solo quedó el peronismo
Un 15 de junio, pero hace 69 años, aviones argentinos con pilotos argentinos se aprestaban para llevar a cabo el mayor atentado terrorista de la historia argentina; la más vil y cobarde misión a la que podría prestarse alguien que hizo la carrera militar: bombardear y asesinar a compatriotas civiles indefensos. “El ataque aéreo se realizó en sucesivas oleadas, entre las 12:40 y las 17:40. La Casa Rosada, la Plaza de Mayo y sus adyacencias (donde se registró el mayor número de víctimas), el Departamento Central de Policía y la residencia presidencial (ubicada donde hoy está la Biblioteca Nacional) fueron los principales objetivos. Además de los más de trescientos muertos, el ataque dejó como saldo más de mil doscientos heridos” (1).
Fue el antecedente del golpe de Estado del 16 de septiembre de 1955. Ese día se puso fin al mayor proceso emancipador que conoció el pueblo y la nación argentina desde que amaneció el siglo XX hasta hoy. Y ese día, como nunca antes, ese pueblo comprendió que sólo le quedaba aferrarse al peronismo para mantener en pie sus sueños de una vida digna de ser vivida en una patria justa, libre y soberana.
Sobrevinieron años durísimos. Persecuciones, cárceles, torturas, fusilamientos clandestinos. Como todo lo que siempre hizo y hace “la contra”, como la llamaba Eva María, estuvo teñido de actos ilegítimos y hasta ilegales, de maniobras turbias, con traidores a la orden del día. ¡Si hasta el vicepresidente Alberto Teisaire traicionó a Perón!
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Volviendo al 16 de junio, como bien cuenta el académico Horacio Micucci en su artículo El bombardeo de Guernica y el bombardeo de Plaza de Mayo, “el propósito de la conjura, tras asesinar al presidente de la Nación (Juan D. Perón), era instaurar un triunvirato civil integrado por Miguel Ángel Zavala Ortiz (dirigente de la UCR), Américo Ghioldi (dirigente del Partido Socialista) y Adolfo Vicchi (del Partido Conservador)”.
Y al pueblo trabajador, sólo le quedó el peronismo. Resistió. Una y mil veces, resistió. Hasta que en 1973 se volvió al gobierno y, un año más tarde, merced a esa resistencia de la CGT (no vandorista) y de experiencias agridulces como la de Frondizi y la del médico industrialista Arturo Illia -hoy en día absuelto por la historia-, más aquel pueblo siempre movilizado, se llegó a un pacto social inédito, a un 2,7% de desocupación, a una industria nacional pujante, un 8% de pobreza y apenas un 10% de informalidad laboral. Mientras, la escuela pública recibía a más del 90% de los niños y niñas, y la sociedad vernácula se jactaba de culta, y con razón.
Escribimos en esta revista digital hace más de un par de años: “Según un informe de la UNESCO, en 1974 se imprimieron en el país 50 millones de libros, cifra que se redujo en un 66% para el período 1979-1982. Así, mientras en 1974 los argentinos leían en promedio 3 libros al año, en 1976 ya eran 2, en 1979 apenas uno, y menos de uno para 1981. Una de las consecuencias: el bagaje lingüístico de los ciudadanos subió de 4.000 a 5.000 palabras por habitante entre 1973 y 1974, mientras que bajó a sólo 1.500 palabras por habitante entre 1976 y 1980. Los tremendos efectos de ese ‘genocidio educativo-cultural’ se profundizaron hasta el infinito con la reforma educativa de los ’90. Ahora vienen por la educación superior…”
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Como en aquel 1974 la distribución de la riqueza cayó del lado del Trabajo (51%) a costa del Capital (49%) y aquello amenazaba con seguir creciendo, al igual que en 1955 crecía en Córdoba el proyecto de país industrial con la construcción de autos, motos, helicópteros, aviones, pickups, tractores, motores, etc, etc, 100 por ciento argentinos, y en las instalaciones del Astillero Río Santiago asomaba el proyecto de una gran flota mercante y de guerra made in Argentina, el poder económico concentrado decidió ponerle fin de la forma más brutal en marzo del ‘76.
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Luego, un tobogán enjabonado, que recién en 2002/2003 pudo revertirse merced a tipos corajudos como Remes Lenicov y Néstor Kirchner, en aquel entonces un ignoto líder del peronismo patagónico. Sobrevinieron entonces, tras el cataclismo liberal de la segunda década infame (1989-2001), años de expansión de la industria nacional, creación de trabajo argentino calificado y no calificado pero siempre bien pago, cancelación de la deuda externa y «raje» con aviso del FMI, educación superior de calidad, ciencia y tecnología con desarrollos inéditos, una inflación que siempre perdía por goleada contra las paritarias, 5,9% de desocupación en el tercer trimestre de 2015, el «peor de los pecados»: la distribución del ingreso volvió a favorecer al sector del Trabajo a costa del Capital, y el segundo índice de Gini (coeficiente que mide la desigualdad social) más bajo de la historia: 0.39 (0.36 en 1974). Entonces, los poderes fácticos forzaron la tercera etapa neoliberal.
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Hoy nos encontramos ante una situación inédita. Tenemos un gobierno que llegó a la Rosada y al Congreso pero que no cree en la democracia, un gobierno que no habla de patria ni de pueblo ni de industria nacional ni de trabajo argentino. Quiere poner todos nuestros recursos naturales a merced de grandes capitales trasnacionales a quienes nada les pide a cambio de que se lleven todo, concentrar la riqueza en cada vez menos manos, expandir la pobreza hasta el infinito como reservorio de mano de obra barata, y desmantelar el Estado (incluyendo los sistemas de educación y salud pública) para que ningún cabecita negra tenga adónde recurrir. Encima, te mata a palos si protestás. No reparte alimentos a los pobres ni medicamentos a enfermos terminales y se regodea festejando triunfos pírricos en el Congreso gracias a la compra de legisladores y a costa de los jubilados, los universitarios, los recursos naturales, y un eterno etcétera.
Los radicales -no todos, nobleza obliga- han levantado la mano para vender la patria y condenar al pueblo a 30 años de miseria mediante el RIGI. Siguieron el ejemplo de Zavala Ortiz, pero sin aviones ni bombas, sólo con blindaje mediático. Del Pro nunca hubo nada que esperar: cogobiernan. Y como siempre, peronistas vandoristas dieron la nota vendiéndose al poder de turno.
¿Y entonces? Entonces, como dicen ahora, “que la cuenten como quieran”, pero lo cierto es que, una vez más y van… al pueblo trabajador sólo le quedó el peronismo. Con 99 diputados y diputadas y 33 senadores y senadoras firmes como rulo de estatua; un gobernador bonaerense y pares de otras provincias que defienden al pueblo a capa y espada; un sindicalismo combativo que cada vez está más lejos de los «dialoguistas» de toda la vida -en rigor, colaboracionistas del poder económico concentrado-; cientos de intendentes que la pelean a diario contra el ajuste salvaje de la extrema derecha, y una estratega sin parangón al frente del mayor partido político del país.
Con las contradicciones con que nació aquel 17 de octubre de 1945, con sus internas insoportablemente interminables, pero con el espíritu intacto de seguir dando la pelea por una patria justa, libre y soberana, amigo mío, amiga mía, la única verdad es la realidad: casi como en aquel lejano 1955, al pueblo humilde sólo le quedó el peronismo. Desde allí habrá que tirar para plantarle cara a este desmadre que ni en nuestros peores sueños llegamos a vislumbrar.
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