Era un día de agosto de 2005. Raquel Mason, una vecina de San Lorenzo de El Escorial, ciudad serrana ubicada al NO de la provincia española de Madrid, estaba en la ciudad de Bodhgaya, en India, donde Buda alcanzó la iluminación hace 2.500 años. Era una turista más. Y como tal, necesitaba orientarse para llegar a un lugar.
El destino quiso que le preguntara a Chandan, un joven de veintipico de años rodeado de chicos. Y se entabló una charla. Era un maestro. Y los niños, sus alumnos. «También doy clases en mi aldea, en Amwan, a cuatro kilómetros de aquí”, le comentó el joven maestro. Y Raquel fue a conocer el lugar.
Y (¿otra vez el destino?) se topó con Akshy, un niño que apenas podía ver. Raquel preguntó qué le pasaba y le contaron que se estaba quedando ciego porque tenía conjuntivitis.
No podía entender la situación. ¿Se quedaría ciego por una simple conjuntivitis?
“Acá no todos tienen acceso a un hospital”, le explicaron. “Y menos a pagar una visita al médico”.
-¿Cuánto cuesta? – preguntó ella.
-“Un euro” -le respondieron.
Sí. Un euro. En aquel entonces, el 20 por ciento de un atado de cigarrillos en España. En la actualidad, el 23,5 por ciento de un boleto de micro Collado Villalba – Madrid (un viaje equivalente al de Quilmes – Buenos Aires, por ejemplo). El 34 por ciento de una caña (vaso de cerveza de aproximadamente 200 mililitros) en un bar de la capital española.
Raquel lo llevó al médico, pagó el equivalente a un euro en moneda india, unas gotas de colirio, y solución para lo que, con el tiempo, se convertiría inevitablemente en ceguera para el pequeño Akshy.
Esa realidad impactó tanto a Raquel que la llevó a pagar de su bolsillo unos ventiladores para que los niños pudiesen soportar el indescriptible calor con el que convivían (y conviven) todos los días: más de 40 grados y 100 por ciento de humedad. Y también unos pupitres.
Al regresar a su San Lorenzo de El Escorial natal se lo comentó a sus amigas Elena Terol, trabajadora social, y Adela Ortiz. Y decidieron hacer ‘algo’.
Poco después, para sorpresa de Raquel, le llegó una carta del maestro Chandan, donde le detallaba lo que había hecho con el dinero que le dejó.
En dos años, las tres mujeres montaron la Asociación Akshy India, en honor a aquel niño que se quedaría ciego por ‘un euro’. Construyeron en Amwan una escuela donde cientos de niños y niñas dalits (intocables), el estrato más bajo de la sociedad india, estudiaron y estudian hasta hoy con un plantel de maestros, con sus uniformes (obligatorios en el gigante asiático, una herencia británica), con un comedor donde se alimentan adecuadamente, con todo el material escolar necesario y con atención sanitaria completa. Sin ayuda ni subvenciones oficiales, sino con padrinos que colaboran desde la sede de la Asociación en España.
En 2008, Raquel decidió dejar su “cómoda vida en España para perseguir un sueño, el de un mundo más justo”.
Quiso que su vida “tuviera un verdadero sentido, convencida de que debemos de sentir una responsabilidad universal dentro de nosotros hacia los demás” (ver recuadro al pie de la nota).
Un euro. La diferencia entre ver o ser ciego de por vida por una simple conjuntivitis. Un euro, o un dólar: la diferencia entre la vida y la muerte para millones de niños y niñas que, en cada vez más lugares del planeta, crecen desnutridos.
No es un tema exclusivo de la India o del África ni muchísimo menos. Es cada día más latinoamericano y, por ende, muy argentino.
En lo que va de 2024, la pobreza alcanzó a 7 de cada 10 niñas y niños argentinos, mientras que 3 de cada 10 están en la pobreza extrema, de acuerdo a un reciente informe de Unicef.
Ello ocurre en el ‘granero del mundo’, donde en lugar de una Raquel Mason hay una Sandra Pettovello que mantiene encerrados con siete mil llaves toneladas de alimentos a punto de vencer. Ello ocurre en el país donde los terratenientes no liquidan la cosecha especulando con la suba del dólar, lo cual haría subir sustancialmente sus fortunas y también la cantidad de niños y niñas en pobreza e indigencia.
La crueldad no es india o africana. La crueldad no tiene continente ni nacionalidad.
Un euro. La diferencia entre vivir dignamente o morir de sed y hambre.
¿Cuál será el ‘euro argentino’ a pagar para cambiar esta situación aberrante, intolerable, sádica, impensable hasta no hace tanto y naturalizada por los grandes medios de comunicación y por la casta política con LLA a la cabeza?
Habrá que averiguarlo. Urgente. Porque si no nos contagiamos aunque sea un poco del espíritu de Raquel Mason, seremos cómplices de algo siniestro: “La evidencia es contundente, cuando hay problemas de inseguridad alimentaria hay también dificultades de atención, de aprendizaje, problemas cognitivos y situaciones de estigmatización (…) En la primera infancia se tienen que solucionar esos problemas desde el momento cero porque, si no, cuando queramos hacer algo ya será tarde”, avisó Sebastián Waisgrais, miembro de Unicef.