El hombre estaba hastiado de la inseguridad. Ya habían entrado a robar a su casa cinco veces. Dicen que otras tantas a su ferretería, herencia del abuelo paterno. Estaba harto, y con razón.
Sabía que la policía, a la que él le pagaba el sueldo, andaba “en la joda”. Ningún gobierno, de ningún signo político, había hecho nada serio al respecto. De inseguridad se hablaba en las campañas. Después, si te he visto no me acuerdo.
El hombre, un laburante honrado de toda la vida, cuando su hijo y su hija iban a empezar la primaria discutió con su esposa, pues ella los anotó en una escuela privada. En rigor, subvencionada por el Estado -o sea, por él- pero de gestión privada. “Nosotros fuimos a la escuela del barrio y era muy buena. ¡No quiero que los chicos vayan a una privada!”, le decía. “Ya no es como antes. Ahora, de aquella escuela no queda nada. Yo también quisiera que vayan al colegio que fuimos nosotros, pero salen mal preparados y hay paros dos por tres”, le respondía la mujer. Fueron a una privada.
El hombre estaba cansado de ir a oficinas públicas abarrotadas de empleados y que lo tuvieran un largo rato esperando. Y que después, encima, lo atendieran de mala gana. Más de una vez estuvo a nada de decirle a esa empleada rubia del Municipio: “A vos, piba, te pago el sueldo yo. ¿No lo sabías?”. Y preguntarle en voz alta: “¿Porqué tardan tanto en atender si son 15 para hacer el trabajo de cinco?”. Pero, como era un tipo respetuoso, nunca lo hizo.
Aunque la bronca le quedaba adentro. Más cuando su hijo de 20 años le contó que Damián, un amigo de la secundaria, había sido nombrado Director de Cultura y que iba a cobrar medio palo por mes. “¿Cómo? Si Damián nunca leyó un libro. ¿Director de Cultura? ¿Y cómo que va a cobrar esa barbaridad?, si el Municipio hace 50 años que no arregla una sola vereda”, le dijo indignado. Su hijo, quien trabajaba con él en el negocio a destajo y se podía llevar al bolsillo unos 120 mil al mes, le respondió: “Damián siempre militó papá. El boludo soy yo”. ¡Para qué! Aquella discusión con su pibe fue para alquilar balcones. Esa noche-madrugada, le entraron a robar a la casa por tercera vez.
“Acá hace falta un Fidel Castro. O un Mussolini”, escuchó decir a Artemio, el anciano dueño del almacén del barrio, quien se sentaba en un banquito en la vereda; del negocio ya se habían hecho cargo sus hijos. El hombre se sonrió por compromiso. Quiso decirle “mire Artemio, póngase de acuerdo, porque yo no soy muy letrado pero sé que uno fue comunista y el otro fascista”. Pero como comprendió que el viejo almacenero pedía ‘mano dura’, que era una expresión de hastío, y que, como él, también estaba harto de tantas y tantas cosas, compró, saludó y se fue.
El hombre tenía que escuchar, día tras día, las quejas de los clientes que entraban a su negocio. “¿Mil mangos esto? ¿Qué me robé?”. Y tenían razón, la semana pasada salían menos; la anterior, menos aún. Entonces replicaba: “Te entiendo, pero mirá, esta es la planilla del proveedor de hace 15 días y ésta la que me mandó ayer. Cada dos semanas aumenta todo. ¿Qué querés que haga? Si te cobro al costo me fundo”.
“¡Ja! Dígamelo a mí, que vengo del almacén, la verdulería y la carnicería. Ya estoy comprando un 30 o 40 por ciento menos que a principios de año. No hay sueldo que alcance. Y mi marido se va a trabajar a las 6 de la mañana y nunca vuelve antes de las siete de la tarde”, terció una vecina de toda la vida.
“El problema es la deuda que dejó el gobierno anterior”, acotó otro cliente que esperaba a ser atendido. “Sí -le dijo el hombre-, ponele que sí. Pero entonces decime porqué este gobierno no se plantó con el FMI. Mirá… De chiquito, en mi casa escuchaba hablar de inflación y deuda externa. Hoy estoy por cumplir 60 y el problema es la inflación y la deuda. ¿Me podés explicar cómo en todo ese tiempo no se solucionó nada? Para colmo, hay cosas que cuando éramos pibes estaban bien y empeoraron, la educación, la salud, la seguridad, la justicia”, retrucó el hombre. Esa noche entraron a robarle la ferretería por cuarta vez.
Al día siguiente, harto ya de estar harto, fue a ver al primo de un amigo que era adiestrador de perros. Le contó que quería comprarse un dogo argentino para ver si le ponía freno a tanto afano. “¿Para qué querés un dogo argentino? ¿Vos no tenés nietos chiquitos?”, le preguntó el adiestrador. “Sí”, le respondió. “¿Entonces? ¿Para qué querés un perro que fue concebido para cazar pumas y jabalíes? ¡Es un peligro tremendo!”, le advirtió con vehemencia.
Pero estaba tan hastiado de todo, tan confundido, tan aturdido por la mala calidad de vida y los discursos apocalípticos que chorreaban desde las pantallas de TV, que decidió comprarse un dogo argentino. Un mes más tarde, el perro, jugando, mandó a su nieta de un año al hospital. Quedó con pronóstico muy reservado y los médicos les dijeron que, en el mejor de los casos, tendría importantes secuelas. Se arruinó la vida, para siempre.
“La culpa no es del perro”, le dijo el adiestrador cuando lo fue a ver para preguntarle qué tenía que hacer.
………
El 10 de abril de 2022, en Francia hubo elecciones presidenciales. El presidente liberal Emmanuel Macron, con mala imagen tras su primera gestión, fue por la reelección y sacó el 27,8% de los votos. Segunda entró la candidata de la extrema derecha, Marine Le Pen, con el 23,1%. Tercero, el postulante de la ultraizquierda gala, Jean-Luc Mélenchon, con el 21,9% de los sufragios. El ultraizquierdista obtuvo apenas 400 mil votos menos que la ultraderechista, sobre un total de 36 millones de votantes; nada.
Esa misma noche, en su discurso, Mélenchon dijo: “En el balotaje, cualquiera menos Marine Le Pen”. Viejo zorro: al balotaje iban Le Pen y el liberal Macron.
La segunda vuelta fue el 24 de abril y Macron le ganó a Le Pen 58,5% a 41,4%. A la noche, en un pasaje de su alocución, agradeció a los franceses de izquierda que lo había apoyado.
Dicen que allá lo llaman “cordón sanitario”: cualquier cosa menos la ultraderecha.
En octubre se enfrentarán en la primera vuelta electoral argentina Sergio Massa y dos postulantes de extrema derecha, Patricia Bullrich y Javier Milei: Macron versus dos dogos. El pueblo elegirá. Y el pueblo, muchas veces a lo largo de la historia nacional y mundial, se equivocó, no lo romanticemos. Esperemos que una mayoría de hombres y mujeres desistan de comprar un perro que, en el mejor de los casos, les evitará algún que otro robo, pero que les arruinará la vida a ellos, a sus hijos y a sus nietos.