En el “granero del mundo”, donde se producen alimentos para cuatro veces la población del país, el 55,5% de las personas viven en la pobreza (Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina).
Sí, más de la mitad de los argentinos y argentinas son pobres. ¿Qué significa eso? Que no cubren la canasta básica. ¿Qué es la canasta básica? El conjunto de bienes y servicios indispensables para que una familia satisfaga sus necesidades básicas de consumo a partir de su ingreso (cobee.io). Ergo, el 55,5% de los argentinos y argentinas no satisface sus necesidades básicas, porque su ingreso no les alcanza.
En 1974, la República Argentina tenía un 8% de pobreza. Sí, menos de 1 de cada 10 argentinos y argentinas estaba en la situación en que hoy está más de la mitad de la población (chequeado.com).
¿Demencial, no?
No. Todavía falta. De ese total de pobres que hay en el “granero del mundo”, donde se producen alimentos para cuatro veces la población del país -no es redundancia, es reiteración adrede en una sociedad de memoria muy pero muy corta-, 7 de cada 10 son niños y niñas. Sí, 7 de cada 10 niños y niñas de 0 a 14 años, en el “granero del mundo”, donde se producen alimentos para cuatro veces la población del país, viven en la pobreza. Criminal.
Ya lo dicen Los Chicxs del Pueblo: “El hambre es un crimen”.
Pero aún falta. El mismo Observatorio Social de la UCA dice que, en el primer trimestre (desde entonces hasta hoy todo ha empeorado), el 17,5% de los argentinos y argentinas cayeron en la indigencia. ¿Qué es la indigencia? Una situación socioeconómica tal que no permite a una persona o familia satisfacer sus necesidades alimentarias básicas… Solamente alimentarias.
“La inseguridad alimentaria total para áreas urbanas relevadas por la encuesta del Observatorio de la Deuda Social de la UCA alcanza al 24,7% de las personas, al 20,8% de los hogares y al 32,2% de los niños, niñas y adolescentes”.
“Por otra parte, se encuentran en una situación aún más grave, con inseguridad alimentaria severa, el 10,9% de las personas, el 8,8% de los hogares y el 13,9% de los niños, niñas y adolescentes”.
“Algún día tendremos que reconocer a la fuerza…”
Supongo que, a grandes rasgos, casi todos conocen la parábola del buen samaritano (Lucas 10:25-37). Por si no, la recordamos.
Un experto de la ley religiosa de los judíos le preguntó a Jesús, para ponerlo a prueba, ¿quién es mi prójimo? Jesús le respondió con una parábola.
La de un hombre que viajaba de Jerusalén a Jericó y en el camino fue asaltado por ladrones que le robaron, lo golpearon y lo dejaron casi muerto. Pasaron un sacerdote y un levita (los hombres ‘justos’ de la época) y siguieron de largo, sin siquiera ofrecerle ayuda.
Después pasó un nativo de Samaria (un pueblo despreciado por los judíos). El samaritano, al ver al hombre, limpió sus heridas y lo llevó a un alojamiento donde pasó la noche cuidándolo. Al día siguiente le dio al dueño del lugar dos monedas de plata para que cuidara del judío y le dijo que si hubiera más gastos le pagaría al regresar de su viaje.
Al finalizar la parábola, Jesús le preguntó al experto de la ley cuál de esos tres hombres demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones. “El que se compadeció de él”, le respondió. Y Jesús le dijo: “anda entonces, y haz tú lo mismo”.
Martin Luther King Jr. fue uno de los mayores líderes sociales y políticos de la era contemporánea. Un ministro bautista estadounidense que luchó a brazo partido por los derechos civiles de los afrodescendientes, por la paz, por la justicia económica y la igualdad social (esas… ¿aberraciones?). ¿Qué sucedió entonces? Entonces, un día, concretamente el 4 de abril de 1968, a las seis de la tarde, fue asesinado cuando se encontraba en el balcón de un motel en la ciudad estadounidense de Memphis.
Basándose en la parábola del buen samaritano, cierta vez Martin Luther King señaló que “el amor no se conforma con aliviar al que sufre”. No es suficiente.
Y reflexionó: “Para empezar, nos toca ser el buen samaritano para aquellos que han caído en el camino. Esto, sin embargo, no es más que un comienzo. Pues algún día tendremos que reconocer a la fuerza que el camino a Jericó debe ser hecho de otra manera -sentenció-, para que hombres y mujeres ya no sigan siendo golpeados y despojados continuamente mientras avanzan por los caminos de la vida” (La Biblia. Latinoamérica. Edición 91. Pág. 132 del Nuevo Testamento).
Con casi un 60% de pobreza, casi un 20% de indigencia (extrema pobreza) y un 70% de pobreza infanto-juvenil en el “granero del mundo”, donde se producen alimentos para cuatro veces la población del país -por si no lo dijimos-, nos toca seguir siendo el buen samaritano, como, entre decenas de miles de ejemplos de La Quiaca a Ushuaia y de la cordillera al mar, lo son las mujeres y hombres que integran el grupo «Viene la Vianda» de la Pastoral Social de la Iglesia platense. Pero no alcanza. Pero ya basta. Pero ya está bien, carajo…
“Algún día (que es hoy) tendremos que reconocer a la fuerza que el camino a Jericó debe ser hecho de otra manera, para que hombres y mujeres ya no sigan siendo golpeados y despojados continuamente mientras avanzan por los caminos de la vida”, sentenció, hace ¡56 años!, Martin Luther King.
San Cayetano marcó el norte. Y está más que bien que le agradezcamos y le pidamos. Pero quienes deciden sobre las vidas de los “hombres y mujeres que son golpeados y despojados continuamente mientras avanzan por los caminos de la vida” están a diez millones de años luz de Cayetano de Thiene, y creen que la justicia social es una aberración, cuando es un mandato expreso que surge del cristianismo.
Todos y todas, absolutamente todos y todas podemos vivir dignamente en esta tierra llamada Argentina. Y si no es así, quiere decir que no todos y todas lo quieren. Tan simple como eso. Pues entonces habrá que separar la paja del trigo y cambiar el camino. Ya es hora.