“Quizás porque mi niñez sigue jugando en tu playa / Y escondido tras las cañas duerme mi primer amor, llevo tu luz y tu olor por dondequiera que vaya / Y amontonado en tu arena, guardo amor, juegos y penas…”
Los primeros acordes y estrofas de la canción Mediterráneo erizan la piel. En la península ibérica algunos la llaman “la primera obra maestra española”. Y a pesar de la persistencia de “las dos españas”, eso se afirma en Madrid, Cataluña, Euskadi, Galicia y Andalucía. Y en Argentina, para millones, también es así.
Un poema sublime “sin cursilerías”, definió Ulises Fuentes el 6 de junio del año pasado en el diario español La Razón. Precisamente en 2021 se cumplió medio siglo de la publicación del emblemático tema en el LP que lleva su nombre y que bien podría definirse como un madrugador grandes éxitos del cantautor, pues contiene piezas como Aquellas pequeñas cosas, La mujer que yo quiero, Pueblo blanco, Tío Alberto, Qué va a ser de ti, Lucía, Vagabundear, Barquitos de papel.
“Yo, que en la piel tengo el sabor amargo del llanto eterno, que han vertido en ti cien pueblos de Algeciras a Estambul para que pintes de azul sus largas noches de invierno / A fuerza de desventuras, tu alma es profunda y oscura…”
En noviembre del año 1970, su época de mayor activismo, un Serrat de 27 años se encerró con más de trescientos artistas y académicos en el Monasterio de Montserrat, en Barcelona, para protestar por el denominado “Proceso de Burgos”, por el cual la dictadura de Francisco Franco condenó a muerte a 6 miembros de la banda terrorista vasca ETA. La enorme movilización social hizo que el régimen tuviese que cambiar la pena de muerte por prisión perpetua.
Pero el cantautor necesitaba parar. Estar solo, tranquilo, hacer un largo viaje interior. Incluso anunció un retiro temporal. En ese tiempo nació Mediterráneo, la canción y el álbum.
“A tus atardeceres rojos se acostumbraron mis ojos como el recodo al camino / Soy cantor, soy embustero, me gusta el juego y el vino, tengo alma de marinero / Qué le voy a hacer, si yo nací en el Mediterráneo…”
Hay más de una versión sobre el lugar donde compuso Mediterráneo.
Dicen algunos que empezó a escribirlo en la Costa Brava, en Calella de Palafrugell (provincia catalana de Gerona), y que lo terminó en Fuenterrabía (País Vasco) y Cala d’Or (Mallorca). Otros afirman que comenzó a componer durante la protesta en el Monasterio de Montserrat. Pero el propio Serrat dijo en una entrevista publicada por el El País de España en 2014 que, al menos la canción, nació durante su exilio en México a raíz de su enorme añoranza por el (segundo) mar más grande del planeta.
“Y te acercas y te vas después de besar mi aldea / Jugando con la marea te vas pensando en volver, eres como una mujer perfumadita de brea / Que se añora y que se quiere, que se conoce y se teme / Ay, si un día para mi mal viene a buscarme la parca, empujad al mar mi barca con un levante otoñal y dejad que el temporal desguace sus alas blancas / Y a mí enterradme sin duelo, entre la playa y el cielo…”
El mayor cementerio de migrantes del planeta
La belleza inconmensurable de la obra de Joan Manuel Serrat; la hermosura infinita de ese mar turquesa que une Europa, Asia y África desde hace miles de años; los misterios, mitos y leyendas que guarda tras haber visto evolucionar a numerosas civilizaciones, como los fenicios, egipcios, griegos, hebreos, romanos, cartagineses, entre muchas otras, en sus más de 2,5 millones de kilómetros cuadrados y 1.400 metros de profundidad, desde hace unos años -nada comparado con su milenaria historia- choca de frente como dos trenes de alta velocidad cuando uno lee: “El Mediterráneo, el mayor cementerio de migrantes del mundo” (ABC, 6 de octubre de 2017).
