Cuando uno observa tanto en Europa como en América el corrimiento a la derecha y a la ultraderecha de vastos sectores sociales, muy a pesar de la violenta concentración de la riqueza y el consecuente e insultante crecimiento de las desigualdades sociales que la pandemia dejó al desnudo, tiende a volver la vista atrás. Y en esa senda que nunca se ha de volver a pisar, es casi inevitable situarse en el año 1968. ¿En París? De pasada. Pero el destino es Praga. La Primavera de Praga.
En mayo y junio de aquel año, las calles parisinas fueron el escenario de la mayor revuelta estudiantil y del mayor paro en la historia de Francia. Empezaron los estudiantes, se sumaron los sindicatos. Gobernaba Charles de Gaulle, quien creyó ver una alzamiento civil revolucionario cuando la huelga general fue acatada por casi 10 millones de franceses, por lo que adelantó las elecciones, comenzó a realizar reformas y aplacó un tanto los ánimos.
En Francia, pero también en Italia, Alemania Federal, España, algunas ciudades de los Estados Unidos y en varios países latinoamericanos como México, Argentina y Uruguay, hubo revueltas marcadas por el anticapitalismo y el anti-imperialismo, pero, por caso, en París peleaban por una sociedad más igualitaria, solidaria y anti-consumista al tiempo que lo hacían contra el autoritarismo y por la libertad.

Existía una idealización del socialismo que soplaba desde el este. Jóvenes, no tan jóvenes y obreros pensaban el socialismo como una barrera definitiva contra los abusos del capitalismo.
Era mayo de 1968 en París. Ese mismo mes de ese mismo año, en Praga, capital de la república socialista de Checoslovaquia, Alexander Dubcek, quien había asumido como secretario general del Partido Comunista en enero, estaba llevando adelante un proceso de apertura que él mismo graficó diciendo que apuntaba a darle “una cara humana al socialismo”.
«La Primavera de Praga fue un movimiento que buscó avanzar hacia una forma no totalitaria de socialismo. Pero fue abortada. Y el socialismo, enterrado junto con ella» (Daniela Spenser, investigadora de origen checo del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social de México)
Permitió la libertad de prensa, y como pensaba que los comunistas debían ocupar el poder sólo si esa era la voluntad del pueblo, permitió que se constituyeran otros partidos políticos. Ese proceso se conoció como la Primavera de Praga, que pronto provocó un efecto dominó en otros países de la esfera soviética, como Polonia, donde pedían más libertades como en Checoslovaquia, y en Yugoslavia, donde subieron la apuesta y exigieron democracia.
Pero ese mismo mes de mayo de ese mismo año de 1968, Alexander Dubcek viajó a Moscú con una delegación de su gobierno para solicitar el aval del buró central del comunismo que imperaba en la URSS desde 1917 para avanzar con sus reformas.

Desde hacía apenas dos años, el secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética era Leónidas Breznev, un estalinista de pies a cabeza que veía lo que ocurría en Checoslovaquia como el inicio de una contrarrevolución que pondría en jaque al régimen de la URSS y sus naciones satélites. Dubcek escuchó de boca del dictador lo último que quería oír: aplastaría sus reformas con la fuerza militar.
En ese preciso momento, en la sede central del Partido Comunista en Moscú había comenzado la larga agonía con destino de muerte del socialismo en el mundo entero.


