En las últimas décadas se ha descubierto cómo el sistema inmunológico y los procesos inflamatorios crónicos repercuten directamente en una amplia variedad de problemas de salud mental y física. Actualmente, más del 50% de todas las muertes son atribuibles a enfermedades inflamatorias, entre las que se incluyen accidentes cerebrovasculares, diabetes, cardiopatía isquémica y diversos tipos de cáncer, entre otros.
La inflamación es un proceso caracterizado por la activación de células inmunes y no inmunes que protegen a la persona de bacterias, virus, traumatismos, toxinas e infecciones eliminando patógenos, promoviendo la reparación y recuperación de tejidos.
Dependiendo del grado y extensión de la respuesta inflamatoria, pueden ocurrir cambios metabólicos y neuroendocrinos para conservar la energía metabólica y asignar más nutrientes al sistema inmunológico activado. Esto puede traer aparejadas consecuencias psicofísicas como la fatiga, pérdida del apetito, reducción de la libido y sueño alterado, así como una mayor presión arterial.
Si bien la inflamación es parte del mecanismo de defensa de nuestro organismo, cuando se mantiene más de lo necesario o se vuelve crónica puede perjudicar al tejido, generando un daño mayor. Por otro lado, la composición de la alimentación, entre otros factores, puede potenciar esto; fundamentalmente aquella compuesta por baja cantidad de frutas, verduras, legumbres, sumado a la alta ingesta de alcohol, cereales refinados, tabaco y alimentos ultraprocesados.
Estos factores dietéticos pueden alterar la composición y función de la microbiota intestinal y están relacionados con una mayor permeabilidad intestinal y cambios epigenéticos en el sistema inmunológico que finalmente causan endotoxemia de bajo grado e inflamación crónica sistémica. Por su parte, la deficiencia de nutrientes como el zinc, magnesio y fundamentalmente omega 3, también tienen una gran injerencia en la problemática inflamatoria.
El omega 3 fortifica y defiende al organismo frente a enfermedades como diabetes, cáncer, depresión y deterioro cognitivo, así como de problemáticas cardiovasculares como fibrilación auricular, aterosclerosis, trombosis, inflamación y muerte súbita, entre otras. Uno de sus principales aportes es su capacidad antiinflamatoria, ya que mejora el funcionamiento de los vasos sanguíneos, mientras que también se ocupa de balancear los niveles de colesterol en el organismo y regula el trabajo de los glóbulos blancos que responden a los procesos inflamatorios del organismo.
Entre los principales ácidos ácidos grasos omega 3 se encuentran el ácido eicosapentaenoico (EPA) y el ácido docosahexaenoico (DHA), donde una de las principales fuentes naturales para obtenerlos son el aceite de pescados como el salmón, el atún, la caballa, el sábalo y el surubí, entre otros. El EPA de aceite de pescado se destaca por su rol en el cuidado del corazón y sus propiedades antiinflamatorias y antialérgicas, mientras que el DHA refuerza el sistema nervioso, el cerebro y la visión.
Los principales contribuyentes a la creciente incidencia mundial de niveles bajos de omega 3 son una baja ingesta de pescado y una alta ingesta de aceites vegetales con alto contenido de ácido linoleico, que desplaza a los ácidos grasos omega 3 en los fosfolípidos de la membrana celular. En un país donde el consumo de pescado es de 5 kg por habitante en el año, cuatro veces menor a la media mundial de 20 kg, se debe considerar la adición de suplementos antiinflamatorios complementarios.
Afortunadamente, aquellas personas que consumen poco pescado, tienen a disposición suplementos dietarios de venta libre a base aceite de salmón, como es Regulip 1000, que permite incorporar con efectividad un gran aporte de ácidos grasos poliinsaturados omega 3 en sus variantes EPA y DHA. De esta manera, y con la supervisión de especialistas, es posible complementar los déficits de nuestro organismo para hacerle frente a las múltiples problemáticas asociadas a la inflamación crónica.
Las dietas antiinflamatorias se basan en nuevos avances en biología molecular para reducir la inflamación, aumentar la resolución y alterar la expresión génica. Cuanto antes se implementen en poblaciones de alto riesgo, menor será la probabilidad de que se desarrollen consecuencias metabólicas negativas a largo plazo, que son la base de muchas enfermedades crónicas. Una nutrición adecuada durante los períodos inflamatorios puede disminuir la enfermedad, mejorar la comodidad y la calidad de vida.
(*) La Dra. Virginia Busnelli (MN 110351), es médica especialista en Nutrición, directora Médica de CRENYF y directora Académica de CEAR