Muchas bandas de rock y de pop guardan historias dignas de ser contadas, tanto de sus inicios como de su época de auge o de “caída”. Desde aquel productor que al escuchar el primer demo de The Beatles expresó algo equivalente a “no va a funcionar” hasta el accidente del guitarrista de Black Sabbath (se cortó los dedos corazón y anular de la mano derecha) que terminó generando un sonido que a la postre se conocería como heavy metal. O tantísimas canciones que durante años y hasta por generaciones se pensó que significaban una cosa cuando en realidad nada tenían que ver con ese imaginario popular.
Pero en la génesis del híper popular cuarteto sueco Abba, por lejos uno de los más exitosos de la música contemporánea, se escondía una verdadera tragedia que recién fue revelada muchos años después de que el grupo conquistara públicos, copara rankings y sonara día y noche en radios y discotecas de todo el planeta.
Abba se formó a principios de los 70 en Estocolmo, Suecia, conformado por dos mujeres y dos hombres: Agnetha Fältskog (popularmente, la rubia), Ulvaeus Björn, Benny Anderson y la morena Anni-Frid Lyngstad, o simplemente, Frida, quien nació en Noruega.
En 1973 grabaron su primer álbum (Ring Ring), y al año siguiente llegó la gran consagración del cuarteto al ganar el popular festival de la canción Eurovisión (una suerte de Champions League musical de Europa que logra impresionantes picos de rating en todo el continente) con el tema que dio título a su segundo disco: Waterloo (ver video).
Lo que nadie sabía entonces es que Frida, la típica chica de estampa pop, simpática, bella y con una gran voz, había nacido en el marco de un experimento para “extender la raza aria pura” ideado y encabezado por el mismísimo Heinrich Himmler, uno de los principales jerarcas del Partido Nacional Socialista y del Tercer Reich comandados por Adolf Hitler.
Así, detrás de la música ultra pegadiza y la moda que imponía Abba -pantalones campana y melenita los hombres, piernas eternas y desnudas y trajes brillantes las mujeres-, Frida guardaba bajo siete llaves una historia trágica.
La morena de Abba fue uno de los 8.000 niños y niñas que nacieron de la cruza obligatoria impulsada por Himmler entre nazis y mujeres de los países ocupados. No cualquier mujer, claro. “Se creía que las noruegas tenían sangre vikinga y que, por esa razón, eran ‘arias puras’. Así las cosas, al tener hijos con soldados alemanes lograrían enriquecer la genética de las nuevas generaciones”.
En ese macabro contexto, Frida nació como Anni-Frid Lyngstad el 15 de noviembre de 1945 en Ballangen, Noruega, como consecuencia de un experimento nazi denominado “Lebensborn”, creado, como se dijo, por quien pasó a la historia negra de la humanidad como líder de las SS.
Como puede uno imaginarse, esa forma de concepción tremenda, tanto a Frida como a los 7.999 niños y niñas restantes le provocó una discriminación y un hostigamiento tales que los hizo sufrir horrores.
Hoy, merced a la morena de Abba, se conoce la historia de esos chicos y chicas que fueron torturados, violados e internados en centros especializados.
La mayoría de los niños del proyecto Lebensborn que permanecieron en Noruega son hoy en día inadaptados sociales. Pocos han recibido una educación apropiada u obtenido empleo. “Un rasgo característico de todos ellos es que sufren de depresiones y tienen baja estima”, sostiene su abogada, Randi Hagen Spydevold (El Mundo de España, 14 de julio de 2002, Nº 352)
Los nacidos en ese experimento fueron “bautizados” popularmente como “Tyskerbarna” o “niños alemanes”, lo que les valió el rechazo absoluto de la sociedad. Y si bien sus madres fueron forzadas bajo pena de muerte, el calificativo de traidoras “por contribuir a la expansión de la genética nazi” no lo pudieron evitar.
Luego de la disolución de Abba, Frida vivió durante mucho tiempo recluida. En la actualidad, no obstante, es modelo para las miles de personas que como ella nacieron durante la guerra, o poco después, de madres noruegas y padres alemanes.
Los llamados “niños alemanes” fueron enviados a orfanatos. Nadie quería adoptarlos. Se afirma que muchos terminaron en instituciones mentales, pues se los consideraba “retardados”. Las madres de las niñas y niños (al menos las que no pudieron escapar) fueron violentadas y enviadas a campos de concentración.
La mamá de Frida, Synni Lyngstad, quien concibió a la niña con el sargento alemán Alfred Haase, logró salir de la ciudad de Ballangen e instalarse en el noreste de Noruega después de un largo y muy complejo derrotero.
Cuando su madre murió, Frida tenía 11 años. Ya con evidente inclinación hacia la música, a esa edad cantó en un concierto a beneficio de la Cruz Roja. Fue el puntapié inicial de una carrera más que exitosa.
Se casó y tuvo dos hijos, pero se separó en 1967. Ya asomando los 70 conoció a Benny Anderson, se casaron y poco tiempo después nació Abba junto a (la rubia) Agnetha Fältskog y Björn Ulvaeus. Y conquistaron el mundo.
En el apogeo del éxito, Frida contó su historia. Y fue una fanática alemana la que, shockeada porque el papá de la cantante era su tío, contactó a Frida y se lo comentó. La morena de Abba finalmente conoció a su padre. Y cuentan que ese encuentro le terminó provocando una profunda y larga depresión.
Frida se casó por tercera vez con el príncipe italiano Heinrich Ruzzo Reuss von Plauen. El noble murió de cáncer y su hija en un accidente de tráfico en 1999, por lo que Frida heredó su título y fortuna, convirtiéndose en una aristócrata multimillonaria.
“Mi madre murió cuando yo tenía dos años. Con el tiempo, mi abuela decidió trasladarse a Suecia. Quería librarme del odio que había hacia los alemanes en aquel entonces. Durante varios años vivimos como nómadas. Mi abuela era sembradora y, para conseguir trabajo, teníamos que ir de un lugar a otro. Al final nos instalamos en una casa de Torshälla. Aunque algunos años fueron muy difíciles, recuerdo mi infancia como una época feliz”, dijo Frida a un diario sueco.