A ocho años de la inundación de nuestra querida ciudad de La Plata y en reconocimiento a Alejandro Fernández, quien salvó muchas vidas en aquella fecha trágica, transcribo sus palabras, que llegan al corazón.
“Nací en Lanús. A los nueve años nos vinimos para La Plata por las raíces familiares. Primero vivimos en 44 y 25 unos cuantos años. Cuando nos hicimos grandes, cada uno fue comprando su casa. Me mudé a un departamento en 525 y 12, donde viví nueve años. Después me mudé a la calle 524.
“El 2 de abril de 2013 empezó a llover, a llover, a llover. Era la tarde. Justo al otro lado de la 7, sobre 524, un amigo que estaba de vacaciones había dejado estacionado su auto. Comencé a mirar y observé que el agua le llegaba a la rueda, después al paragolpes; iba a cada rato a mirarlo. Para las 7 de la tarde empecé a olvidarme del auto y me puse a pensar que si ahí había 60 centímetros, para abajo, hacia calle 10, habría un metro y medio. Y empecé a pensar que a esa gente la habría sorprendido el agua y que no iba a poder salir, porque había subido muy rápido.
“Le dije a mi señora: “voy a sacar la lancha del garaje y la voy a bajar para 7, allá atrás debe haber gente que necesita una mano”. Temía que la gente pudiera llegar a pensar que salía a pasear con la lancha, pues ya había una persona con una moto acuática andando a fondo para todos lados y le pedían que por favor no acelerara porque las olas se metían adentro de las casas.
“Cuando arranqué la lancha se me acercó un muchacho de unos 40 años. “¿Adónde vas?”, me preguntó. Me sorprendió. Le dije: “mirá, voy a bajar el bote para ver si alguien necesita algo”. Y me dijo “¿cuánto me cobrás por llevarme a mi casa?”. “No, flaco, no, yo no voy a cobrar nada, voy a ver si puedo dar una mano, nada más”. Entonces me contó que vivía en 524 entre 9 y 10. “Por favor, llevame a mi casa que están mi mujer y mis hijos adentro y no tengo cómo llegar”, me pidió. Y allí empezó la larga historia.
“La correntada era inmensa, terrible. No se podía cruzar 7. Le dije “vení, subí, sentate acá”. Bajé la lancha en 523 y 7, agarré por 7 hacia 524 y lo llevé hasta su casa. El muchacho bajó de la lancha llorando. En eso, empiezo a sentir gente que gritaba: “por acá, por acá, nos tienen que sacar de acá.
Al borde del hundimiento
“Me sentí desbordado, miré todas las casas que eran bajas y empecé a acercarme. Ataba la lancha a las rejas o al palo de luz y sacaba gente. Mi bote es grande, un semirígido de 5 metros que transporta 10 personas cómodamente. Pero caí en la cuenta de que llevaba tantas personas que ya entraba el agua por el espejo (la parte de atrás, donde va el motor en la lancha). Llevaba 12 personas en el bote y llegaba a destino con el agua adentro, porque iba con tanta carga que se iba hundiendo, por lo que el agua también se metía por los bordes. Saqué a más de 100 personas. Fue desgarrador estar ahí.
“Arranqué a las 9 de la noche. Empecé a sacar gente y estaba tan loco que trataba de agarrar las calles por la mano. Estaba superado. ¡Evitaba ir contramano con el bote por una calle!
“Sacaba a la gente y la llevaba para casa (me hace mal hablar de esto), donde mi mujer y un par de vecinos los atendían. Les daban té o café caliente, ropa seca, toallas, frazadas (la pasé muy mal viendo esas cosas).
“Arranqué de vuelta el bote, me metí otra vez, empecé a andar por donde podía, por 524, por la 522, en un momento aparecí por 9 y 521, que era una parte en la que había 2 metros y medio (una locura). Me metí ahí y sacaba el bote cargado de gente. Los viejitos congelados, duros. Cuando los agarraba parecía que estaban muertos, no podían enderezarse. Para esto ya era cerca de la una de la madrugada. Gente de 80, 90 años, que cuando la sacaba del agua estaba desnuda.
