Por Carlos Altavista.-
¿Una sociedad puede tener una “personalidad” autodestructiva al punto de elegir a un gobierno que, a todas luces, le infligirá sufrimiento, desempleo, incremento de la pobreza, humillación ante multimillonarios propios y foráneos que se quedarán con sus recursos naturales (envidia de las naciones más desarrolladas del orbe), relaciones laborales similares a las de hace un siglo, aislamiento mundial, destrucción de lo que supo ser su orgullo ante el mundo como la educación pública, la ciencia y el desarrollo cultural?
Mario de Casas no nos levanta el ánimo con una respuesta negativa. Sentencia: “En tiempos de esencialismos es importante señalar que las naciones y las comunidades nacionales no son entes que vienen del cielo o de la naturaleza, son construcciones humanas y, por lo tanto, históricas. Esto quiere decir que, así como fueron organizadas, pueden ser destruidas”.
Me decía un amigo a raíz del inescrutable “caso Milei” que “la aparición de un personaje con aires de mesías, inestabilidad emocional, nula empatía con el sufrimiento humano y muy escasa capacidad intelectual hubiese sido imposible sin la concatenación de la dictadura del 76 con la debacle cultural de los 90”.
La brutal sentencia sobre la decadencia sociocultural argentina desde “un paso antes” de la dictadura hasta hoy es digna de análisis para comprender, en la medida de lo posible, este presente imposible hasta no hace tanto. Y comprender sus causas profundas es clave para no dejar que se desarrolle.
A veces hay que apelar a ejemplos extremos para intentar describir la sensación que desde hace un tiempo recorre, como un inquietante escalofrío, el cuerpo de millones de argentinos y argentinas que creen que el país tiene una única oportunidad de salir del profundo y negro pozo en el que cayó.
LA DESTRUCCIÓN PLANIFICADA
La gran debacle argentina empezó en 1976. Y nunca paró. Se tomó un respiro durante la hegemonía del peronismo patagónico, luego del cual, inexplicablemente, hoy nos hallamos ante una comunidad que no parece muy decidida a ponerle un freno a esta estrepitosa caída. ¿Es una simplificación extrema? Veremos…
ANTES Y DESPUÉS DE 1974
En el marco de una entrevista que le realizó un periodista del diario El País de España con motivo del bicentenario de la Independencia nacional, le preguntaron a quemarropa al historiador Felipe Pigna: ¿Y cuándo empezó la decadencia?
Respondió: “Con la dictadura militar de los 70 y un poco antes, con el rodrigazo, un plan de ajuste salvaje que acabó con el modelo de distribución peronista (…) Con la dictadura, además, llega el desastre de los desaparecidos porque había mucha resistencia -hubo 200 paros en los dos primeros años del régimen-. El peronismo había logrado una distribución del 51% para los trabajadores y el 49% para el empresariado. Hasta los 70, Argentina tenía índices de pobreza extrema bajísimos para Latinoamérica (8 por ciento), índices de educación de niveles europeos e incluso superiores. Mejores que España, por ejemplo. Tenía una muy buena escuela pública a la que iba el 90% de la población, todas las clases sociales. Era una sociedad igualitaria que se truncó en los 70 y apareció una pobreza estructural que se mantiene hasta hoy, con algunos momentitos en los 2000 de recuperación”.
En 1974 el país había conseguido tener pleno empleo, la mejor distribución de la riqueza desde 1949, el mayor nivel de industrialización de su historia. Lo dijo en 2015 el entonces titular de la Unión Industrial Argentina (UIA), Héctor Méndez.
En España, quienes andan por los 70 -año más, año menos-, gentes que al morir el dictador Francisco Franco en 1975 andaban por los veintipico, le dicen a todo argentino que les pasa cerca que a mediados de aquella década de 1970 para ellos “Argentina era un faro; era el norte”, por lo cual nunca entendieron cómo a partir de esa época nuestro país no terminó de caer y decenas de miles de compatriotas “súper calificados” emigraron hacia una España que entró en democracia, primero, y en la Unión Europea, después.
PRIMERO ONGANÍA
Es que había comenzado la decadencia, como bien definió Pigna. Peor aún: el país empezó a bajar por un tobogán enjabonado. Durante la dictadura aumentó sustancialmente la pobreza, el desempleo y el endeudamiento externo, la desindustrialización y una brutal reconcentración de la riqueza en manos de los poderosos (en menos de 7 años los trabajadores pasaron de tener el 51% de la riqueza producida al 22%), todo al ritmo del genocidio de la generación más formada de la historia argentina, hecho que había tenido un “prólogo” en la Noche de los Bastones Largos de la dictadura de Onganía, cuando comenzó la fuga de cerebros: cientos de profesores universitarios y científicos de excelencia (formados en la escuela y la universidad públicas con dinero de todos) fueron obligados a marcharse porque, literalmente, desmantelaron todos sus proyectos, sus equipos de trabajo -humanos y materiales-, bibliotecas y laboratorios enteros.
