Numerosas y riquísimas aristas nos presentan la vida y la personalidad de Cayetano de Thiene -para todos, San Cayetano-, quien nació el 1 de octubre de 1480 en la ciudad de Thiene, provincia de Vicenza, en el noreste de Italia, y murió en Nápoles el 7 de agosto de 1547; hace ya 476 años.
San Cayetano es venerado en casi todo el mundo cristiano católico, principalmente en Italia, España y, entre otros países, Argentina, donde las peregrinaciones y actos religiosos en su nombre sólo son superados por los que se dedican a la Virgen de Luján. No obstante, sólo en nuestro país es considerado “patrono del trabajo”, a raíz de una leyenda que narra el milagro que habría presenciado un campesino arruinado por la sequía, quien aseguró que llegaron las lluvias luego de rezarle a la imagen del santo. En el resto del mundo es el “patrono de la providencia”, entendiéndose por providencia las acciones de proveer y cuidar a quienes lo necesitan.
Y es que Cayetano de Thiene, siendo sacerdote ni bien finalizado el siglo XV, último de la Edad Media, dedicó su vida a acompañar a los enfermos -fundamentalmente a los incurables y a quienes sufrían afecciones por las cuales se los marginaba de la sociedad- y a asistir a los pobres mediante un sistema de préstamos con el cual, junto con algunos pares, combatió a los usureros.
“Veo a mi Cristo pobre… ¿y yo me atreveré a seguir viviendo como rico? Veo a mi Cristo humillado y despreciado… ¿y seguiré deseando que me rindan honores?» (Cayetano de Thiene)
Pero antes de entrar con cierto detalle en la vida y obra de Cayetano de Thiene, creemos conveniente realzar tres aspectos que lo distinguen como a pocos en la historia de la Iglesia.
En primer lugar, que era un hombre noble e inmensamente rico que eligió vivir en la pobreza extrema. ¿Por qué? Pues porque pensaba y proclamaba que los cristianos católicos debían imitar la forma de vida de los apóstoles de Jesucristo, ya que solamente así podría restaurarse la Iglesia de su tiempo. Una institución ganada por la corrupción, que llevó a Martín Lutero a iniciar la escisión que daría lugar al protestantismo.
Era la época en que los sacerdotes vendían indulgencias (absoluciones de los pecados) a los fieles. E incluso se las vendían para familiares fallecidos que pudiesen hallarse en el purgatorio, o sea, el estado en que estarían las almas que tarde o temprano terminarían entrando al cielo pero que aún tenían pecados por purgar.
Cayetano se opuso tenazmente a los reformistas que dividieron a la Iglesia, pero desde una postura tan crítica como extrema. “Lo primero que hay que hacer para reformar a la Iglesia es reformarse uno a sí mismo”, expresaba, lo que para él significaba, como se dijo, volver a la iglesia de los apóstoles.
En una carta explicó los motivos que lo llevaron a desprenderse de toda su riqueza y a renunciar al enorme reconocimiento del cual gozaba en la alta sociedad: “Veo a mi Cristo pobre… ¿y yo me atreveré a seguir viviendo como rico? Veo a mi Cristo humillado y despreciado… ¿y seguiré deseando que me rindan honores? ¡Qué ganas siento de llorar al ver que las gentes no sienten deseos de imitar al Redentor Crucificado!”.
A finales del siglo XV e inicios del XVI la Iglesia estaba en crisis. La corrupción la debilitaba. Y Cayetano era uno de los que más imploraba por la verdadera reforma de vida y de costumbres dentro de la institución. Repetía siempre: “Cristo espera, ninguno se mueve”
En segundo lugar, es necesario destacar la (sana) obsesión que tenía Cayetano de Thiene con la desviación de la gente del camino señalado por Jesucristo. “Me siento sano del cuerpo pero enfermo del alma al ver cómo Cristo espera la conversión de todos… y son tan poquitos los que se mueven a convertirse”, escribió en una carta a un amigo. Que las gentes empezaran a llevar una vida más de acuerdo con el Evangelio era su más grande anhelo.
En ese sentido, impulsó con mucha fuerza la periodicidad de los sacramentos, fundamentalmente el de la eucaristía (comunión).
Destacan en el sitio Catholic.net que Cayetano “implantó la bendición con el Santísimo Sacramento y promovió la comunión frecuente”. Y escribió: “No estaré satisfecho sino hasta que vea a los cristianos acercarse al banquete celestial con sencillez de niños hambrientos y gozosos, y no llenos de miedo y falsa vergüenza”.
Como indicamos más arriba, la Iglesia atravesaba una profunda crisis. “La corrupción la debilitaba” y “Cayetano era uno de los que más imploraba la verdadera reforma de vida y de costumbres dentro de la institución”. Repetía siempre: “Cristo espera, ninguno se mueve”.
Era un hombre noble e inmensamente rico que eligió vivir en la pobreza extrema, pues creía a pie juntillas que los cristianos católicos debían imitar la forma de vida de los apóstoles de Jesucristo
Y en tercer lugar, hay que subrayar que Cayetano de Thiene tenía una vida total y absolutamente “resuelta” según la vara con la que suele medir la inmensa mayoría de la sociedad, ya que además de provenir de una familia noble y millonaria, poseía dos doctorados universitarios de la Universidad de Padua: el doctorado en Derecho Canónico y el doctorado en Derecho Civil, ambos de 1504, cuando tenía apenas 24 años. No hace falta decir lo que eso significaba hace 500 años.
