la ignorancia al poder
De la Redacción de 90 Líneas.-
La falta de educación y de cultura conlleva, siempre y en cualquier rincón del mundo, la carencia absoluta de argumentos. Y si a la falta absoluta de argumentos se le suma una muy baja capacidad intelectual, el combo es fatal.
No obstante, ese combo protagonizó capítulos centrales de la historia argentina (y mundial, demás está decirlo). Podríamos arrancar con Rivadavia y su intento de asesinar a José Francisco de San Martín (así se llamaba), seguir por Roca y su genocidio disfrazado de conquista para poner cientos y cientos de miles de hectáreas de tierras en manos de unas pocas familias patricias -punto de partida de la cristalización del subdesarrollo argentino- y terminar el siglo XIX, en un brevísimo y más que incompleto recorrido, con la crisis autoinfligida de la Generación del 80 en 1890, de la cual los salvó el más lúcido integrante de esa clase dominante, el industrialista Carlos Pellegrini, a quien jamás le hicieron caso cuando postulaba que Argentina debía usar las pornográficas ganancias que daba el campo para industrializarse como, en ese momento, lo estaba haciendo Estados Unidos.
Pero ya en el siglo XX nos topamos con dos largos periodos dominados por personajes flagrantemente incapaces: la Década Infame que nació el 6 de septiembre de 1930 tras el primer golpe de Estado de nuestra historia, y los 18 años sin democracia que prosiguieron al sanguinario golpe de Estado de 1955.
El rol central que jugó durante la dictadura de Aramburu y Rojas el teniente coronel Carlos Eugenio Moori Koenig nos exime de cualquier explicación, aunque leer la nota a la que se puede acceder cliqueando sobre su nombre es un sano ejercicio para conocer en profundidad hasta dónde llegaba la ignorancia de aquellos dictadores.

Podríamos saltearnos unos años y adentrarnos en la noche del 29 de julio de 1966, cuando el dictador Juan Carlos Onganía «festejó» su primer mes de gobierno reventando a bastonazos a ilustres profesores y científicos argentinos, europeos y estadounidenses en la tristemente célebre Noche de los bastones largos. Dio comienzo entonces la gran fuga de cerebros de una Argentina que era ejemplo a nivel mundial por su nivel educativo y cultural, el cual se había disparado a finales de la década de los ’40 y ningún dictadorzuelo había logrado detener (hasta Onganía, claro).
En el artículo La noche que Argentina inició un camino descendente, reproducimos la carta de lector que le envió al editor de The New York Times, uno de los periódicos más influyentes del orbe, el profesor de Matemáticas Warren Ambrose, miembro del Massachussets Institute of Technology (MIT) -uno de los tres centros académicos más prestigiosos del planeta- que se hallaba haciendo un intercambio y dando clases en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA. El catedrático, considerado «el padre de la Geometría moderna», termina su misiva -cargada de indignación por la brutal represión que no podía entender- diciendo: «Esta conducta del Gobierno, a mi juicio, va a retrasar seriamente el desarrollo de Argentina por muchas razones, entre las cuales se cuenta el hecho de que muchos de los mejores profesores se van a ir del país». Huelgan las palabras.
Onganía y Cía, como sus predecesores y sus sucesores, le tenían pánico a la educación, a la cultura, al conocimiento. ¿Por qué? Muy simple: una sociedad educada, formada, culta, no puede ser sometida por el poder.

Ni hablar de lo ocurrido entre 1976 y 1983, cuando se implementó una política que provocó que la cantidad de libros leídos por habitante en nuestro país pasara de 3,4 al año en 1974 a 0,8 en 1981, lo cual llevó a que el bagaje linguístico de los argentinos y argentinas pasara de 5.000 palabras por habitante en 1974 a apenas 1.500 hacia 1980 (UNESCO). Fue un auténtico plan para embrutecer a la sociedad más formada y culta de América Latina. ¿Con qué finalidad? Dominarla.
Dijo Leopoldo Fortunato Galtieri (el militar alcohólico de la Guerra de Malvinas) el 4 de agosto de 1980: “En el campo intelectual la lucha es más larga, más a fondo (…) va a demandar mayor tiempo que la lucha militar” (“De libros, bibliotecas y bibliotecarios en tiempos de dictadura”, de Florencia Bossié, publicado por Memoria Académica de la Facultad de Humanidades de la UNLP). Toda una declaración de principios: para dominar a una sociedad hay que ganarle la lucha en el campo intelectual… ¿No les suena muy parecido a eso de la batalla cultural?
En los ’90, durante la segunda década infame, se reventó la maravillosa escuela pública argentina mediante la reforma educativa de 1994 (1996 en la provincia de Buenos Aires), extendiendo el nivel primario de 7 a 9 años, inventando un «polimodal» no obligatorio de tres años y vaciando los otrora prestigiosos colegios industriales. Bien lo sabe y nos lo contó el ex director del Colegio «Albert Thomas», Don Jorge Mattia.