“En las casas quedaba un pequeño espacio para pasar por debajo del umbral de las puertas, había gente que estaba arriba de los muebles, arriba de los roperos. De 9 y 523 saqué a una pareja mayor que estaba arriba del techo de una Ecosport porque apenas le quedaban 30 centímetros para mantener la cabeza fuera del agua. Si se bajaban, se ahogaban. Estaban entre el techo y la camioneta. Hacía como cuatro horas que estaban ahí, arrollados.
“Había vecinos que tenían un primer piso y desde ahí me gritaban: “fijate en esa casa que tiene que haber gente”. Yo golpeaba y no salía nadie. No contestaban porque creían que los iban a robar.
“En un momento se me paró el motor porque se enredó la hélice en un cable, la correntada era tan fuerte que nos empezó a arrastrar por calle 10 hacia 520. Comencé a decirle a la gente que llevaba que se agarrara de algún lado. Un par de muchachos se agarraron de un árbol. Me metí al agua, no hacía pie, pero pude desenredar el cable del motor. Lo arranqué y salimos de vuelta. El motor de la lancha es como el motor de un Gol en la calle, un motor mediano, normal, que en el agua alcanza 40 kms/h, que es mucha velocidad. Y aún así había momentos en que el bote no se movía por la fuerza de la correntada, que lo frenaba.
“Llevate a mis hijos, yo estoy hecho”
“Cada casa a la que iba era un problema, y yo tenía el problema de todas las casas. Ya eran como las 4 de la mañana y empecé a agarrar para el lado de 8, 524 y 525, y me llamó un muchacho grandote, como de dos metros de altura, unos 40 años. Estaba con su familia detrás de la reja y no podían salir porque el agua ya había tapado la puerta.
“Querían sacar a los chicos. El muchacho me dijo: “llevate a los pibes porque no puedo salir, no quiero que se me ahoguen”. Subí a una pared para hablar con él y le dije: “esperá que voy hasta mi casa, traigo herramientas y desarmo las rejas para que salgan todos”. Me pidió: “no, loco, vos me vas a dejar y no venís más”. “¡No! ¿Cómo no voy a venir más?”, exclamé y me insistió: “llevate a mis hijos, llevate a mis hijos, yo ya estoy hecho”.
Le dije “¿vos no me conocés y me decís que me lleve a tus hijos?”. “Aunque no te conozco, si te los llevás van a estar vivos”, me respondió.
“Fui a mi casa, agarré las herramientas y volví, saqué los tornillos, desarmé la reja de hierro y saqué al muchacho con toda su familia. Pero había otro problema: para llevar a los chicos desde la casa hasta el bote había que caminar por arriba de una medianera de 15 centímetros de espesor y 4 metros de largo. Caminé por esa medianera haciendo equilibrio, primero con un bebé de meses en brazos, y después con una nena de cuatro años.
“Esa gente después vino a visitarme a casa y me trajeron un dibujo de la nena que aún tengo guardado, un dibujo de la lancha con nosotros arriba. El muchacho me contó que aquella noche, en un momento, se acostaron pensando que no tenían salvación, que iban a morir todos ahogados; se acostaron a esperar la muerte. La desesperación de la gente eran los chicos.
“Fue terrible. Casos como esos hubo muchísimos. No había diferencias económicas, los pudientes estaban igual que aquellos que no tenían ni para la yerba. En medio de esas circunstancias desesperadas se había generado como una organización, la gente no se peleaba entre sí en medio del caos. Hubo quienes, con el agua al pecho, me dijeron “sacá a aquel que es más viejo que yo. Después, si podés, vení a buscarme”.
“Como a las 3 de la mañana me quedé sin nafta. La lancha lleva mezcla, pero me dije: “si tengo nafta sin aceite se la pongo igual por más que se funda”. Entonces vinieron los pibes del barrio con las motos, las daban vuelta para sacar la nafta y dármela.
“Como a las 3 y pico vi a un flaco de unos 30 años, morocho, alto, mirando, quieto entre la gente que me daba papelitos que decían: “mi papá vive en 522, número tal, ¿no lo podés traer?”. Todo el mundo pedía. El flaco no pedía nada. Le pregunté: “flaco, ¿tenés que ir a buscar a alguien?”. Me dijo “no, quiero saber si puedo ayudar”. Hacía rato que estaba ahí, como en shock, sin decir nada, inmóvil, esperando que alguien le diera una orden, una indicación de lo que tenía que hacer. Le dije: “vení, subí, ayudame”. Se subió y me ayudó durante cuatro horas.