El 21 de agosto de 1968, unos 250.000 soldados de cinco países del Pacto de Varsovia -alianza entre las naciones bajo régimen soviético para defenderse de Occidente- se desplazaron por todo el territorio checoslovaco y “aplastaron todas las flores de la Primavera de Praga”. Tanques de guerra y guerreros armados hasta los dientes se enfrentaron a cientos de miles de civiles desarmados. Alexander Dubcek pidió calma a la población y les rogó que no se enfrentaran al ejército, pues ello derivaría en una masacre de dimensiones inimaginables.
«En los años 60, estudiantes y personas en general de otros países querían hablar conmigo porque veían en el sistema socialista una posible cura para sus propias sociedades. Eso terminó cuando los tanques llegaron a Praga. Y 50 años después no hemos encontrado aún una alternativa para los males del mundo occidental (Jirina Siklova, socióloga de Praga e integrante del Partido Comunista checoslovaco hasta la invasión soviética)
“Para justificar la invasión, el gobierno de Moscú afirmó que pretendía ‘salvar el socialismo’ en Checoslovaquia, supuestamente amenazado por fuerzas contrarrevolucionarias. Según los soviéticos, ciertos detalles revelaban inquietantes amenazas. Se habían encontrado depósitos de armas clandestinos, tanques de Alemania Federal -la no comunista- circulaban por Praga y los turistas de aquel país invadían las calles checoslovacas (…) El histórico líder del entonces poderoso Partido Comunista de España, Santiago Carrillo, puntualizó que las armas descubiertas no pertenecían a ningún complot anticomunista, sino a una milicia obrera apoyada por el gobierno checoslovaco; los tanques eran en realidad el atrezo de una película, y los ‘turistas invasores’ procedían de la Alemania oriental -la comunista- y no de la occidental” (¿Por qué fracasó la Primavera de Praga? – diario La Vanguardia – 10 de julio de 2019)


Para colmo, a la férrea dictadura que impuso el sucesor de Dubcek, Gustav Husak, que incluyó purgas en todos los ámbitos, prisión y campos de “reeducación”, sobrevino el gran estancamiento económico que caracterizó todo el periodo de Léonidas Breznev, el cual no se detuvo hasta la caída del Muro de Berlín.
¿Qué hubiese ocurrido si Moscú no mataba al socialismo en 1968? ¿Si los ecos del mayo francés y sus correlatos en otros sitios de Europa y América Latina hubieran hallado la alternativa de un socialismo económico conviviendo con libertades básicas? ¿Se habría llegado al mundo unipolar posterior a 1989 que puso al planeta todo a merced del neoliberalismo con las consecuencias que vemos y vivenciamos hasta hoy en día?
¿Los partidos comunistas y socialistas de Europa se habrían convertido en sombras cada vez más difusas de los valores de Libertad, Igualdad, Fraternidad hasta desaparecer? ¿Estaríamos asistiendo a la ultraderechización de las derechas con el apoyo de vastos sectores de las sociedades occidentales que, más temprano que tarde, verán cómo son víctimas de aquellos que entronizaron?


Son todas preguntas contrafácticas. Pero la tentación de pensar en otro orden mundial si el comunismo moscovita no hubiese matado al socialismo en Praga es muy pero muy grande.
Jirina Siklova, socióloga de Praga que era parte del Partido Comunista checoslovaco hasta antes de la invasión de Moscú a su patria, le contó al periodista Marc Santora que “hasta la brutal represión militar, en los años 60 los estudiantes y personas en general de otros países querían hablar conmigo porque veían en el sistema socialista una posible cura para sus propias sociedades… Eso terminó cuando los tanques llegaron a Praga”, sentenció.
Y resaltó: “Después de la invasión ya no conocí a nadie que abogara por el sistema, ni siquiera los soviéticos… Y 50 años después no hemos encontrado aún una alternativa para los males del mundo occidental”.
Daniela Spenser, investigadora de origen checo del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social de México, recordó que “la Primavera de Praga fue un movimiento que buscó modificar progresivamente los aspectos totalitarios y burocráticos que el régimen soviético tenía en ese país, y así avanzar hacia una forma no totalitaria de socialismo, legalizando la existencia de múltiples partidos políticos y sindicatos, promoviendo la libertad de prensa, de expresión, el derecho a huelga, etcétera”.
Siguió: “El movimiento acabó en agosto de 1968, cuando las tropas de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y sus aliados del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia y pusieron fin al proceso de apertura política. La Primavera de Praga fue abortada, y el socialismo fue enterrado junto con ella”, disparó.

