Las chicas llevaban la comida y los chicos la bebida. La pista de baile era el patio, el comedor o el garaje de una casa. La música la programaban dos o tres que no eran muy amigos del baile -o directamente, unos pataduras, como quien escribe- en un tocadiscos Wincofón, al que todos llamábamos simplemente Winco. Los malones o asaltos marcaron a fuego nuestra feliz infancia.
Corrían los años 1973, 1974… Los compañeros y compañeras de grado eran los amigos del barrio. La escuela, pública, era la del barrio. La única. La mejor.
A contraturno de la escuela, el “campito” nos esperaba para jugar horas y más horas al fútbol. Ir a “tomar la leche” a la casa de uno de los chicos (amigos del barrio/compañeros de escuela) era lo más común del mundo. Si no había fútbol, se imponía la bicicleta. Recorríamos el barrio y otros barrios en bici, y si empezaba a hacerse de noche y estábamos lejos de casa apurábamos el regreso para evitar una calentura del viejo o la vieja. Pero no pasaba de ahí: la bronca era por haber estado mucho tiempo “vagueando”, no por estar en la calle. La calle era el lugar de crecimiento y socialización natural.
1974 fue un año maravilloso para Argentina. Pero lo que nosotros ignorábamos, como buenos pibes y pibas de 9, 10, 11 años, era que estábamos a las puertas de que aquella escuela pública policlasista y exigente empezara a ser reemplazada por el colegio privado (en rigor, con aportes del Estado, pero con cupo, uniforme y “derecho de admisión”); a las puertas de que el Winco (1980) y el Rastrojero (en el mismo año) se dejasen de fabricar, y con ello como símbolo, comenzara el primer industricidio argentino; a las puertas de que el barrio, por “arte de magia”, dejase de ser un lugar seguro para jugar y crecer.
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El Rastrojero fue más que un símbolo. Cuando la dictadura lo hundió para siempre era la pick up más vendida del país por lejos, aventajando a la Ford (F100) y a Chevrolet por varios cuerpos. “En ese momento, la empresa contaba con más de 70 proveedores, 100 concesionarios en todo el país y más de 3.000 empleados. Su vehículo más popular, el Rastrojero Diesel, dominaba cómodamente el mercado de pick ups diésel con el 78% de participación” (ver nota Rastrojero: ¿ejemplo a seguir 70 años después?).
En la misma época –1976 a 1983– cerraron más de 20.000 pymes. Es decir, el núcleo de la industria nacional y el sector que siempre generó la mayor cantidad de empleo registrado y calificado en el país.
En la misma época, empezó el declive de Altos Hornos Zapla en Jujuy. La megaempresa, fabricante de acero 100 por ciento argentino y de exportación, fue lentamente vaciada hasta que Carlos Menem, cabeza de la continuidad liberal iniciada por Martínez de Hoz en la dictadura, la incluyó en 1989 en el paquete de firmas nacionales a privatizar.
Así fue muriendo, entre la dictadura iniciada en marzo del ‘76 y los gobiernos neoliberales en democracia -fundamentalmente entre 1989 y 2001-, la Argentina de aquel icónico 1974, año en que tuvimos “los mejores niveles de industrialización de la historia” (discurso del titular de la UIA, Héctor Méndez, el 2 de septiembre de 2015); año en que “más del 90 por ciento de los alumnos iban a una muy buena escuela pública” (Felipe Pigna en El País de España, 7 de julio de 2016); año de pleno empleo (2,7% de desocupación; los técnicos afirman que hasta 4% se considera pleno empleo); año de un país de clase media (más del 65% de la sociedad); año de un 8% de pobreza (o sea, no existía la pobreza estructural) y de menos de 10% de informalidad laboral; año de una deuda externa perfectamente manejable (4.800 millones de dólares heredados de las dictaduras de Onganía y Lanusse).
Así fue muriendo el sueño de los generales nacionalistas Enrique Mosconi, Manuel Savio y Juan D. Perón de un país que cambiara su histórica economía agroexportadora en manos de una élite social por otra que tuviera a las industrias de base como motor del crecimiento.
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La consolidación de una Argentina industrial, de clase media, con excelente educación pública y una sociedad culta (en 1974 los argentinos leían en promedio 3 libros al año y menos de uno en 1981; el bagaje lingüístico de los ciudadanos era de 5.000 palabras por habitante entre 1973 y 1974 y bajó a menos de 1.500 p/h para 1980 –Unesco-) no entraba en los planes que tenía EEUU para Sudamérica, por lo cual puso en marcha el plan Cóndor (2).
