te quiero mucho”. Después de oírlo, una hermana le preguntó: “Si tuvieras que decir una sola palabra, ¿cuál dirías?”. Y le respondió: “Jesús, en vos confío”.
Fuentes de consulta: Aica; Infobae; El Litoral; ACI Prensa
cecilia maría sánchez sorondo