La sequía. Hace un mes, uno de los más poderosos medios del país titulaba: “Sequía dramática: se pierden 50 millones de toneladas y casi 20.000 millones de dólares”. Luego aclaraba que esos eran “los últimos datos de la Bolsa de Comercio de Rosario” y que “la situación podría empeorar con el avance de la campaña”.
Pandemia, guerra, crisis financiera mundial, una herencia maldita (el impagable préstamo multimillonario que Macri recibió del FMI) y, por si fuese poco, una sequía histórica. Algunos misiles le cayeron desde el espacio exterior al actual gobierno, pero otros se fabricaron y lanzaron aquí, a metros de la Casa Rosada, incluyendo a un depredador poder económico -concentrado como pocas veces en la historia argentina- y a una destructiva oposición político-mediático-judicial que, a golpes de mercado y de colocar gruesos troncos en la rueda de la administración nacional, está sembrando el campo para lanzar desde el 10 de diciembre de 2023 -día de la asunción del nuevo gobierno, que ya descuenta que será propio- un ajuste de características tan brutales que ni los mismos que votarán a la derecha (ultra) parecen dimensionar.
A ello, desde ya, se suman muchos errores no forzados del Gobierno, que apostó al diálogo y el consenso con los formadores de precios para controlar la inflación y a las paritarias como único medio para fijar el valor de los salarios: las consecuencias están a la vista.
Mientras tanto, se sigue cumpliendo a rajatabla con el acuerdo con el FMI que craneó el equipo del ex ministro de Economía, Martín Guzmán, y que contó con el aval absoluto del presidente, Alberto Fernández: achicar el valor de “las cuotas” por un tiempo y extender los plazos de pago. Eso y nada es lo mismo. El acuerdo original y su mala fotocopia de 2022 es inflacionario y no le permite al Gobierno diseñar un plan económico integral. “Al FMI tenés que ir con un plan económico integral, decirle ‘esto es lo que vamos a hacer’, y negociar desde allí”, dijo hace días, palabra más o menos, Jorge Remes Lenicov, quien en 2022 tuvo el duro trabajo de salir del nefasto 1 a 1 y de decirle “no” a los halcones del Fondo. “¿Y el actual es un plan económico integral?”, le preguntaron. “No, es un plan para llegar a fin de año”, contestó.
Faltaría, por las dudas, recordar que el impagable crédito de 45.000 millones de dólares lo tomó el gobierno de Juntos por el Cambio (Cambiemos, en aquel 2018) y que lo fugó completo. No obstante, los mismos que estuvieron en la primera línea de ese periodo para el olvido ahora hacen cola para decirles a las grandes fortunas del país que si llegan a la Rosada harán un ajuste de película, y como saben que será de película la reacción popular, también les cuentan que van a reprimir sin miramientos. Y los ricos aplauden.
Los ricos no piden permiso
“Sequía dramática: se pierden 50 millones de toneladas y casi 20.000 millones de dólares”, tituló el diario del clarinete, como si estuviese preocupado. Por la falta de esa inmensa suma de dinero, casi todo el Gobierno nacional voló a EEUU para reunirse con su presidente, Joe Biden, altos funcionarios de la Casa Blanca y del propio FMI. Le pidieron “clemencia” a las autoridades estadounidenses y a las del organismo (que Perón se negó a integrar cuando fue creado, a mediados del siglo XX), pues con semejante pérdida causada por el clima no se podrá cumplir al pie de la letra aquello que, de todos modos, no se podrá cumplir de ninguna manera.
Los resultados de esas reuniones fueron tan vagos que uno se pregunta de qué vale un supuesto apoyo de EEUU en los tiempos que corren. Lula, en Brasil, eligió otro camino. Se fue a China y allá dijo que hay que buscar una forma de dejar de depender del dólar. “¿Por qué no podemos tener un comercio basado en nuestras propias monedas?”, se preguntó el mandatario en un vehemente discurso en el Nuevo Banco de Desarrollo de Shanghai, conocido como Banco de los Brics (el bloque que integran Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), frente al cual quedó la ex presidenta brasileña Dilma Rouseff.
Cuando visitó nuestro país, Lula manifestó su deseo de sumar a la Argentina a ese bloque internacional, así como el de avanzar decididamente en una moneda común a ambas naciones, para, en principio, desplazar al dólar de las relaciones comerciales.
Ese camino requeriría tener en Argentina un gobierno 100% peronista.
Ahora bien, con la firme convicción de que las causas profundas de nuestros problemas hay que rastrearlas en la historia, ya que ninguna comenzó ayer ni hace unos pocos años, buceamos hasta 1875. Sí, hace casi 150 años.
En aquella época donde el país estaba en manos de la burguesía terrateniente, dentro de la clase dominante había mentes muy lúcidas (no como ahora, donde lo único que ofrecen son hombres y mujeres que gritan, agreden y no hilvanan dos ideas, pero aseguran un súper ajuste y una majestuosa represión). Había visionarios como Carlos Pellegrini, “el precursor de las ideas industrialistas en Argentina y el presidente que tuvo que afrontar la crisis de 1890”, como lo definió el historiador Felipe Pigna.
Siendo diputado nacional, el 14 de septiembre de 1875 Pellegrini pronunció un magnífico discurso en el Congreso de la Nación, en el cual dejó en claro su postura: las insultantes ganancias que daba la tierra debían utilizarse para industrializar el país, como lo estaba haciendo en ese momento EEUU. No hace falta decir que la inmensa mayoría de los dueños de esas tierras hicieron oídos sordos.
Dijo Carlos Pellegrini aquel día, en una pasaje medular de su exposición: “Una nación, en el concepto moderno, no puede apoyarse exclusivamente en la ganadería y en la agricultura, cuyos productos no dependen sólo de la actividad o de la habilidad del hombre, sino, y en gran parte, de la acción caprichosa de la naturaleza. No existe hoy, ni puede haber una gran nación, si no es una nación industrial”.
Ciento cincuenta años después, Argentina sigue dependiendo de los terratenientes, de una buena cosecha, o de una sequía.
«Una nación, en el concepto moderno, no puede apoyarse exclusivamente en la ganadería y en la agricultura, cuyos productos no dependen sólo de la actividad o de la habilidad del hombre, sino, y en gran parte, de la acción caprichosa de la naturaleza» (Carlos Pellegrini, 14 de septiembre de 1875)