Así como en los años ‘60 y ‘70 del siglo XIX el Paraguay de Francisco Solano López era un mal ejemplo para el resto de países del subcontinente y el Imperio Británico armó la Guerra de la Triple Alianza, el Chile de Salvador Allende y el peronismo de regreso en Argentina tras casi 20 años de proscripción eran un mal ejemplo en los primeros 70’s del siglo XX, en opinión del Tío Sam. No por nada sobrevinieron nada menos que las dos peores dictaduras que tuvo América del Sur, con Pinochet al otro lado de la cordillera (primer gobierno de la historia mundial que puso en marcha las ideas ultraliberales de Milton Friedman/Escuela de Economía de Chicago) y Videla/Martínez de Hoz en estas pampas.
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La lumpen gran burguesía argentina
La gran burguesía argentina siempre fue cipaya. Tras las guerras internas del siglo XIX ganadas por los unitarios, la oligarquía terrateniente impuso definitivamente su modelo de exportación de cereales y carnes a cambio de manufacturas que eran fabricadas en los países centrales, básicamente en Inglaterra y Francia. Así, a la clase alta argentina, que jamás tuvo un proyecto de nación sino un proyecto de clase, “le alcanzaba con alambre de púa, vacas y ovejas” (Alan Beattie, Falsa Economía, 2009) para vivir desentendida del campo e imitar a la nobleza europea (2).
La gran burguesía industrial que germinó en los ‘30, se expandió merced al peronismo y se consolidó desde 1955 en adelante, tampoco tuvo un sesgo nacionalista: financió a la dictadura de 1976-1983, la cual atacó las bases de la industria nacional e impuso la financiarización de la economía, creció durante esos años nefastos para el país y, cuando languidecía el régimen, se benefició del mayor acto de corrupción de la historia argentina: la estatización de la deuda privada.
En los ‘90, la gran burguesía argentina -ahora latifundista, industrial y financiera– fue el actor central de la fiesta del remate de las empresas del Estado que llevó décadas levantar, del endeudamiento a mansalva para mantener el dólar planchado y el falso 1:1 y de la timba financiera (ahora, carry trade, que suena más sofisticado).
¿Quién pagará el Pato, Donald?
Hoy tenemos en EEUU a un Donald Trump recargado. Recargado en sus políticas racistas, misóginas y homofóbicas, pero sobre todo en su nacionalismo económico. Y cuando la potencia con la cual Argentina se alinea cierra sus fronteras para que crezcan sus industrias y el trabajo calificado puertas adentro, necesita materias primas puras para procesar, para manufacturar, para agregarles valor. Y allí es donde encajan a la perfección los proyectos de Trump y el proyecto de Milei.
-Quiero litio. Puro.
-Tenemos.
-Trato hecho.
Y así con el resto de los minerales que sobran en nuestro suelo, con el gas, el petróleo y demás. Aquí, una clase dominante que concentra la riqueza, importaciones hasta de galletitas y frutas a la orden del día, desempleo y/o trabajo precario, pobreza estructural de por vida, endeudamiento eterno, un Estado más que débil lo cual implica educación y salud públicas por el piso; allá, una nación que se reindustrializa, crea trabajo calificado, expande su clase media, el consumo interno, la calidad de vida de su población.
Todo Runciman necesita un Roca. Y lo tuvo. Cuando se firmó en 1933 el humillante tratado Roca-Runciman entre Argentina e Inglaterra, el entonces vicepresidente e hijo del “conquistador del desierto” Julio A. Roca adujo en Londres que “la Argentina era, desde el punto de vista económico, una parte integrante del imperio británico. Otro miembro de la delegación sostuvo a su turno que ‘la Argentina es una de las joyas más preciadas de su graciosa majestad’” (El Historiador).
Todo Trump necesita un Milei. Y lo tiene. Era cierto: estamos regresando al “glorioso” 1910. Que Dios nos ampare.

PD.- Existe una esperanza: retomar el camino virtuoso que abandonamos en 1974, con el aggiornamento lógico que los tiempos demandan. La pregunta del millón es: ¿quiénes tienen lo que hay que tener para encabezar esa patriada?
(1) El Plan Cóndor fue un sistema formal de coordinación represiva entre los países del Cono Sur, respaldado por los Estados Unidos, que funcionó desde mediados de la década del setenta hasta iniciados los años ochenta para perseguir y eliminar a militantes políticos, sociales, sindicales y estudiantiles de nacionalidad argentina, uruguaya, chilena, paraguaya, boliviana y brasileña (CELS).
(2) “A primera vista, las economías de Argentina y Estados Unidos parecían similares: naciones agrarias que empujaban la colonización hacia el oeste, hacia un desierto de praderas templadas. En ambas naciones, el ganadero fronterizo –el gaucho y el vaquero– fue elevado a la categoría de símbolo nacional de coraje e independencia. Pero hubo grandes disparidades en la forma en que esto sucedió. Estados Unidos eligió un camino que repartía nuevas tierras entre individuos y familias; Argentina las entregó a manos de unos pocos terratenientes ricos (‘Argentina, la superpotencia que nunca fue’, Alan Beattie, 22 de mayo de 2009, Financial Times).
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