La dictadura no pudo completar su faena porque la cobarde capitulación en Malvinas de los popes militares apuró su salida. Le faltaba “mucho por hacer”, como privatizar las empresas públicas, por ejemplo. Sin embargo, tras los fallidos 80, el establishment puso a Menem en la presidencia tras hacerle ganar la interna del PJ a Antonio Cafiero, y vinieron los nefastos 90.
LOS NEFASTOS 90
Aquel 90% de chicos en la escuela pública se redujo drásticamente pues “florecieron” aquí y allá los colegios privados destinados a una clase media que veía cómo la escuela de barrio en la cual se había educado, y muy bien por cierto, se transformaba en una primaria de 9 años (EGB) donde la inmensa mayoría de los niños que caían día a día en la pobreza iban a comer en vez de a estudiar. Todo planificado.
Pero esa misma clase media, antiperonista, se enamoró de la mentira del 1 a 1 y viajó por el mundo, compró autos 0Km, y llegó a tener un nivel de vida impensado (aunque falso). Fue así que en 1995 el menemismo ganó con el voto de la clase media que en 1989 se horrorizaba al ver y escuchar a Menem. Debacle social y económica de los sectores populares, corrupción galopante, educación y salud públicas por el suelo, indulto a los genocidas, cultura de la frivolidad (furor de Tinelli, Susana Giménez, etc)… Nada pudo con el 1 a 1. Al punto que la promesa de la alianza radical encabezada por De la Rúa se aseguró el triunfo en 1999 con el eslogan “Conmigo, un peso, un dólar”.
EL 2001
Diciembre de 2001. Estallido social inédito. Fin abrupto del gobierno de De la Rúa, Patricia Bullrich, Ricardo López Murphy, Domingo Cavallo y compañía. Que se vayan todos. En 2002, Argentina llegó a tener un índice de pobreza superior al 60% y un desempleo del 25%.
No obstante, Facundo Manes y algunos “colegas” le escribieron una carta a George W. Bush pidiéndole que el FMI no le diese un dólar más a la Argentina hasta que no cumpla con todo lo acordado con ese organismo. ¿Qué era? Un brutal ajuste sobre una sociedad pauperizada.
Vino una nueva versión peronista, a la cual enseguida apodaron kirchnerismo. Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández (2007-2015) redujeron la desocupación a un dígito, se sacaron de encima al FMI, redujeron -no lo suficiente ni mucho menos- la pobreza, recuperaron el sistema previsional, pusieron en un plano superlativo a la educación superior y la ciencia -no así a la educación básica-. En 2015 había muchos problemas, pero la continuidad de un gobierno nacionalista con sensibilidad popular los hubiese solucionado.
Pero no. La sociedad decidió votar por derecha. Cuatro años después, la situación harto conocida, con un endeudamiento externo de 100 mil millones de dólares, más 45 mil millones con el FMI: una deuda total y absolutamente impagable. Otra vez dos dígitos de desempleo, decenas de miles de pymes y comercios quebrados, pobreza por las nubes, corrupción a diestra y siniestra, Patricia Bullrich de nuevo, el radicalismo galerita de nuevo, el Pro como nuevo jugador político, y medios hegemónicos mintiendo todo el día, todos los días.
NADA JUSTIFICABA ESTO
Luego llegó un golpe feroz en la línea de flotación del movimiento nacionalista popular: el progre-albertismo, que no hizo peronismo y abonó el campo para el neofascismo.
Neofascismo que pudo ser frenado en Chile, en España, en Brasil, en Francia, en Colombia, en Bolivia (golpe de estado mediante), hasta en Perú, más allá de las grietas profundas que provocó en la sociedad andina el fujimorismo que hoy, con otro formato, amenaza a la Argentina.
¿Los chilenos son mejores? ¿Los españoles son mejores? ¿Los bolivianos son mejores? ¿Los brasileños son mejores? No. Quizás, simplemente, tengan más instinto de supervivencia… ¿Y aquí? Va de nuevo entonces: ¿Qué tan bajo podemos caer como sociedad? ¿Una sociedad puede tener una “personalidad” autodestructiva? Confiamos en que no. Por historia … Veremos.