sociedad eva perón
Eva María Duarte no fue revolucionaria. Fue doblemente revolucionaria. La revolución social que soñó Evita lejos estuvo del anticapitalismo que promovían las izquierdas de raíz marxista. “Su sueño fue que todos vivieran como buenos burgueses”, definió en diálogo con 90lineas.com el artista plástico Daniel Santoro, dueño de una enorme obra basada en la historia y la iconografía del peronismo. “Ella quería democratizar el goce capitalista”, subrayó.
El espíritu revolucionario de Evita jamás pudo ser comprendido por las rígidas estructuras de pensamiento de la izquierda tradicional. Pues si bien era revolucionaria a tal punto que se convirtió en la enemiga pública número uno de la clase dominante argentina, ella quería que los pobres tuviesen acceso a lo mismo que ostentaban los ricos.
Casas lindas, con paredes de 30, amplias, con jardín, techo de tejas, pisos de buena madera; piscinas -como las de la Ciudad Infantil- que ni siquiera tenían muchas familias pudientes; acceso a la salud y la educación en escuelas y hospitales nuevos, impecables; vacaciones; familiarización de los niños y niñas de las multitudinarias colonias de vacaciones con el automóvil, la ropa de calidad y hasta las operaciones bancarias, y un larguísimo etcétera.
“La revolución de Evita apuntaba a un aburguesamiento general. Su sueño fue que todos vivieran como buenos burgueses”, señaló Santoro. Ahora bien, para hacer esa revolución había que horadar los cimientos de las clases pudientes a fin de lograr que todos y todas pudiesen vivir bien en la Argentina. “Claro. Era el uso contranatura de la tradicional y restrictiva pirámide social que sólo habilita el goce a los de arriba. Por lo cual la idea de Evita de llevar a todos hacia arriba era inconcebible (para los dueños de la torta). Y por otro lado, ella estaba totalmente en desacuerdo con la restricción del goce que planteaban el socialismo y el comunismo. Es por ello que el pensamiento y la acción consecuente de Evita fueron revulsivos para los dos lados: unos jamás pudieron definirla, tramitarla; en los otros, el odio hacia su figura fue lisa y llanamente total”, resaltó.
Evita negó la lucha de clases -“no existe más que una sola clase de hombres, los que trabajan”- y al mismo tiempo condenó y combatió la tremenda desigualdad social provocada por la acumulación de la riqueza en un reducido sector de la sociedad. “Abordó el tema social desde un lugar excepcional, atípico, por lo que resulta imposible de encuadrar si se utilizan los parámetros ideológicos convencionales”, destacó Daniel Santoro.
Durante una charla que dio junto con Pedro Saborido hace un tiempo, Santoro explicó esta cuestión de manera llana: “Evita creía a pie juntillas que todos los que quedaban afuera, los más pobres, los más perjudicados, debían tener lugares donde se les repusiera la justicia. Y para ella, reponer la justicia era, literalmente, darles a los pobres todas las cosas que les faltaron, o sea, cosas de ricos. Solamente de ese modo se reponía la justicia, se emparejaba”.
De allí su odio visceral a la caridad, que dejó bien en claro cuando la fueron a ver las Damas de Beneficencia de la oligarquía terrateniente y las despachó con un contundente: “Los pobres ya no necesitan su limosna, ahora me tienen a mí”.
“La caridad significaba darle a los pobres cosas de pobres. Nada de eso. Ella tenía una idea de justicia muy revolucionaria para la época”, dijo el artista.
¿Meritocracia? Después…
“Evita niega y reafirma la meritocracia. La descarta hasta que todos y todas tengan el mismo punto de partida. Hasta que en la línea de largada todos cuenten con las mismas herramientas y oportunidades. Llegado ese punto, ella no descarta la meritocracia, no reniega del esfuerzo o incluso de la capacidad de cada cual para llegar donde quiera”, puntualizó Daniel Santoro.
Pero aclaró: “Lo que no tenía ni el más mínimo espacio en el pensamiento de Eva era que el destino fuese una cuestión de suerte, como si se jugara a los dados”. ¿Vos naciste en una familia así?, entonces vas a tener oportunidades. ¿Vos naciste en una familia asá?, entonces tu suerte está echada.
“El destino debe ser parejo para todos, porque el punto de partida tiene que ser parejo para todos. Y allí entra de lleno el Estado como igualador de oportunidades… El reparto más importante que llevó a cabo el primer peronismo fue el reparto destinal”, sentenció Daniel Santoro.
