Hace tiempo, mucho tiempo, que la “grieta” creada por quienes se benefician de una comunidad dividida dejó de ser peronismo-antiperonismo o kirchnerismo-antikirchnerismo. Incluso, en términos más abarcativos para el discurso de los militantes de la fragmentación social, populismo-antipopulismo (si entendemos por populismo un conjunto de políticas que benefician a los sectores más vulnerables de la sociedad).
Lamentablemente -aunque ya no hay tiempo para lamentos-, la verdadera grieta que hoy atraviesa a la política y, por extensión, a gran parte de la sociedad argentina es Democracia versus Autoritarismo. Como en 1983.
A un año de las próximas elecciones presidenciales, el devenir de las cosas nos dio la razón a los más pesimistas. Recuerdo que a mediados de 2020, con el entonces indescifrable Covid-19 sembrando temor a diestra y siniestra, sin vacunas a la vista, cuarentena de por medio y la profundización de la crisis autoinfligida entre 2015 y 2019 avanzando a paso redoblado, le dije a alguien muy cercano (no viene a cuento a raíz de qué): “Ojo con Patricia Bullrich en 2023”. La respuesta fue tan automática como tajante: “¡Nooooo! ¿Quién podría votarla para presidente?”.
¿Fui un visionario? En absoluto. Es más, ni siquiera soy un analista político. Suelo dedicarme a contar historias de vida y a escribir sobre mis mayores pasiones: la historia y la música. Pero el mundo actual, y Argentina casi siempre, hacen que uno no pueda mirar hacia otro lado y hacer de cuenta que ciertas cosas no pasan. Ese es un lujo que pueden darse los periodistas de países donde la democracia no está en riesgo. Y hoy, aquí, la democracia está en riesgo (Por favor, antes de decir “noooooo, estás exagerando”, reflexionemos sobre varias cuestiones).

30 de septiembre de 2022. La Plata y Tucumán. Democracia y nostalgia dictatorial
El viernes 30 de septiembre, uno de mis mejores amigos y, a la sazón, colega, fue al cine a ver “Argentina 1985”. “Tenés que ir a verla. Es un peliculón. Además, muy necesario en esta época”, me escribió tras salir de la función.
Viernes 30 de septiembre. El neofascista Javier Milei -quien, según dicen, crece en las encuestas- presentó en sociedad en Tucumán su alianza con el neofascista Ricardo Bussi, hijo del genocida Antonio Bussi, alguien tan arraigado a “la casta” que vive de la política desde hace más de 25 años. ¿Cómo puede hacer de la libertad una bandera si hace una alianza con un defensor de la dictadura (cívico-militar de 1976-1983)?, le preguntaron. La respuesta merece un análisis:
“Que la izquierda haya logrado imponer en la batalla cultural este tipo de cuestiones, eso no quiere decir que sea verdad. Hago yo esta pregunta: ¿Me pueden mostrar la lista completa de los 30 mil desaparecidos?”
Conclusiones varias: los pro-dictadura están totalmente desatados (e incomprensiblemente nunca castigados por la justicia); Milei no sólo le respondió a un periodista, sino que le dio letra a sus huestes, realimentando el discurso cargado de veneno que los autoritarios lograron instalar en gran parte de la sociedad con la imprescindible y constante ayuda de los medios hegemónicos; hábilmente puso sobre la mesa el tema de “la batalla cultural”, al tiempo que elogió al genocida «conquistador del desierto» Julio A. Roca, al autoritario impulsor de la toma del Capitolio estadounidense, Donald Trump, y a Jair Bolsonaro, el hombre que sumergió a 30 millones de brasileños en la indigencia, festejó que Dilma Rousseff haya sido torturada por la dictadura brasileña, y hoy es investigado por la Corte Suprema de su país por la divulgación de noticias falsas.
La “batalla cultural” -batalla por hacer prevalecer ciertos valores y creencias sobre otros en la comunidad- es tan antigua como la política misma y se viene dando desde hace añares en el mundo, no sólo en Argentina, donde ha sido claramente ganada por los liberales. Pero Milei torea diciendo que la izquierda -donde seguramente debe incluir a la mayor parte del peronismo- “logró imponer en la batalla cultural” que los desaparecidos fueron 30.000. Y pidió los listados. Listados inexistentes pues el terrorismo de Estado actuó en forma clandestina. Además, quizás se los tendría que pedir a Ricardo Bussi o a su colega Victoria Villarruel, el primero hijo de uno de los mayores genocidas y la segunda sobrina de un represor e hija de un golpista carapintada; seguramente ellos tuvieron o tendrán mucha información.
A propósito, Villarruel hace tiempo que «viene dando la batalla cultural ultraderechista», como ella misma escribió en su artículo «Las lecciones de Vox que los argentinos podemos aprender», publicado por Infobae el 12 de septiembre de 2019 (Vox es el partido neofranquista español, que viene promoviendo la mancomunión de la extrema derecha a nivel global)
Pero ese no es el punto: está clarísimo que lo que buscó Milei fue abonar el odio social brindándole una «herramienta» más a sus seguidores para la dialéctica de la violencia. Ya se imagina uno a un joven fascistoide diciéndole a otro “mostrame los listados de los 30.000”. ¿Cómo reaccionaría este joven si es pariente de un desaparecido? … Los autoritarios son especialistas en provocar y no hay que caer en sus provocaciones. Es lo que buscan.


