Aeropuerto. Por Guillermo Cavia
El Departamento de Ingeniería Aeronáutica de la UNLP está emplazado sobre la calle 116 entre las calles 47 y 48 de la ciudad de La Plata. Se trata de un edificio moderno, rodeado de árboles enormes de frondoso verde, que se pueden apreciar desde adentro de las aulas y oficinas. La edificación por estar alejada de la transitada Avenida 1, mantiene un silencio que solo es interrumpido por los pájaros que habitan el entorno, sumado a las alumnas y alumnos que suben las escaleras para asistir a las distintas clases que allí se imparten.
Las dos escaleras de la planta baja convergen en el descanso del primer piso. Hay allí algunas sillas, también elementos de aeronáutica, que se exhiben como piezas de museos, cohabitan junto a dos máquinas de café que son solicitadas por quienes en el lugar estudian y trabajan.
Alejandro Di Bernardi, nació en Azul, una ciudad distante a 330 kilómetros de la Capital Provincial. De niño veía pasar los aviones Mirage de la Fuerza Aérea Argentina, los miraba y los oía con el impacto de quien tenía la edad exacta para poder dimensionar un espectáculo semejante a lo maravilloso. Son esos instantes de la vida que se impregnan para siempre en la substancia de las personas.
“Yo quiero volar esos aviones”, le dijo a su mamá y papá. No era una idea elegida al azar. Sabía de lo que hablaba e incluso, comenzó a planificar su futuro: “Ingresar a las Fuerzas Armadas, hacer la carrera, recibirse de piloto, volar aviones de combate, después pasarse a una línea área y cuando llegara el momento de jubilarse, habría volado todo lo que es posible”, eso pensaba Alejandro Di Bernardi.
La realidad a veces puede tener algunas variaciones, mucho más cuando se es preadolescente y hay una familia con los pies todavía en tierra. La idea se fue desalentando. Alejandro quizás no había pensado bien, el hecho real de ingresar a la Fuerza Aérea, lo que lo llevaría a estar lejos de su familia, como también poder entender que la posibilidad real de volar un avión de combate podría ser solo un ideal, quizás era un sueño, que podría no ser soñado.
En Azul había adquirido gusto por la paleontología, esa ciencia podría ser una posibilidad concreta, pero en algún sitio de su ser había una guisa que lo llevaba con fuerza hacia su primer amor. Pensó en inscribirse en la carrera de Ingeniero Aeronáutico en la ciudad de Córdoba, pero finalmente lo hizo en la Universidad Nacional de La Plata.
Muchas veces el destino juega su mejor partida sin que uno ni siquiera lo sospeche. Es parte del azar de la vida y a la vez de los instantes en que las personas pueden encontrar en cada mañana un nuevo amanecer.
Alejandro que ya era un alumno avanzado en la carrera de ingeniería aeronáutica, tuvo la oportunidad de ingresar junto a otros estudiantes, como becario en la Propulsora Siderúrgica de la localidad de Ensenada. Allí pudo desarrollar dos líneas de trabajo y la posibilidad de solucionar un problema acerca de una gota, que generaba un defecto en la laminación del acero. Alejandro Di Bernardi, trabajó junto al Departamento de Aeronáutica para encontraron la solución al problema.
En el año 1982 ya estaba radicado en la ciudad de La Plata desde donde lleva a cabo su carrera en la UNLP. También trabajó en Madrid durante un año y en donde además fue profesor de una maestría por 13 años, viajando en los meses de verano de Argentina para trabajar de profesor en la Universidad de Madrid.
“En España tengo familia y mucha gente amiga, que se fueron haciendo cercanos cuando daba la Maestría de Sistemas Aeroportuarios” cuenta Alejandro con nostalgia, acerca de la madre patria. A la vez sabe que en La Plata ha hecho un camino, tiene una compañera de vida y una hija de ambos.
“Si cierro los ojos por un rato y me quedo pensando en lo vivido, al abrirlos, digo: ¡como cambió esto! Todo en el buen sentido. Desde aquí, de esta facultad de la Universidad Nacional de La Plata, hemos trabajado en más de 27 aeropuertos de Argentina y en más de 140 de todo el mundo. Ahora mismo estamos elaborando cosas para Grecia, República Dominicana, Uruguay, Perú y Argentina. Es porque nuestra facultad es diferente y pujante en lo institucional y mantiene una presencia constante e importante” dice Alejandro.
Cuando uno pasa por la Avenida 1 entre las calles 47 y 48 de la ciudad de La Plata, lo primero que ve es el colegio Nacional, pero más atrás, están las distintas facultades de ese gran complejo que dependen de la UNLP. Uno no tiene dimensión de lo que allí está pasando, de la excelente formación académica y profesional a estudiantes argentinos y de todo el mundo.
Hay mujeres y varones por graduase y graduados, trabajando en el campo de la investigación y desarrollo en el área aeronáutica y espacial. Personas planificando Aeropuertos en todo el mundo que dependen de lo que allí se está haciendo.
El Aeródromo de La Plata
“Cuando nos preguntamos cuál es la mayor desventaja para tener un aeropuerto con vuelos comerciales o de carga en La Plata, la respuesta: es la cercanía con Aeroparque y Ezeiza. Siempre se debe partir de preguntas. ¿Cuál es el rol de un Aeropuerto a nivel nacional? ¿Qué plan estratégico de desarrollo se necesita? ¿Es comercial, industrial? ¿Necesita conectividad, desarrollo regional? Cada respuesta y definición tendrá su impacto que debe ser analizada. Son muchas las normas que se deben cumplir y también se necesitan miles de millones de pesos para tener un aeropuerto operativo”, dice Alejandro Di Bernaldi.
“Por ejemplo, en el -Plan Estratégico Nacional de Aviación Civil de Perú-, donde estamos trabajando, las dos primeras reuniones fueron con Comercio Exterior y Turismo. ¿Por qué? Porque ellos necesitan que los espárragos salgan de Perú y al otro día estén en las góndolas de las tiendas de Estados Unidos, no es lo mismo que enviar por barco la mercadería. Y turismo, porque ellos saben qué, en un futuro no muy lejano, van a desenterrar nuevas ciudades que aún están ocultas, que serán otro gran atractivo para visitantes de todo el mundo”, explica Alejandro.
Di Bernardi habla claramente y lo hace en un tono de tranquilidad y facilidad, como si resolviera sin ningún esfuerzo las palabras que va a decir, “la planificación y la estrategia a la hora de una decisión son fundamentales. Es como hacer una casa, todo dependerá del presupuesto, la cantidad de habitaciones según los componentes de la familia y la factibilidad de construir una, dos, tres o más habitaciones”, dice sin rebozo Alejandro, sentado al otro lado de una mesa de reuniones. Luego agrega “además en todas las cosas, siempre se debe decir la verdad”.
Es el mismo hombre que hace un tiempo era un niño que miraba los vuelos rasantes de los aviones Mirages que, desde la Base Aérea de Tandil, iban en minutos hasta el cielo de su casa en la ciudad de Azul. El mismo que a los 12 años se subió al avión de un amigo de su papá y en ese vuelo vomitó hasta que no pudo más. La misma persona que hoy es Profesor de Motores a Reacción, de Motores Alternativos y de Aeropuertos y Operaciones de Vuelo, que además es Director de Transporte Aéreo.
Seguramente aquellos pilotos de esos aviones de combate, capaces de quebrar la barrera del sonido, quizás nunca fueron conscientes de lo que podían generar en un niño de 10 años que, desde su casa en Azul, los miraba pasar por el cielo de su patio.