Por Mauricio Vallejos
Un himno del rock nacional fue publicado en el disco “30 minutos de vida” (1970) del legendario cantante Moris. La canción se llamaba “Pato trabaja en una carnicería”, y era muy adelantada a su tiempo, puesto que tenía una estructura similar a lo que hoy se denomina “tiradera”.
Es un alegato contra lo que el autor denominó “falsos hippies”, aquellos que
clamaban virtudes y valores cercanos a la solidaridad, pero que puertas adentro distaban mucho de seguir ese camino.
En las últimas horas pudimos ver a una mujer -que alguna vez embanderó su vida con los ideales de la justicia social- tomar la decisión de reprimir a cientos de jubilados (cosa que viene haciendo desde hace tiempo) y a miles de personas que se movilizaron para defenderlos.
La cuestión de los jubilados no es nueva ni extraña; el modelo capitalista fue pensado en siglos donde la esperanza de vida apenas superaba los 50 años. En los tiempos actuales, donde la expectativa de vida mundial alcanza los 72,8 años, aproximadamente, vemos que el sistema no estaba preparado para personas que viven tanto… y las quieren muertas.
Esto varía un poco dependiendo de la postura que cada administración tenga para con los adultos mayores, puesto que hubo gobiernos que nacionalizaron las jubilaciones y daban varios aumentos anuales.
Pero en la tiranía de los fundamentalistas del mercado que actualmente gobiernan Argentina, los jubilados son un gasto innecesario para el Estado. Un problema mayúsculo para sociedades que están tendiendo a envejecer.
En este contexto, nos encontramos que en la Argentina de Milei los jubilados están entre los principales perdedores. Su jubilación mínima es un reflejo claro de la miseria y de la búsqueda del exterminio social de todo ese sector de la población.
Además, para quienes no estén de acuerdo, habrá palos.
La movilización del 12 de marzo dejó a las claras las ansias de sangre de una persona que pasó su vida ligada a la violencia. Hoy busca imponerse como la sheriff que va a proteger a las clases altas de cualquiera que quiera tocar un gramo de sus privilegios, y está dispuesta a hacerlo saltando sobre cualquier tipo de legalidad.
La vemos amenazando a jueces, presidentes de clubes de fútbol, y a todo aquel que contradiga su doctrina represiva. El problema para Pato es que esto no hizo más que empezar, y el problema de los palos es que mientras más personas llegan, el golpe debe ser cada vez mayor, y tal vez habrá que ver cuándo la fuerza letal se les aplicará a todos.
En el final de estas líneas, sólo pido que, como decía Monseñor Romero, cese la represión, y pido a los lectores que son creyentes (y a quienes no lo son también) que eleven una oración por la salud de Pablo Grillo, un colega que fue atacado mientras brindaba testimonio de la orgía de violencia y sangre con la cual pretendieron disciplinar a un pueblo que, muchas veces, demostró que es indomable.