Por Alberto Alba*
Cuando concurrí al Teatro Municipal Coliseo Podestá junto a otros integrantes de la Federación (a ver el musical sobre su vida), me vino el recuerdo de Sor María Ludovica como si fuera ayer.
Yo era solo un niño cuando la conocí, puesto que mi mamá me llevaba a ‘upa’ al Hospital de Niños de La Plata. Lo que más me impresionaba de ella era su manera de estar siempre presente, con una bondad que llenaba cada rincón de donde estaba. No importaba quién fueras o de dónde vinieras, para ella todos éramos importantes.
Sor Ludovica tenía una forma de mirar que transmitía algo más que autoridad: transmitía amor. Siempre sonreía, con una ternura que, aunque uno fuera niño, lograba comprender.
Recuerdo cómo, a pesar de sus tareas, siempre encontraba un momento para detenerse y hablar con nosotros, para preguntarnos cómo estábamos, como si fuera lo único que le importara en ese momento.
Lo que más destacaba en ella era su capacidad para dar sin esperar nada a cambio. No solo se preocupaba por los niños, sino también por las familias, por aquellos que atravesaban momentos difíciles.
La solidaridad era su bandera, pero no una que ondeaba desde lejos; era algo que vivía a diario, en cada pequeño gesto, en cada decisión que tomaba.
Había algo en su forma de ser que nos hacía sentir seguros, como si su amor fuera un refugio que nada podía quebrar. Para mí, Sor Ludovica fue el primer ejemplo que tuve de lo que significa vivir con ternura, con esa fuerza suave que transforma todo lo que toca. Por ese motivo, siempre estará en mi corazón.
*Presidente de la Federación de Instituciones Culturales y Deportivas de La Plata