Otro punto que destacó fue la politización que hizo Evita de la envidia. “Politizó la envidia. Ella decía que los niños y niñas pobres no debían envidiar (lo que tenían otros), porque, afirmaba, ‘la envidia enferma el alma’. Lo que tenían que tener los niños y niñas pobres era acceso a las mismas cosas que los ricos”, remarcó.
“Los únicos privilegiados son los niños” no fue un eslogan. Representaba la médula de su pensamiento. Y sin dudas estaba basado en lo que ella vivió de chica. Eva María Duarte estaba obsesionada con que ningún pequeño o pequeña pasara por lo que ella pasó en su Los Toldos natal. Algunos prefirieron llamarlo resentimiento. Otros, sencillamente, justicia social.
“En mis hogares, ningún descamisado debe sentirse pobre. Por eso no hay uniformes denigrantes. Todo debe ser familiar, hogareño, amable: los patios, los comedores, los dormitorios. He suprimido las mesas corridas y largas, las paredes frías y desnudas, la vajilla de mendigos. Todas estas cosas tienen el mismo color y la misma forma que en una casa de familia que vive cómodamente. Las mesas del comedor tienen manteles alegres y cordiales. Y no pueden faltar las flores, que nunca faltan en cualquier hogar donde hay una madre. Las paredes deben ser también así, familiares y alegres, con pinturas agradables y evocadoras, cuadros luminosos” (Evita sobre la Ciudad Infantil y el Hogar Escuela – La razón de mi vida)
De Hollywood al barrio
Es en este contexto que se inscribe la vasta obra pública del peronismo, fundamentalmente la que tuvo que ver con la construcción nunca igualada en la historia de viviendas sociales, escuelas y hospitales públicos, centros de primera calidad para las colonias de vacaciones, vacaciones propiamente dichas a los mismos lugares que hasta entonces iban los ricos. El ejemplo más emblemático fue Mar del Plata, que en esos años vio cómo la burguesía salía corriendo ante la llegada de contingentes de familias obreras.
Entre decenas, hay dos casos que pintan como pocos ese atípico pero irrefrenable espíritu revolucionario de Eva María Duarte. Uno, su concepción de la “vivienda obrera”. Otro, la Ciudad Infantil.
Evita odiaba esas construcciones estilo soviético, donde la clase obrera quedaba aislada del tejido urbano general en grandes torres grises, frías, idénticas entre sí y, por ende, despersonalizantes. “La gente iba al cine y luego soñaba con los chalecitos californianos que veía en las películas. Y ella quería que tuvieran acceso a ello”, dijo Santoro.
Retomando aquella charla que dio con Saborido, vale rescatar la anécdota de Eva con el arquitecto Francisco Bullrich (de los Bullrich de toda la vida).
“Ella estaba frente a la maqueta de la vivienda estilo californiana que sería la unidad funcional de la Ciudad Evita, con la construcción de 300 mil en un principio. Empezaron a llegar constructores que querían hacer negocios. Hasta que entró el mismísimo Francisco Bullrich, famoso arquitecto de la época, y le dijo que eso era ‘económicamente inviable; yo le puedo traer un socio sueco que hace prefabricadas y con lo que usted gasta en un chalecito yo le hago entre 50 y 60 unidades de vivienda obrera, no hay ni que pensarlo’. Pero Eva sacó a relucir con total naturalidad la diferencia entre el pan y el pan dulce que estaba en la esencia peronista y le preguntó: ‘¿Qué me quiere decir con vivienda obrera?’”… Fin de la charla.
“Ahí estuvo el plus del peronismo, el peronismo vivió en esa diferencia. Y ese rasgo es uno de los más interesantes: la imposibilidad de catalogarlo usando las categorías políticas tradicionales”, opinó Santoro.
En tanto, la Ciudad Infantil fue construida con la arquitectura de un típico barrio burgués. Los dormitorios de los niños y niñas, muchos de los cuales vivían en orfanatos, tenían cortinas de voile suizo, o sea, cortinas de ricos; ropa de cama de calidad; los pisos eran de roble de eslavonia; no había uniformes sino que cada uno tenía su ajuar, muy variado; la comida también era de primerísima calidad; había autos a pedal, todos distintos; estaciones de servicio; bancos donde aprendían a hacer operaciones simples; piscinas enormes…
En uno de los folletos de la Ciudad Infantil, una foto tenía un epígrafe que rezaba: “Para que nuestros niños pobres no tengan nada que envidiarle a los hijos de la oligarquía… Ese era el lenguaje de Eva Perón”, tan revulsiva para la clase dominante como para la izquierda: doblemente revolucionaria.