No hay que recuperar la cultura del trabajo. Quienes gambetean el trabajo son minoría y existen desde que el mundo es mundo. Lo que hay que hacer es reformular las formas de trabajar.
No es una opinión de quien escribe. Es la conclusión de un fenómeno mundial que explotó merced a la pandemia y que, sólo en los Estados Unidos, provocó que casi 9 millones de trabajadores y trabajadoras renunciaran a sus empleos a fines de 2021. Mientras que en estas pampas se da el caso de que emprendimientos personales van desplazando a empleos estables, incluso de muchos años.
Para tener una dimensión de lo que ocurrió en la (todavía) primera economía mundial, hay que remontarse al terrible crack económico-financiero de 2008. El colapso, conocido como “crisis de las hipotecas subprime”, provocó en el país del norte la pérdida de 2,6 millones de empleos (diario El País de España, 9 de enero de 2009), es decir, menos de un tercio de la cantidad de trabajadores que renunciaron a sus empresas entre agosto y octubre del año pasado.
El fenómeno, que no es exclusivo de los EEUU ni mucho menos pero que allí fue noticia por su magnitud, llevó a que el mismísimo presidente Joe Biden le pidiese a las empresas que ofrezcan mejores condiciones laborales para atraer trabajadores y/o evitar su fuga. En agosto se produjo un récord de renuncias sin parangón en casi tres décadas: dejaron sus puestos 4.300.000 personas. Las autoridades no habían llegado a reaccionar, cuando la Oficina de Estadísticas Laborales (BLS, por sus siglas en inglés) informó que en septiembre hicieron lo propio 4.400.000 hombres y mujeres. En apenas dos meses, más del 6% de la fuerza laboral total.
¿Se fueron a su casa a descansar? No. ¿Emularon a Norman Briski en la película La Fiaca? Tampoco. Aunque algunos de los elementos que esgrimía Briski en el entrañable filme de 1969, que coprotagonizó Norma Aleandro, están en la base de este fenómeno. A saber: jornadas laborales muy extensas combinadas con bajos salarios y condiciones laborales precarias, todo lo cual deriva en agotamiento y desmotivación.
Precarización laboral
Cuestión que esto ya ocurría antes de que se diese a conocer en sociedad el virus SARS-CoV-2. Pero, como ocurrió con casi todo a nivel planetario, la pandemia corrió los velos.
Claro que uno de los principales dramas del coronavirus fue la pérdida de puestos de trabajo (unos 255 millones en 2020 contando despidos y reducción de jornadas y sueldos, según la OIT), pero resulta que entre aquellos que no lo perdieron surgió una suerte de rebelión: basta de estar 10 ó 12 horas fuera de casa, de levantarme cada día tempranísimo y salir corriendo hacia un colectivo/tren/subte atestado de gente para ir a un lugar en el cual no quiero estar y hacer algo que no me interesa hacer, con jefes que saben menos que yo pero que están ahí vaya a saber porqué, de no ver a mi familia, a mis hijos, de no tener tiempo para mí, de llegar agotado, estresado, “quemado”… por un sueldo que no me alcanza para llegar a fin de mes.
Al mismo tiempo, se corrió el velo de que no pocos acrecentaron fuertemente sus fortunas durante la mayor tragedia mundial en más de un siglo, mientras la inmensa mayoría pasó a vivir peor. “La pandemia no ha inventado nada nuevo. Sólo aceleró los tiempos de la crisis y dejó caer el velo de una ‘normalidad’ donde lo que reina es la desigualdad y el sálvese quien pueda. Pero también aceleró los tiempos de hacia dónde se va a definir la transición histórica que atravesamos”, reflexionaron los profesionales de la UNLP Carla Giles, José Arlegui y Brenda Castro en una nota publicada por 90lineas.com (¡En este país no se puede vivir! ¿Qué hay en la base del hartazgo social?).
Es decir que “todos los males de este mundo”, como cantaba Spinetta, ya existían; el virus vino a correr el telón del teatro y los dejó al descubierto, en muchos casos de manera escandalosa
“¿Por qué hay que trabajar todos los días? Esta no es la canción de Zapata ‘No vamo a trabajar’ (…) Tuvo que llegar una pandemia para que esa pregunta pudiera correrse del registro del humor y ubicarse en el orden de lo posible”, planteó Sonia Santoro en su artículo “Los trabajos y el tiempo” (P12, 6 de diciembre de 2021).