Vehículos sin patente
En los últimos días, ante la pasividad absoluta de la Policía política de la Ciudad de Buenos Aires, que en rigor tenía órdenes expresas de vigilar, anotar, filmar, amedrentar y aterrorizar a miles de adolescentes que pedían que la escuela pública –hecha trizas entre la dictadura y los años ‘90 a los que quieren volver Mauricio Macri, Patricia Bullrich, Milei y Cía– vuelva a ser digna, hubo frente a los edificios escolares vehículos sin patente. Sí, vehículos sin patente que se fueron del lugar cuando algunos padres se acercaron a preguntarles a sus ocupantes quiénes eran.
Muy lejos, lejísimo, de aquel dirigente dialoguista y moderado que se sentaba periódicamente junto al presidente Alberto Fernández y al gobernador bonaerense, Axel Kicillof, durante la fase I de la pandemia, el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, hace rato que se sacó con gusto las plumas blancas de una paloma y se vistió de halcón para no perder terreno en la interna ultraderechista de JxC en general y del Pro en particular ante Bullrich y Macri.

A Larreta lo corrieron por derecha y lo convirtieron, rápida y fácilmente, en otro extremista, que en vez de sentarse a dialogar civilizadamente con los estudiantes de su distrito -el más rico por mucho del país y con edificios escolares impresentables-, dobló la apuesta mandando policías a las casas de las familias y amenazando a cualquiera que tenga la osadía de sugerir una acción democrática y no autoritaria.
No hace mucho, el ex presidente de las mil devaluaciones, la fuga constante de capitales, los negociados con el Estado (que encabezada) y la mil-millonaria deuda externa que condicionará a varias generaciones, Mauricio Macri, mantuvo este breve pero revelador y muy preocupante diálogo con su partenaire preferido en la TV, el ex periodista Luis Majul, tras enumerar algunas de las políticas de ajuste brutal que tomaría en una eventual segunda presidencia:
-Esto que usted plantea genera mucha gente en la calle, fuerzas de seguridad y, perdón, eventualmente muertos… ¿Se los bancan? –preguntó Majul
-El liderazgo tiene que bancárselo. Tiene que bancarse lo que venga –contestó Macri

Mano dura. Y nada más
La ex ministra de Trabajo de De la Rúa, ex ministra de Seguridad de Macri y actual presidenta del Pro por decisión del ex presidente, Patricia Bullrich, se enojó muchísimo cuando Larreta quitó las vallas que no permitían a los simpatizantes de la vicepresidenta Cristina Fernández llegar hasta su casa. Dijo muchas cosas “al estilo Bullrich”, es decir, confuso y hasta contradictorio, pero una frase resumió muy bien su pensamiento: “Nos tenemos que hacer fuertes como fuerza política de alternativa en mostrar que somos responsables de la calle, que la manejamos y no dejamos manejarla ni por Cristina Fernández de Kirchner, ni el kirchnerismo, ni por nadie”.
La autora de la tristemente célebre frase “quien quiera andar armado, que ande armado”, volvió por enésima vez a su discurso de mano dura. Hay que dominar la calle. En la línea del neofascista bonaerense Luis Espert: “A los delincuentes, cana o bala”. En la línea del ultraliberal López Murphy: “Son ellos o nosotros”. O sea, ¿una guerra? Porque si son ellos o nosotros, uno de ambos sería borrado del mapa.
Estos políticos que hoy conforman, junto con muchos otros de segunda y tercera línea, la ultraderecha argentina, están en contra de todo, critican todo con una intolerable agresividad y enumeran todo aquello que “no”.
Ahora bien, ¿cuál es su plan alternativo de gobierno? ¿Su plan de desarrollo nacional integral? ¿Su política para los pequeños y medianos comercios y empresas? ¿Cuál es la nueva matriz productiva que tienen pensada para Argentina? ¿Cómo se relacionarán con el FMI, con China, con una Europa arrinconada por la guerra? ¿Cuál será su plan educativo? ¿Y la salud pública? ¿Cómo van a generar trabajo genuino? ¿Cómo van a enfrentar los problemas de la macro y microeconomía que hoy enfrenta el Ejecutivo -con una gran herencia macrista- y que ellos deberían afrontar si ganan en 2023? ¿Cómo es exactamente la reforma laboral que proponen? ¿Y cómo la reforma previsional?, etc, etc, etc, etc.
No. Nunca hablan de nada de eso y -¿oh sorpresa?- nadie les pregunta. Es que no hay plan de gobierno. Hay entrega del país (como en los ’90 que hoy tanto revalorizan Macri y Milei) y como entre 2015 y 2019. Y al que se oponga, palo y palo. “Debemos ser la fuerza política que demuestre que maneja la calle”, dijo Bullrich. Y eso le alcanza para sumar votos.

