A finales de julio de 2019, Walter Plodzien, un vecino de Berisso, halló restos fósiles de un animal prehistórico. ¿Dónde? En un montículo de tierra que compró en una cantera de La Plata. Avisó al Museo de Ciencias Naturales. Allí, tras estudiarlos a fondo, determinaron que se trataba de un mastodonte, una especie extinta hace unos 10.000 años.
Walter contó en su momento que «estaba entero por la cantidad de huesos que encontramos y de qué zonas eran: huesos de la paleta, cadera, costillas, mandíbula, columna vertebral, pierna, fémur, radio y los colmillos», puntualizó.
Sin necesidad de viajar 10.000 años, sino “tan solo” unos 1.000, podremos hacernos una idea sobre cómo se vivía en el litoral platense, fundamentalmente en la zona de Berisso.
Seis años atrás, este cronista se subió a una imaginaria máquina del tiempo junto con la profesional que más sabe del tema, la arqueóloga Graciela Brunazzo. La máquina se detuvo, aproximadamente, cuatro siglos antes de que a estas tierras llegaran los primeros colonizadores. Y bajarse para recrear la vida en nuestra región en un tiempo tan lejano y, a la vez, en un sitio tan cercano, generó inevitablemente sorpresa, emoción y muchas ganas de seguir aprendiendo.
Es que uno está acostumbrado a leer sobre tiempos muy pero muy lejanos en distintos lugares del planeta incluyendo a nuestro país, pero mayormente en la sureña Patagonia.
Litoral platense
“Nuestros” pueblos originarios
La excelente arqueóloga, quien dirigió proyectos de investigación en terrenos de la ribera platense -básicamente a la altura de Berisso-, nos contó que 400 años antes de la conquista española, a escasos 11 kilómetros de La Plata y a 4 del centro cívico berissense, existía un universo difícil de imaginar hoy, pero tremendamente conmovedor.
En Los Talas, donde desde hace añares hay quintas de productores de vino de la costa y, ahora, cada vez más viviendas familiares permanentes conviviendo con las tradicionales casas quintas, había “pueblos originarios que vivían de la caza, la pesca y la recolección. Por allí, con total naturalidad, iban y venían ciervos, venados, ñandúes y zorros”.
Si al bajar de la máquina del tiempo uno se para mirando al este, se encontrará con “un río limpio (¡maravilloso!) y con aires de un mar que supo dominar la ribera local”. Además se topará con “lagartos, lobitos de río y coipos”.
¡Coipos! Roedores que, tras cientos de años de evolución, hoy en día pierden su ecosistema a uno y otro lado del canal de la avenida Génova a causa de la ignorante y asesina mano del hombre, como vienen denunciando hace tiempo vecinos y vecinas preocupados por -y ocupados en- el medio ambiente. Otro tema que ya tratamos y seguiremos abordando en 90lineas.com.
Volvamos a aquel litoral que no supo de conquistadores. “Bosques de tala, sombra de toro y coronillo. Hombres y mujeres elaborando herramientas, utensilios y armas en base a roca y hueso… Nuestros auténticos predecesores”.
Desde 1988, investigando en la Región
Graciela Brunazzo contó que hacia 1988, cuando aún estudiaba Antropología en la UNLP, enfocó su universo de investigación arqueológica en el norte de la provincia de Buenos Aires y en la Ensenada de Barragán, que en rigor “comprendía parte de Brandsen, La Plata, Berisso y Ensenada”.
Graciela resaltó que ella fue la continuadora del trabajo que “a finales de la década del ‘30 y comienzos de la del ‘40 habían comenzado Vignati y Maldonado Bruzzone; que en los ‘60 continuó Cigliano, y en los ’70 Kritzkausky, Ceruti, Austral”.
Esa empresa conllevaba una sosegada búsqueda de los hallazgos en los depósitos del Museo del Bosque de La Plata, ya que las piezas halladas por sus precursores estaban mezcladas con colecciones de otras áreas. Hecho esto, se zambulló en una zona no trabajada en forma intensiva por la arqueología.
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Mar, aquí nomás
¿Cuánto tiempo hay que viajar para hallar una ribera marítima en nuestra región? Mucho más que 400 años previos a la conquista. Entre 2.000 y 8.000.
“El mar estuvo presente en esta región, donde ingresiones marinas dibujaron parte del paisaje que se halló en tiempos pre y poshispánicos. Es que el mar, al retirarse, formó grandes cordones de conchilla sobre los que se asentaron aquellos pobladores, lugares con una altura tal que los ponía a resguardo de las crecidas del río”, detalló la arqueóloga.
¿Y qué encontraron los científicos a los que ella les siguió los pasos? Material cerámico y lítico -artefactos confeccionados en roca y sus desechos- en la costa del río.
En tanto, en los años ’40 del siglo XX hubo hallazgos fortuitos a partir de excavaciones de canteras, los cuales requirieron del “desembarco” en la zona de especialistas del Museo.