Siguió: “Entre quienes tuvieron la posibilidad de teletrabajar, muchos y muchas no quieren volver a la normalidad anterior. La de todos los días viajando como ganado y/o atorados en el tráfico para atravesar la o las ciudades y llegar a una oficina a hacer un trabajo que podrían hacer desde su casa. Tal vez una o dos veces por semana, un sistema mixto, más racional que la supuesta racionalidad del trabajo medido por horas ocupando un espacio”.
Precarización laboral
“Dicho esto, la pandemia demostró que había cosas que podían resolverse sin presencialidad y que hacían la vida más fácil. Ejemplo, las recetas médicas virtuales. También dejó en evidencia que quienes trabajan bien, lo hacen de manera remota o presencial, y quienes no, no lo hacen de una forma ni de la otra”, reflexionó Sonia Santoro en un artículo que entronca a la perfección con el fenómeno que se está dando a nivel mundial.
“Síndrome del trabajador ‘quemado’ (burn-out) por agotamiento, descontento por salarios bajos, rigidez y precarización en las condiciones laborales que ofrecen las empresas, impacto de la Covid-19, son algunas de las hipótesis que ensayan analistas en todo el mundo -también en la Argentina- para explicar un fenómeno que arrancó en EEUU y que se bautizó como ‘la Gran Renuncia’ (the Great Resignation); millones de personas que renuncian a sus empleos expresando un malestar generalizado en la pospandemia”, resumió Martín Piqué (“¿Qué es La Gran Renuncia? El efecto pospandémico que explica el éxodo laboral”, diario Ámbito, 30 de noviembre de 2021).
“La pandemia dejó en evidencia que quienes trabajan bien, lo hacen de manera remota o presencial, y quienes no, no lo hacen de una forma ni de la otra”
Demás está decir que hay numerosas actividades que no admiten el trabajo a distancia. Así como que en economías pauperizadas la prioridad es generar empleo y/o pagarle un salario digno a quienes trabajan y no cobran o bien cobran sueldos de hambre y en negro, como por ejemplo en la gigantesca “industria del cuidado”, que muchísimos políticos y políticas parecen haber descubierto luego de que la pandemia corriese ese velo.
Precarización laboral
Lo cierto es que la pandemia aceleró la discusión acerca de reducir las jornadas laborales o incluso la semana laboral.
La empresa mendocina que redujo la semana laboral
Verónica Gottau, magíster en políticas educativas de la Universidad Torcuato Di Tella, nos envió un artículo titulado “Midas, la primera empresa mendocina en reducir la semana laboral a 4 días”, publicada en EcoCuyo y firmada por Mariana Zeitune.
Es una experiencia pionera en el país, de la cual hablan sus responsables. En un tramo de la entrevista, explican: “Debido a que en ciertas posiciones no es posible implementar esta modalidad (4 días laborables por semana) a causa de las características propias del trabajo, en esos casos hemos decidido sumar una semana adicional de vacaciones”.
Jornadas con menor carga horaria; buenas condiciones laborales; buenos salarios; esquema mixto (presencial/teletrabajo); semanas laborales reducidas; vacaciones adicionales para quienes no pueden trabajar a distancia… La pospandemia ha enterrado definitivamente la anacrónica “cultura” de “agarrá el pico y la pala”. Más aún en las nuevas generaciones que observan que la oferta laboral está por debajo de su formación o muy mal paga en relación a la exigencia; que el lema de sus padres -“con trabajo y esfuerzo…”- jamás les alcanzará para comprarse una casa, un auto, irse de vacaciones.
La precariedad laboral afecta a 7 de cada 10 jóvenes en la Argentina
Un tema que ya está instalado y es apasionante. Y no es broma: en la primera potencia económica mundial no renuncian a sus empleos casi 9 millones de personas en dos meses porque sí; la mayoría está en busca de algo mejor, otros ya lo encontraron, y otros se dieron cuenta de que ganaban lo mismo o más emprendiendo por su cuenta e incluso trabajando desde sus casas. Todo ello ha provocado en aquel país un fenómeno inédito: en muchos rubros la oferta laboral supera con creces a la demanda. Entretenimiento, artes, comunicación, recreación, gastronomía, hotelería, educación y servicios de salud, son sólo algunos de los más afectados.
Es que como dijo Sonia Santoro: “La pandemia dejó en evidencia que quienes trabajan bien, lo hacen de manera remota o presencial, y quienes no, no lo hacen de una forma ni de la otra”.
Precarización laboral
Precarización laboral
Precarización laboral