Desde que asumió la ultraderecha, el 10 de diciembre de 2023, uno de sus objetivos principales fue -y sigue siendo- asfixiar mediante la desfinanciación a la educación superior y al sistema científico-tecnológico. Y han dado importantes pasos en ese sentido, tal como nos contó el investigador principal del Conicet y decano de la Facultad de Ciencias Exactas de la UNLP, Mauricio Erben. A la nota que se puede leer cliqueando en su nombre, donde entre muchas otras cosas afirma que «en Ciencias Exactas el presupuesto mensual asignado para gastos de funcionamiento en 2025 es de 28 millones de pesos, mientras que sólo la factura de electricidad de febrero ascendió a 26 millones», se puede añadir la entrevista que le realizamos un año antes, en la cual nos anticipó que el gobierno nacional estaba «plasmando un país con una economía primarizada, sin ciencia y con universidades para una élite».
Este gobierno vino a hacer una «revolución» (¿¿¿???), y un año después lo vemos destruyendo todo, no construyendo absolutamente nada, convirtiendo a la Patria por la que decenas de miles dieron la vida en un paraíso fiscal para los especuladores de la llamada city –allí donde están los que nunca trabajan y se dedican a hacer dinero rápido y fácil con el dinero de los demás- y para los especuladores del mundillo de las criptomonedas, promoviendo entre los adolescentes valores como los de apostar y (en una de esas, quién te dice) ganar (de estudiar y trabajar, ni hablemos), destruyendo la industria nacional («Aseguran que Argentina fue el país con mayor caída industrial del mundo en 2024»), precarizando el empleo y, en general, el nivel de vida de la mayor parte de la sociedad -con preferencia por jubilados y pensionados, discapacitados, enfermos de gravedad-, ahogando financiarmente a las provincias a no ser que el gobernador de turno les vote a libro cerrado un acuerdo de temer con el nefasto FMI, esquilmando los sueldos de los maestros y profesores, echando del país a los científicos o a quienes quieren serlo, insultando a diestra y siniestra, agrediendo y agraviando a quien se atreva a contradecirlos, y un eterno etcétera.
Dijeron que venían a hacer una «revolución» y terminaron, al cabo de apenas un año, esperando desesperadamente un préstamo del FMI; es decir, igual que todos los gobiernos neoliberales, liberales, libertarios o el nombre que le quieran poner a lo que en rigor de verdad es cipayismo puro y duro.

Como el 24 de marzo se asustaron, porque cientos y cientos de miles de personas, sobre todo familias, salieron a las calles de la Ciudad de Buenos Aires (casi medio millón de personas), de Rosario (la manifestación más grande desde 1983), de Córdoba, de Mar del Plata, de Bariloche, de La Plata, de ¡Bahía Blanca!, etcétera, al día siguiente usaron «la tuya y la mía» para hacer lo que mejor hacen y más les gusta: provocar mediante la violencia. ¿Cómo? Destruyendo mediante Vialidad Nacional -con nuestras máquinas y con obreros a los que nosotros les pagamos el sueldo- el monumento al enorme historiador, escritor y periodista Osvaldo Bayer, que había sido inaugurado en Río Gallegos el 24 de marzo, Día de la Memoria, del 2023.
Dijo el periódico La Opinión Austral: «Vialidad Nacional derribó el monumento que se encontraba en la ruta nacional 3, en el ingreso a Río Gallegos, que homenajeaba al escritor, periodista y docente Osvaldo Bayer, quien rescató la historia de los 1.500 peones rurales fusilados en la Patagonia entre 1920 y 1921, y que había sido inaugurado el 24 de marzo de 2023, en el Día de la Memoria (…) El escultor de la obra, Miguel Jerónimo Villalba, indicó que ‘el gobierno nacional quiere destruir nuestra historia y nuestros derechos por conocerla y recordarla’, al tiempo que manifestó: ‘Este accionar, absolutamente repudiable y violento, realizado justo un día después del 24 de marzo, Día de la Memoria, solamente deslegitima y desprestigia moralmente a quienes actualmente tienen a cargo llevar adelante los destinos de nuestra Nación'». Más claro, imposible.
El periódico La Nueva Mañana, por su parte, tituló «La brutalidad avanza». Y aquí encastra a la perfección aquella nota que publicamos hace tiempo y que citamos más arriba, titulada El plan para embrutecer a la sociedad argentina.
Nos quieren brutos, porque ellos lo son. Nos quieren ignorantes, porque ellos lo son. Nos quieren violentos, porque ellos lo son. Nos provocan, porque quienes no tienen argumentos sólo saben llevar las cosas al terreno donde los pendencieros se manejan como el pez en el agua.
Pero así como «las ideas no se matan» (Domingo Faustino Sarmiento), la memoria tampoco. ¿Creen acaso que por demoler el monumeto a Osvaldo Bayer nos vamos a olvidar que el ejército nacional (aunque cipayo) financiado por la burguesía terrateniente fusiló a 1.500 peones rurales en la Patagonia entre 1920 y 1921, para seguir adelante con su país colonial pensado sólo para un grupo de familias? ¿O que nos vamos a olvidar de lo que pasó entre 1976 y 1983 por un videíto berreta que pasó al olvido en menos de un segundo ante la mayor movilización de todos los 24 de marzo desde el retorno de la democracia?
Les recordamos que este país estuvo sometido por dictaduras y gobiernos ilegítimos durante casi dos décadas entre 1955 y 1973; que luego de menos de tres años después sufrió una de las dos peores dictaduras en la historia de Latinoamérica; que fue condenado a una cultura tan individualista como vulgar entre 1989 y 2001; que estuvo a nada de la disolución nacional entre finales de 2001 e inicios de 2002; que fue endeudado «de por vida» por Macri y Caputo en 2018; que está a punto de endeudarse hasta el infinito por vaya a saber cuánto dinero más (quizás lo sepan los 121 diputados que votaron el acuerdo ciego con el FMI)… Pero sepan también que lo que ocurrió en las calles el lunes 24 de marzo no fue una fiesta de cumpleaños, sino la convicción y decisión irrenunciable de la comunidad a no dejarse pisar la cabeza nunca más… Pueden tirar mil monumentos, cambiarle el nombre a dos mil centros culturales, tapar cuatro millones de pintadas, seguir insultando, agrediendo, agraviando, pero no se olviden de que las ideas no se matan, y la memoria tampoco.
No somos ignorantes, somos mansos, porque sabemos que la razón, tarde o temprano, como tantísimas veces, caerá del lado de los verdaderos argentinos de bien.
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