O “Publicaron los nombres de los 34.361 hombres, mujeres y niños que murieron intentando llegar a Europa” (The Guardian, 20 de junio de 2018).
“El Mediterráneo, cementerio de pobres” (El Viejo Topo, 4 de septiembre de 2019).
O una noticia más puntual, de esas que dos por tres titulan algunos periódicos: “Migración: más de un centenar de desaparecidos tras naufragar una embarcación frente a las costas de Libia. La ONG SOS Méditerranée localiza una decena de cadáveres, mientras sigue buscando supervivientes” (El País de España, 23 de abril de 2021).
“En la ladera de un monte, más alto que el horizonte, quiero tener buena vista / Mi cuerpo será camino, le daré verde a los pinos y amarillo a la genista / Cerca del mar, porque yo… Nací en el Mediterráneo, Nací en el Mediterráneo, Nací en el Mediterráneo…”
“Al menos 2.726 personas han desaparecido o muerto en el mar Mediterráneo tratando de alcanzar las costas europeas desde el 1º de enero hasta el 5 de octubre de 2017, lo que supone la mitad de las víctimas migrantes de todo el mundo” (ABC, 06/10/2017).
“El periódico británico The Guardian publicó el miércoles 20 de junio de 2018, con motivo del Día Mundial del Refugiado, un listado con los nombres de 34.361 hombres, mujeres y niños que murieron en su intento por llegar a Europa escapando del hambre, la persecución política y religiosa o la guerra de sus países en África y Medio Oriente. La cifra fue compilada por la red europea Unión por la Acción Intercultural, compuesta por 550 organizaciones antirracistas de 48 naciones. La lista recopila las muertes registradas desde el año 1993 (…) y solamente menciona a aquellos refugiados cuyas muertes han sido registradas: las más de 500 organizaciones aseguran que el número real de víctimas es muy pero muy superior” (The Guardian e Infobae, con agregados de la Redacción de 90 Líneas, 20/06/2018).
“Mientras la culta Europa mira hacia otro lado, miles de subsaharianos mueren ahogados en las aguas de un mar cuya historia está cargada de acontecimientos. Tres civilizaciones, dirá Braudel, han confluido en su articulación política, dando vida a personajes, proyectos de dominación y desencuentros. Ha sido campo de guerra, de control imperial. Ha enfrentado a Occidente, Roma y Grecia; cristianos, ortodoxos y musulmanes. Hoy es un cementerio de indigentes. La aporofobia: miedo, rechazo, aversión a los pobres, se apodera de las clases dominantes de la Europa mediterránea”.
“Miles de migrantes viven una tragedia. Huyen del hambre, la tortura, guerras civiles (…) Ingenuos, piensan ser recibidos con los brazos abiertos. Sin embargo, no son bienvenidos por los gobiernos y autoridades. Provienen de una patera, no de yates o cruceros que hacen la ruta turística por un Mediterráneo donde todo es maravilloso. De ser sus ocupantes los damnificados, nadie recriminaría la acción de salvamento. Pero los sobrevivientes son pobres y sus historias, irrelevantes. No pertenecen a la beatiful people, ni beben champagne, ni poseen generosas cuentas bancarias”.
Las descarnada descripción del chileno Marcos Roitman, doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid y profesor titular de Sociología en dicha casa de estudios, es un golpe feroz a la boca del estómago.
El arte cura
¿Cómo compatibilizar semejante belleza artística con tamaña aberración humana?
El arte cura. El arte eleva. El arte impulsa a nunca bajar los brazos y, con todo y a pesar de todo, seguir luchando cada día contra el racismo, la xenofobia, la aporofobia, la discriminación. La creencia de unos pocos, poderosos unos y ruidosos sus deleznables y ciegos seguidores, de que hay humanos superiores a otros. Que al fin y al cabo, la única lucha que se pierde es la que se abandona.
Disfrutemos de esa canción maravillosa, pues a lo largo de la historia se compone sólo un puñado de ellas. En su “perfecta” versión de estudio. O con Joan Manuel Serrat en directo.