“En los papelitos veíamos las direcciones e íbamos a las casas. Había un metro con 80 en todos lados. Cuando llegamos a la primera casa el flaco se zambulló de cabeza, como si fuera una pileta. Le dije “no, flaco, no te tirés así porque puede haber una montaña de piedras debajo del agua, tenemos que estar más tranquilos”. Era un muchacho que había venido a visitar a la madre, en 5 y 525.
“Me insultaban porque creían que era del Municipio”
“Tuve que organizarme para sacar gente, porque todo el mundo quería salir. Al que tenía casa de alto le decía que me esperara en la parte alta porque primero tenía que sacar a los que estaban abajo. A quienes tenían un techo de losa les decía que subieran al techo a esperarme mientras sacaba a los que no tenían donde ponerse. Y había gente que me puteaba porque creían que yo era de la Municipalidad. Gritaban: “hijos de puta, a esta hora vienen, son las 4 de la mañana, hace 6 horas que estamos con agua”. Y yo tenía que explicarles que era un vecino que estaba dando una mano.
“En dos ocasiones me quedé pegado por la corriente. La altura del bote es de 60 centímetros. Más el agua, estaba a un metro con 80 del piso. Y a los 2 metros estás a la altura de los palos de la luz y los palos de los medidores, así que lo más cómodo que tenés para agarrarte es el palo de la luz o el palo del medidor. Entonces, dos veces me agarré del palo del medidor y me quedó la mano pegada. En un caso no quedé aferrado porque el palo era grande, y al cerrarse, los dedos se desprendieron. En la otra ocasión la electricidad me agarró en la punta de los dedos y pude sacar la mano a tiempo.
“En un momento me dije: “no sé qué hago acá, si me ahogo o me muero electrocutado sacrifico a mi familia”. Pero seguí, porque sentía los gritos de la gente que venían desde el interior de las casas, y si me volvía a la mía a meterme en la cama y los abandonaba, esos gritos no me iban a dejar dormir nunca más. Me quedé, arriesgando la vida. Pero a cambio hoy puedo dormir tranquilo. No desatendí ninguno de esos llamados. No dejé a nadie tirado.
“A una sola familia no llevé. Fue una pareja que tenía como seis perros. Estaban en una casa de alto y me preguntaron si podía llevar a los perros. Yo les dije “por el momento prefiero llevar a la gente, cuando termine te prometo que vengo a buscarlos”. Me dijeron: “nos quedamos con los perros”. Es la única gente que se quedó en su casa por sus perros. Pero después nadie puede decir que “la lancha pasó y no me llevó”. Nadie. Iba y venía, iba y venía, iba y venía.
Humor en medio del drama
“En un momento vino una pibita de unos 16 años y me dijo “¿me llevás a mi casa?”. Al contrario de todo el mundo, ella quería ir a la zona inundada, a 8 y 522. Le pregunté: “¿para qué querés ir a tu casa?”. “Le dije a mi papá que estoy acá, que está todo bien, pero me quiero ir a mi casa con ellos”, respondió.
“La piba quería ver a su familia, que estaba bien, en un primer piso… La subí a la lancha, la llevé hasta su casa y la dejé con sus padres. Al verla, el papá le dijo “llegaste hija, menos mal que viniste en taxi”. Hubo gente que, en medio del drama, conservó el humor. En la 523, a la altura de “La Primavera”, cuando estaba rescatando a una mujer que se encontraba en el techo, me dijo: “che, saliste a pescar y no trajiste las cañas”.
“En 9 y 523 saqué a un chico discapacitado, de 17 años, con silla de ruedas y todo. Después, el padre lo tuvo que traer a mi casa porque el chico quería darme las gracias por haberlo sacado del agua con “el barco”. Quería ver y tocar “el barco”. Eso me conmovió profundamente.