Así y todo decidió dedicarse a la vida religiosa. Pero aquí aparece otra arista para resaltar en la personalidad de Cayetano, pues gracias a la influencia de sus tíos llegó a ser secretario privado del Papa Julio II, redactor de sus cartas apostólicas y un hombre muy bien considerado por los cardenales de entonces. A pesar de todo ello, hacia 1513 decidió estudiar tres años para convertirse en sacerdote, tras lo cual abdicó de su fortuna y se lanzó a las calles a vivir como lo habían hecho los apóstoles.
Un largo camino de Vicenza a Nápoles
Cayetano fue el menor de tres hermanos, fruto del matrimonio del Conde Gasparo di Thiene y de la Condesa María Da Porto. Su padre era militar y murió en 1492, año del descubrimiento de América, supuestamente defendiendo la región de Vicenza de algún ataque. En tanto, luego del fallecimiento del conde su madre se hizo religiosa. Ingresó a la Orden Dominicana o de los Predicadores.
Como ya vimos, en 1506 -dos años después de doctorarse por partida doble en la universidad- llegó a ser mano derecha del Papa Julio II. Pero en 1513 comenzó a estudiar para sacerdote y fue consagrado como tal en 1516, a los 36 años, tras lo cual abandonó la vida cortesana.
Fundó en Roma la Cofradía del Amor Divino u Oratorio del Divino Amor, una asociación de sacerdotes y clérigos que se dedicaban a la oración y al estudio de las sagradas escrituras.
Luego ingresó también en el Oratorio de San Jerónimo, el cual tenía los mismos fines que la cofradía, aunque con una diferencia nada menor: incluía a laicos pobres. Este temprano acercamiento a los pobres, algo que marcaría su vida, le valió duros reproches de sus amistades, quienes le decían que aquello era “indigno” para alguien de su alcurnia.
Pero eso fue sólo el comienzo. En 1522 fundó en Venecia el Ospedale degli Incurabili (Hospital de los Incurables) junto a dos damas patricias, María Malpier y Marina Grimani.
También se dedicó a acompañar a los enfermos incurables, incluso a aquellos que nadie quería tocar, en el Hospital de la Misericordia de Vicenza y en el Hospital de San Giacomo in Augusta, en Roma.
“En los oratorios rendimos a Dios el homenaje de la adoración, en los hospitales le encontramos personalmente”, repetía Cayetano.
La Orden de los Clérigos Regulares
Cayetano de Thiene regresó a Roma en 1523 “para hablar de la reforma (que él pregonaba) con los miembros de la Cofradía del Amor Divino. Y no sólo predicó la reforma, sino que la llevó a cabo fundando con tres compañeros la Orden de Clérigos Regulares, los cuales tomaron como modelo de vida la que llevaron los apóstoles”.
Sus compañeros fueron el obispo de Brindis y de Chieti (Theate en latín, de allí el nombre Teatinos), Giampietro Carafa, Bonifacio Colli y Pablo Consiglieri.
Los seguidores no eran muchos. En 1527 la orden tenía 12 miembros. La idea de vivir como los apóstoles, literalmente entregados a lo que la Divina Providencia (Dios) pudiera proveer, no era para cualquiera.
En no pocas ciudades y regiones de Italia fue rechazado con vehemencia por los religiosos locales (al igual que los apóstoles fueron rechazados en tantos pueblos cuando Jesucristo los envió a predicar diciéndoles que no llevaran nada consigo): “No lleven nada para el viaje. No lleven bastón ni mochila, ni comida ni dinero. Tampoco lleven ropa de más. Cuando lleguen a una casa, quédense a vivir allí hasta que se vayan del lugar. Si en alguna parte no quieren recibirlos, cuando salgan de allí sacúdanse hasta el polvo de los pies en señal de rechazo” (Lucas 9:3-5)
Creó asociaciones llamadas Montes de Piedad (Montepíos), que se dedicaban a prestar dinero a gentes muy pobres con bajísimos intereses, con el fin de liberar de la miseria a los pobres y marginados al tiempo que combatía a los usureros, quienes prestaban plata a los necesitados con unas condiciones imposibles de cumplir.
En Nápoles
En su “peregrinación del norte al sur de Italia”, cuando llegó a Nápoles para crear su orden aceptó una casa donada por el conde de Oppido, pero rechazó muchos otros bienes. Cuando el conde le dijo que allí la gente no era tan generosa como en otras ciudades, sobre todo del norte, Cayetano le respondió: “Dios es el mismo aquí y en todas partes. Y Él nunca nos ha desamparado, ni siquiera por un minuto”.
Dispuesto a no tener ni una moneda para pagar su sepultura, se consagró plenamente a una vida pobre, de servicio a los más necesitados y de confianza en la Divina Providencia. Así, colmada su vida de santidad y entrega, enfermó gravemente en Nápoles en el verano de 1547… Cuando los médicos le aconsejaron poner un colchón sobre su cama de tablas, les dijo: “Mi salvador murió en la cruz; dejadme pues, morir también sobre un madero”… Murió el 7 de agosto de ese año. Sus restos descansan en la cripta de la Basílica de San Pablo el Mayor de Nápoles. Fue beatificado por Urbano VIII el 8 de octubre de 1629, mientras que Clemente X lo proclamó Santo el 12 de abril de 1671.