Restos esqueletarios
“Se exhumaron restos esqueletarios de entierros, consistentes en paquetes funerarios de unos quince individuos. Dos décadas más tarde, en Palo Blanco, el doctor Cigliano fue llamado para un ‘rescate arqueológico’. Se encontró un esqueleto completo, que en el húmero izquierdo presentaba un ajuar funerario conformado por cinco ‘silbatos’ realizados en hueso, una espátula, un punzón y dos fragmentos de tembetaes, que son adornos labiales masculinos”, describió.
“Eran dos pautas distintas de entierro. ¿Pertenecían a grupos culturales diferentes o representaban dos manifestaciones del mismo grupo? Difícil establecerlo”, hizo notar la experta.
Brunazzo se graduó hacia 1990 y -trabajando en la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires y en la Facultad de Ciencias Naturales como docente- empezó a seguir las huellas de sus antecesores.
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Años excavando junto con los alumnos
Así, después de ubicar y clasificar todos los hallazgos disponibles en las colecciones de los depósitos del Museo, investigó y localizó dos sitios arqueológicos, La Higuera y La Norma, en los cuales estuvo muchos años excavando junto con sus alumnos. Estaban dando los pasos para recrear la vida en el litoral de nuestra región en tiempos extremadamente remotos. Apasionante.
“Esos sitios fueron localizados a partir de la búsqueda sistemática, teniendo en cuenta variables presentes que coincidían con los lugares investigados previamente por otros colegas; altura sobre el nivel del mar, distancia de la línea de la costa, características del paisaje”, enumeró.
Con todo ese material “pudo reconstruirse que los grupos que vivieron en Berisso hasta 400 años antes de la conquista española lo hicieron sobre un cordón de conchilla que representaba una zona estratégica con características de ecotono, que les permitía el acceso a los recursos de agua dulce y del bajío ribereño, donde se comprobó que vivían lobitos de río, lagartos overos, ciervos de los pantanos, coipos (falsas nutrias), así como también a una zona interior (que se extendería aproximadamente desde la actual avenida 122 hacia el oeste) con ñandúes, venados de las pampas, zorros pampeanos, peludos, comadrejas, cuises y vizcachas. Se hallaron también restos de guanacos, pero ello no implica que viviesen aquí”, explicó.
¿Nómadas?
Brunazzo nos dijo que “el nomadismo estacional habría sido la estrategia de ocupación del territorio” por parte de aquellos pobladores originarios.
Un ejemplo. “El material con el que se confeccionaron los elementos de caza, como puntas de flecha y bolas de boleadora, son de materias primas procedentes de los sistemas serranos de Tandilia y Ventania. Ahora bien, la duda es si contaban con esas materias primas a raíz de una incursión o de un intercambio”.
¿Un Río de la Plata salado?
Aquí, una aclaración clave: “El tipo de animales y de armas conduce a la caza como una forma de vida. Pero también a la pesca, por los restos de bogas, bagres, armados y, lo más curioso, corvina negra, un pez de agua salobre, por lo que posiblemente las condiciones de salinidad del Río de La Plata eran mayores en aquel entonces”.
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“Asimismo, se podría estar ante la presencia de grupos canoeros (…) A mediados del siglo XX, el investigador Vignati halló en Berisso dos canoas. Una estaba en una quinta y había sido cortada en dos para hacer un puente. Otra es la que se luce en la Sala de Espejos Culturales del Museo de La Plata. En 1997 las estudiamos con la licenciada Stella Maris Rivera, determinando que estaban confeccionadas sobre un tronco de Timbó u Oreja de negro y que, por sus casi nueve metros de eslora, no habrían sido confeccionadas a partir de vegetación de esta zona sino de más al norte, de donde habrían venido navegando”, contó.
Y eran recolectores también. Frutos de tala carbonizados, grandes caracoles -del tamaño de pelotas de tenis-, cáscaras de huevo de ñandú y almejas nacaríferas dan cuenta de ello.
Arcillas de primerísima calidad
¿La tecnología? Se halló cerámica decorada con «guardas conformadas por líneas rectas, quebradas en zig-zag, puntos, etcétera, estando localizadas, generalmente, cerca de los bordes de los diferentes contenedores cerámicos», describió Brunazzo.
Y especificó que «las técnicas para la decoración de la cerámica son la incisión por punzoneado, arrastre, entre otras. Y en el caso de la cerámica pintada, el uso predominante del rojo a partir de pigmentos minerales que también fueron hallados durante la excavación del sitio arqueológico«.
Encontraron elementos que revelan “un importante trabajo manual y un alto concepto de la estética personal” de nuestros antepasados. Por caso, adornos personales, cuentas de collar, tembetaes (similares a los piercings), y un largo etcétera.
“No es posible determinar la etnia que habitó esta región, cuyos restos materiales hallados datan de entre 500 a 1.500 años atrás”
“No se sabe si son restos culturales de antecesores de los querandíes, sindicados para el área en tiempos de contacto hispano-indígena. Pero se puede afirmar que los contextos por mí excavados no son de tradición tupi-guaraní”.
Tan lejos en el tiempo. Tan cerca en distancia. Un trabajo científico que tiene un valor inconmensurable.
Litoral platense
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