Hubo demasiados avisos…
Sumemos a este breve racconto el hecho de que ni Bullrich ni Milei condenaron el intento de asesinato a la vicepresidenta de la Nación. Y que uno de los dos diarios más influyentes del país, La Nación, publicó un editorial (en un editorial se expresa los que opina el diario, valga la expresión) sugiriendo una puesta en escena o similar, pese a que la justicia no deja de encontrar pruebas de que no se trató de loquitos sueltos.
Hagamos un muy parcial repaso de cuestiones previas al atentado. Un grupo de casi 100 personas encendió antorchas y las arrojó junto con bombas de estruendos contra la Casa Rosada, con el presidente dentro; otro día, otro grupo colgó bolsas mortuorias de las rejas que rodean la sede presidencial, cada una con la foto de funcionarios del gobierno, legisladores o dirigentes de DDHH; en una guillotina de madera ubicada ante la sede del gobierno central hubo amenazas de muerte al presidente y a la vicepresidenta; también se amenazó de muerte a la vicepresidenta frente al Instituto Patria y a su casa particular, etc, etc, etc. Todo regado por discursos acordes desde los medios hegemónicos y las redes antisociales.
Una digresión. Tuve la oportunidad de vivir varios años en España, y puedo asegurar sin un ápice de duda que cualquiera de esos actos termina con todos sus participantes presos por tiempo indeterminado. ¿Aquí? Nada. Es más, una de las participantes en el episodio de las antorchas y las bombas hoy está detenida por el intento de asesinato a la vicepresidenta. Parece ser que la Policía política de CABA está a para atemorizar a escolares, no para detener a quienes amenazan de muerte a los gobernantes democráticos y después intentan materializarlo.
Este domingo 2 de octubre de 2022, en Brasil se juega la suerte de ese país y quizás de gran parte de América Latina. Una fórmula integrada por el izquierdista ex presidente Lula da Silva y el liberal ex gobernador de San Pablo Geraldo Alckmin, archienemigo de Lula durante su mandato, integran la fórmula de una coalición antifascista para “mandar a casa” al extremista Jair Bolsonaro, quien en menos de cuatro años destrozó al país. Sería como que aquí, luego de un gobierno de ultraderecha, integraran una fórmula Cristina Fernández y Rodríguez Larreta (el de antes, el palomo). Tal cual. Hasta allí llegó Brasil por dejar avanzar el experimento neofascista.
Tenemos el diario del lunes. ¿Qué vamos a hacer? Hoy, como ayer, la verdadera grieta argentina es Democracia versus Autoritarismo. ¿Tendremos la lucidez y la grandeza para juntarnos todos los demócratas (liberales, peronistas, socialistas, independientes) y formar un cordón sanitario contra el neofascismo como hicieron en Francia y Brasil, o dejaremos que la sangre llegue al río?
Cuando un periodista le preguntó a Irena Sendler, la enfermera católica que arriesgó su vida para salvar las de 2.500 niños judíos durante el nazismo, qué hubiese pasado si otros grupos pequeñitos como el de ella hacían los mismo, le respondió: “Escuche, para salvarlos había que, sobre todo, desearlo”. ¿Cuánto desea la dirigencia y una ciudadanía bombardeada por discursos envenenados salvar la democracia para siempre como para ceder posiciones, para sentarse a hablar con aquel que piensa distinto o muy distinto pero que es un demócrata?
“¡Por supuesto que tenía miedo! Pero el miedo se domina. Lo que no se puede es ser indiferente”, añadió Irena. Y luego dijo algo que esperemos no tener que repetir dentro de unos años: “Siempre tuve la sensación de no haber hecho lo suficiente. De que podría haber hecho más”.
La democracia está en riesgo. Aún estamos a tiempo de blindarla. Mañana puede ser tarde.
