el origen de la peregrinación
Por Virginia Bonard para Valores Religiosos *
“Había que dar cabida a la juventud desalentada y abandonada a una nueva forma de cambiar la realidad: desde el Evangelio y desde la Iglesia. Pero no desde lo que el imaginario popular tenía por Iglesia: la jerarquía, los curas, las tranzas con los poderosos de turno, el ‘no innovar que te fichan’. La Iglesia tal cual es: los sencillos, los humildes, los pobres, los que sirven… Y de eso había bastante en la Iglesia. De entonces y de ahora y de siempre”. Esto escribió el padre Ricardo Larken, miembro de la generación pionera que asumió desde el corazón y luego con su concreción la primera Peregrinación a Luján.
“Cuando ves a un paralítico empujar su silla de ruedas, padres empujar el cochecito con su hijo dormido, una persona renga caminar sin pausa, toda palabra queda demás. Ahí lo real es lo que se impone. Nadie obliga, nadie relata, nadie cuenta. En esta peregrinación de más de 40 años las cosas se viven, se ven y se experimentan con los ojos, el oído, y el corazón”. Esto lo subió a su cuenta de Instagram Pedro Limardo, “un joven arquitecto que trabaja en la villa 31, que quiere y busca encontrar eso de lo que tanto habla Francisco: la sabiduría del pueblo fiel. En épocas de mucha confusión en nuestra sociedad, los más humildes son los que tienen las cosas bien claras”.
¿Pero cómo se gestó lo que llegaría a ser la manifestación de fe más grande del país?
Elba Romitelli de Scutari (65), que se contó entre los organizadores de la primera peregrinación juvenil a Luján en el convulsionado 1975, accedió a contárselo a Valores Religiosos.
-¿Cómo fue que formaste parte de la gestación de la marcha a Luján?
-La peregrinación es el resultado de un proceso de formación que estábamos llevando a cabo como jóvenes de la parroquia Nuestra Señora del Carmen de Villa Urquiza, con el padre Raúl Rossi, ya fallecido (el 2 de febrero de 2003). ¿Qué formación? Pensar en el otro, en las necesidades de los otros.
«Lo pienso y me parece increíble haber llegado, no solo por la caminata, sino por la tensión de ir cuidando a los demás. Porque por la otra mitad de la avenida Rivadavia seguían pasando autos. La policía estaba, pero no para cuidarnos, sino para ver qué hacíamos» (Elba Romitelli de Scutari, una de las organizadoras de la primera peregrinación, en el convulsionado 1975, que se hizo sin la autorización de la jerarquía eclesiástica)
Era un momento muy particular de la Argentina; queríamos meternos en la realidad desde el amor y la Virgen. Nos formamos con el padre Rafael Tello, leíamos los documentos de la Iglesia, las devociones populares y la fuerza que tienen desde hace tantísimos siglos, y en las conversaciones surgió la peregrinación para jóvenes. Los jóvenes en la calle para pedirle a la Virgen que nos ayude, que nos una. No queríamos salir para hacer mal a nadie; pensemos en ese momento, cuando salir tenía una connotación muy riesgosa. De hecho nos costó mucho convencer a algunas personas de la Iglesia de aquel momento.
-¿Y cómo fue eso de convencer?
-Armamos audiovisuales con filminas y proyector, más el grabador, para contarles a los chicos de las parroquias de Capital y Gran Buenos Aires, con curas amigos, quién era María de Luján, la historia de la Virgen, de las peregrinaciones, del Negrito Manuel, y les decíamos que queríamos caminar. Y la propuesta prendía.
-¿Ya existía una Vicaría de Jóvenes en Buenos Aires?
-Estábamos en eso. El núcleo fue el padre Tello. La estructura eclesial se manejaba a través del padre Ricardo Larken, que reunía gente en Belgrano; del padre Rossi que nos juntaba en Urquiza; del padre Titín de la Barca, en Flores, y de Joaquín Sucunza.
Nosotros hicimos la peregrinación con el conocimiento del arzobispo, pero sin su autorización.
-¿Quién era en ese momento?
-El cardenal Antonio Caggiano. El argumento de la curia fue: “No sabemos nada”. Eso quería decir que íbamos por las nuestras. Fuimos desde San Cayetano de Liniers hasta Luján caminando de costado, agarrados de la mano los miembros del grupo grande que organizamos, manteniendo a todos los jóvenes que peregrinaban a la derecha de la avenida Rivadavia. El cantito era “a la dere, a la dere / a la derecha por favor”.