“En 524 y 9 había unos muchachos riojanos que estaban estudiando acá, en una casita muy bajita, estaban arriba del techo, me acerqué y les dije: “déjenme sacar más gente que después los vengo a buscar”. “No hay problema, hacé tranquilo todo que nosotros te esperamos”, me respondieron. Luego, cuando los fui a buscar, el agua ya había alcanzado el techo. A los tres días paró un auto en casa, eran los tres muchachos con los padres que habían venido desde La Rioja a agradecerme. Me abrazaban y me besaban, emocionados.
“Cerca de las cuatro y pico de la mañana, enfrente a “La Primavera” había un matrimonio que estaba arriba del techo de la casa. Yo iba recontra cargado de gente y el tipo me gritó: “¿cuánto te tengo que pagar para que me saques?”. Yo no podía parar por lo intensa que era la correntada, sólo le pude contestar, marchando, que no cobraba nada; que sólo iba sacando primero a los que estaban más jodidos.
“A las 7 y media de la mañana vi una Peugeot Partner frente al Banco (toda la noche había estado ahí). Alguien me hacía señas desde arriba de la camioneta, que tenía agua hasta la mitad, me acerqué y me dijo “¿no me llevás hasta mi casa?”. “Sí, no hay problema. ¿Toda la noche estuviste acá?”, le pregunté. “Sí, yo te vi desde que bajaste el bote para empezar a rescatar a la gente, pero no te quería molestar porque estaba más o menos bien”, me respondió. Era un matrimonio de más de 60 años, estaban todos empapados, habían pasado toda la noche con la mitad del cuerpo bajo el agua porque no habían querido molestarme para que yo pudiera rescatar a gente más necesitada. Me contaron que vivían en 9 y 523. Les dije que no los podía llevar a su casa porque ahí todavía había un metro 60. No me podían creer. Entonces los llevé igual para que vieran.
“El auxilio recién llegó a las 9 de la mañana del 3 de abril”
“Cuando empezó a aclarar, en 9 y 524, en una casa con un umbral de 20 centímetros de altura, vi una mujer de aproximadamente 1,60 parada en ese umbral, dura, quieta como una estatua. Me acerqué y le pregunté desde qué hora estaba ahí. “Desde las once de la noche”, me contó. Estaba fría, helada, como una persona muerta. Así salía la gente del agua: tiesa.
“La única lancha que anduvo por la zona fue la mía. Fue el único bote. El auxilio recién llegó a las 9 de la mañana, cuando el agua había bajado. Fue en ese momento en el que me fui a dormir hecho un trapo. Después, cuando di una vuelta por el barrio, parecía Kosovo. Parecía que había explotado todo.
“Tiempo después, en una ferretería de 523 bis, el ferretero me preguntó por el bote y uno de los clientes, que estaba esperando, se me acercó, me dio un fuerte abrazo y me dijo “por fin te conozco, ¡gracias!, yo soy el que estaba en 9 y 523. Allí, recordé, había un metro 60 de agua y ni él, ni la mujer y los tres chicos podían salir. No tenían planta alta y todas las salidas tenían portones eléctricos. Cuando escuchó el bote me llamó, me acerqué a la casa y pude abrir un portón eléctrico sin romper la puerta, porque tenía un sistema como hidráulico que, haciendo mucha fuerza y sacando la llave, cedía. Estaban los cuatro arriba de un auto y los saqué a todos agarrándolos y haciéndolos pasar por un huequito.
“Al bote no lo pude tener en mi casa porque los vecinos pasaban a acariciarlo permanentemente, lo tuve que llevar al taller. A veces pasaba gente manejando autos de alta gama, frenaban, se bajaban para acariciarlo y decían “este bote me salvó la vida”, y seguían. A veces se juntaban 10 ó 15 personas alrededor del bote para mirarlo y darle las gracias. Lo reparé todo y lo puse en venta, pero en el taller. Un amigo me dijo que le cambiara el nombre, que le pusiera “La lancha del rescate”. Pero no. No se le cambia el nombre a las embarcaciones. Se siguió llamando “Guajiro”.
“Uno no está preparado para vivir este tipo de cosas. Tal vez sólo los bomberos lo están. Yo sufrí lo de mucha gente, y esta es la primera vez, después de muchos años, que lo hablo con alguien. Esto nunca se lo conté a nadie. Hasta hoy (hace dos años) no había podido hablar del tema”.