El 14 de agosto de 1882, noventa y cinco días antes del acto de fundación de la ciudad de La Plata, se concretó la expropiación de la estancia de la familia Iraola por parte del gobierno de la provincia de Buenos Aires, encabezado entonces por Dardo Rocha.
El Ejecutivo bonaerense pagó por el edificio principal y los puestos existentes la cantidad de 1.176.410 pesos moneda corriente (De Paula, Alberto – 1987. La ciudad de La Plata, sus tierras y su arquitectura). Más dinero aún se abonó para expropiar 99.750 árboles tasados a 14 pesos moneda corriente cada uno. Es decir, el bosque de la futura capital provincial, creado por los Iraola y luego intrusado hasta reducirlo a lo que es hoy en día.
¿Qué era ese “edificio principal”? El casco de la estancia. Una mansión imponente, extraordinaria para la época, tal cual la definieron los arqueólogos platenses que recrearon, en base a hallazgos materiales, la señorial casona, la extensión y características de las tierras de la familia Iraola, su nivel de vida y actividades.
Contaba con galería, balcón y terraza, y una superficie cubierta de entre 800 y 1.000 metros cuadrados. Tenía forma de letra ele y su entrada estaba precedida por un jardín estilo francés.
Desde la terraza se podía controlar al ganado y observar el río, que en ese entonces estaba muy cerca del actual trazado urbano de La Plata.
¿Dónde estaba ubicada la mansión? Detrás de la actual tribuna Centenario de la cancha de Gimnasia y Esgrima, más conocida en el mundo del fútbol como “la popular del Bosque”.
Imaginemos por un momento que la ciudad tuviese hoy esa joya arquitectónica prefundacional como parte de su patrimonio cultural e histórico. Se nos eriza la piel al pensarlo.
Pero sólo cabe en la imaginación. Como también hay que imaginar quiénes, cuándo, cómo y porqué la demolieron. ¡Pero cómo! ¡Habrá que investigar, consultar los documentos de la época, el decreto por el cual se ordenó su destrucción! Es lo lógico. Y por eso mismo, los arqueólogos del Museo de Ciencias Naturales, así como colegas suyos que trabajan en la Comuna y numerosos historiadores ya movieron cielo y tierra y, aunque parezca increíble, no hay absolutamente nada.
La pregunta que surge inmediatamente es porqué no existe el más mínimo registro de semejante despropósito. Quizás allí esté la respuesta: porque fue un despropósito injustificable.
Hay por lo menos tres teorías al respecto. En rigor, una no alcanza la categoría de teoría; es más bien un relato que ha ido pasando de boca en boca hasta cierta época, ya tan lejana que prácticamente no queda nadie que pueda dar testimonio. Otra fue enterrada por la evidencia arqueológica, la mató la ciencia. La tercera es la más verosímil y, hasta ahora, nadie la ha podido refutar.
Vamos por partes. El relato que se transmitió de generación en generación aseguraba que, para la época inmediatamente posterior al centenario de la República, la mansión Iraola se había convertido en un burdel de lujo. Así las cosas, la alta sociedad de entonces, supuestamente indignada, habría presionado a las autoridades para que le pongan fin.
¿Y para ello demolieron aquella fantástica edificación? Suena tan creíble como el artículo 5º del decreto de junio de 1882 por el cual se aprobó la traza de la naciente ciudad, que garantizaba que el bosque no sería dividido y quedaría como paseo público respetándose sus ejes principales: a partir de 1883 comenzaron las construcciones que lo redujeron a lo que es hoy. Huelgan las palabras (ver nota Historia del Bosque, el (ex) pulmón verde de La Plata).
La segunda “explicación oral”, a falta de un solo papel oficial que hable de tamaña barrabasada, fue que la estructura de la mansión Iraola estaba en muy mal estado, con riesgo de derrumbe.
“Estaba en un estado óptimo”, fue la conclusión a la que llegaron los arqueólogos a través de su exhaustiva investigación. Relatos de época, como ya veremos, confirman esta especie.
¿Y la tercera? Es la que han propuesto los investigadores del Museo y, ante la persistencia en el tiempo de semejante enigma, toma más y más cuerpo con el paso de los años. Sostienen que existía una necesidad política: la de contar que la ciudad de La Plata se construyó sobre la nada. Era la urbe más moderna para entonces. Diseñada por profesionales desde cero. Y ello debía coincidir con una sociedad moderna y pujante, no anclada en modos de producción, costumbres y edificaciones que provenían de las raíces del siglo XIX.
El inmediato comienzo de la deforestación del bosque (1883 en adelante) para construir el hipódromo, el chalet de los gobernadores (luego Colegio Nacional), el observatorio astronómico, el museo de ciencias naturales, las facultades de medicina, agronomía y veterinaria, el zoológico y un larguísimo etcétera que, lamentablemente, continuó hasta entrado el siglo XXI, abona la teoría de “La Plata punto cero”. Pero eso no podía quedar por escrito. Pues era inadmisible.
El equipo de arqueólogos dio con el único testimonio de un testigo ocular de la destrucción de la majestuosa mansión. En el año 1983, Emma Sanguinetti, quien vivía en una de las viviendas para los trabajadores de la estancia que se levantaban en la actual cancha de Gimnasia, contó que pudo ver, ganada por un dolor inconmensurable, cómo hacían aberturas en las paredes y ponían sogas tiradas por caballos para derribarlas. Nunca entendió el porqué.
Emma era la hija de Juan Sanguinetti, chofer de los gobernadores. Nació en 1902 y dijo que en el momento de la demolición tendría unos 15 años. De allí se deduce que el derribo podría haberse concretado en torno a 1917. Pero hay evidencias que lo sitúan unos años antes.
Lo cierto es que la estancia fue adquirida por Don José Gerónimo de Iraola Brid (1810-1862) en el año 1857 a la familia López de Osornio. En 1861 arrendó a la provincia de Buenos Aires tierras contiguas a la propiedad original, que aproximadamente ocupaba la superficie del bosque primitivo (entre calles 3, 122, 38 y 66), a fin de contar con suficiente espacio para su ganado.
Mansión Iraola
Una pintura de Gerónimo Iraola, obra del artista Prilidiano Pueyrredón, fue clave para el trabajo de los arqueólogos. Es que en las excavaciones realizadas en el pedazo de bosque que se extiende detrás de la tribuna Centenario de la cancha de Gimnasia, hallaron restos de mosaicos y de cristales de la lámpara que aparecen en el retrato.
La proyección de los científicos, a partir de los hallazgos, ubican a las antiguas viviendas de los trabajadores en la cancha propiamente dicha y en la platea H (ver video), y las caballerizas entre la platea techada y la ochava que da espaldas al monumento a Bartolomé Mitre.
Donde hoy se levanta el planetario estaba el pozo de basura. Allí se encontraron unas 2.000 piezas que dan una idea del nivel de vida de la familia. Por caso, finos envases de bebidas de origen francés e inglés, vajilla de primera calidad, frascos de medicinas, entre muchas otras.
Si la ciudad dio sus primeros pasos, como propone la teoría de algunos investigadores, demoliendo una joya arquitectónica anterior a 1857 y deforestando uno de los primeros bosques artificiales del país -que contaba hacia 1882 con unos 100 mil ejemplares mandados a plantar por Martín Iraola, hijo de Gerónimo-, ¿debería sorprendernos el desapego permanente que se observa por el patrimonio edilicio, cultural y natural?