-¿Y cómo hacían con los baños?
-Eran los de las estaciones de servicio. Pero lo más maravilloso fueron las casas particulares, de gente común que abría las puertas y nos decía: “chicos, vengan al baño”. O señoras que desplegaban las mangueras de su jardín para darnos agua porque nos moríamos de calor.
-¿Con quién caminaste?
-Con quien es mi esposo desde hace casi 45 años, Rubén; con Marta Fierro, Juan Gay, Jorge Pérez, Norma Scrinzi, los hermanos Peña, José Luis Perrone, Ana Quina, Raúl Canali, Mario y Claudio Sala, Daniel Blanco, Caio Scarpone, Raúl Gabrielli, el gordo Gadea, el Negro Mercalli, Nelson Pollicelli, gente de los colegios Sagrada Familia de Urquiza, Del Carmen, Conservación de la Fe y Beata Imelda…
-¿Qué te queda de aquellos tiempos fundacionales y qué te suscita ver cómo creció la peregrinación?
–Realmente la Virgen quería eso y no me quedó ninguna duda desde ese primer día. Cuando volvíamos de dar las charlas en las parroquias sobre la peregrinación decíamos: “Si de acá viene uno o dos… está bueno”. La expectativa era que al llegar ese día nos juntáramos ¿100?, ¿200 capaz? Ya cuando llegamos ese 25 de octubre a San Cayetano y había varias cuadras llenas de jóvenes nos pareció milagroso. Rivadavia llena de gente amontonadita caminando…
-¿Cómo planearon esos 60 km?
-Íbamos todos atrás de la imagen de la Virgen, encolumnados. Adelante, la “Titina” (la camioneta del padre Titín) y una estanciera destartalada de Sucunza con algunas cosas básicas para el camino: comida, por ejemplo. Lo pienso y me parece increíble haber llegado, no solo por la caminata, sino por la tensión de ir cuidando a los demás. Porque por la otra mitad de Rivadavia seguían pasando autos. La policía estaba, pero no para cuidarnos, sino para ver qué hacíamos.
-Si tuvieras que hablar con alguien que nunca peregrinó, ¿qué le dirías?
–Que es una síntesis de la vida. Que es ponerse en marcha. A lo largo de la vida pasás muchas cosas y peregrinar hacia Luján es, en alguna medida, decir que mi vida tiene un fin trascendente y saber que tiene una compañía que es una Madre que nos protege, nos guía, nos escucha.
«En épocas de mucha confusión en nuestra sociedad, los más humildes son los que tienen las cosas bien claras»
Llegás sin fuerza a un lugar que tiene mucha fuerza. Sentís el abrazo. Así es la fe
Desde aquella primera peregrinación (…) hubo millones de historias personales de fe. Como en el caso de Ricardo Villarreal (59), de Monte Grande, papá de tres hijos de 31, 29 y 16, que acaba de cumplir 24 caminatas consecutivas.
-¿Cómo es tu historia?
-Es la historia de mi fe. Aunque recibí los sacramentos, nunca practiqué la religión católica. Pasados mis treinta y pico empecé con problemas familiares, un divorcio de por medio… Pasé de tener todo a no tener nada: me quedé sin mi familia. Un día hablé con un sacerdote y me comentó de la peregrinación. Tenía 35 años. Salí desde Morón. En esos años tenía un régimen de visitas para ver a mis hijos y justo los días de la marcha coincidían con esas visitas. Yo quería ver a mis hijos. Pero decidí caminar y me dio mucha culpa. Llegué a Luján, pero descompuesto, y dije “esto nunca más”. Al año siguiente, la fecha de la peregrinación otra vez coincidía con la de las visitas a mis hijos y dije: “Esta vez no me pierdo a los chicos”. Pero fui a Luján antes, el jueves, caminando solo por la orilla de la ruta. Y cada año cuando se va acercando la fecha parece que la olfateás, aparecen esas ganas de ir.
-¿Por qué peregrinás?
-Porque es un tiempo de purificación después de un año de egoísmos y miserias que me hace libre.
-Cuando llegás, ¿qué sentís?
–Llegás sin fuerza a un lugar que tiene mucha fuerza. Sentís el abrazo. Así es la fe.
*Esta nota se publicó originalmente el 10 de octubre de 2019 en www.valoresreligiosos.com.ar