Era mayo de 1982. En algún salón de fiestas céntrico de La Plata se festejaba un cumpleaños de 15 y nosotros estábamos invitados. Nosotros éramos 24 varones de 5to. año 6ta. división del Colegio Nacional de La Plata. ¿Vamos o no vamos? Lo debatimos. Largo y tendido. Decidimos ir. Con culpa. Lejos, lejísimo, chicos de 18, 19 años, estaban jugándose la vida en las Malvinas. Lejos, lejísimo. Y tan cerca: tenían uno o dos años más que nosotros. Y nosotros en aquel banquete. Con culpa.
¿Qué derecho teníamos a divertirnos? Ninguno. Ya casi habíamos decidido que si la guerra continuaba íbamos a suspender el viaje de egresados a Bariloche. Estaría prácticamente pagado a esa altura. Pero de ninguna manera íbamos a hacerlo.
Éramos los varones del cumpleaños de alguna chica de un colegio de chicas. Vaya a saber cuál. Corría 1982. Mayo de 1982. Entonces teníamos que bailar, si no, no había cumpleaños. En la pista de baile apenas nos movíamos. Sentíamos culpa. No teníamos derecho alguno a divertirnos. Y para colmo, al disc jockey se le ocurrió poner Wadu Wadu, esa canción superficial, cantada con una voz engolada. “Este sábado a la noche te paso a buscar, a bailar el Wadu Wadu que te va a gustar, te prometo invitarte muchas veces más, todo el tiempo Wadu Wadu para re-relajar…”
Fue demasiado. Nos fuimos a sentar. Encima que estábamos en una fiesta en medio de la guerra, con chicos que apenas tenían uno o dos años más que nosotros jugándose la vida, no íbamos a bailar el Wadu Wadu, ese himno a la superficialidad… Y el disc jockey la remató: puso Soy moderno, no fumo. “Soooy modeeerno”, cantaba aquella voz engolada… “Es moderno, es moderno”, repetía un corito de ‘tontos’… “No fumo más / No fuma, no fuma, no fuma más…”
Virus había grabado su primer disco, titulado Wadu Wadu, entre octubre y parte de noviembre de 1981, y la CBS lo había sacado a la venta el 27 de noviembre. Ya desde la tapa, seis chetos platenses en blanco y negro “le faltaban el respeto” al sacrosanto rock nacional. ¿Desde cuándo un rockero iba a tener pelo cortito y prolijo, remera a rayas horizontales pegada al cuerpo, parada canchera, anteojos de sol? Uno tenía pantalón blanco y musculosa. Por Dios, eso no era rock.
Wadu Wadu (álbum homónimo, 1981)
Era 16 de mayo de 1982. ¿Antes o después del cumpleaños de 15? Vaya uno a saber. Lo cierto es que ese día, con la compañía de una llovizna que daba poco respiro, en la cancha de rugby y hockey sobre césped del Club Obras Sanitarias los popes del rock argentino, acompañados por algún grupo o solista más nuevito, protagonizaban el Festival de la Solidaridad Latinoamericana para reunir ropa y alimentos para los “pibes de Malvinas”. Fue un tremendo éxito. Hubo más de 70.000 personas.
Virus fue invitado. Pero dijo que no. Casi nadie se enteró. Tiempo después, cuando se pudo hablar, Julio Moura, hermano de aquel “cheto” de pantalón blanco y remera musculosa de la tapa de Wadu Wadu, lo explicó así: “…Se trató de hacernos creer que era para ayudar a la recuperación de las Malvinas, pero terminó siendo un fraude. Nosotros queríamos que se terminara la guerra, que no tenía sentido más allá de que creyéramos que las islas son argentinas. Mandar a los chicos allá y subirte a un escenario para especular, era horroroso… Lamentablemente, el momento no dio para decir todo esto, porque si decías algo, te daban un palazo en la cabeza”.
Con el diario del lunes (del martes y miércoles), es sencillo ponderar ese acto de rebeldía. Pero en aquel entonces, los “chetos” se jugaron la vida. Literalmente. ¿Cómo le ibas a decir que no a una de las peores dictaduras que conoció la historia de América Latina?
Al final, los “herejes del rock nacional” tuvieron toda la razón del mundo. Aquello fue un gigantesco fraude. A los chicos de Malvinas no les llegó nada de lo reunido en el megafestival, y casi un mes después, el 14 de junio de 1982, a las 23:59, los jerarcas militares se rindieron ante los ingleses. Años más tarde nos enteraríamos de que a los pibes que tenían apenas uno o dos años más que nosotros, muchos jefes con charreteras los trataron como a enemigos, hasta los torturaron.
Hay que salir del agujero interior (Agujero interior, 1983)
Y otros años más tarde, muchos compartimos la idea de que aquel Wadu Wadu superficial y culposo que sonó en aquella fiesta de 15 fue otro acto de rebeldía. Rebeldía artística. La más grande desde que Los Gatos grabaron La balsa en 1967.
El de pantalón blanco y remera musculosa se llamaba Federico Moura. Era el de la voz engolada. Llegó para darle una patada en el culo, junto con sus hermanos Julio y Marcelo, con Ricardo y Mario Serra y con Enrique Mugetti, a un rock nacional aburguesado y hasta con algunas telarañas.
Nada fue igual después de que Federico Moura cantase “Este sábado a la noche te paso a buscar, a bailar el Wadu Wadu que te va a gustar…” Nada. Todo lo conocido voló por los aires. Y es muy pero muy difícil ser el primero. Tirar la primera piedra. Pero, sobre todo, no esconder la mano. Ni el cuerpo.
Porque Federico y la banda que nació en City Bell en enero de 1980 le pusieron más de una vez el cuerpo a los naranjazos que venían del público. Dicen que después, detrás de escena, el de pantalón blanco y musculosa alguna vez dijo “Ladran Sancho…”. Y dicen que fue una vez en que no fueron naranjas las que volaron al escenario, sino piedras y botellas, escupitajos e insultos, en el festival Prima Rock de 1981.
“Famosa es la anécdota del festival Rock in Bali de 1987. Antes de que Virus subiera al escenario, (el cantante de Sumo) Luca Prodan, al terminar de tocar gritó: ‘Ahora viene la banda de los putos’”.
Si no fuese por ese chico lindo, guapo y homosexual de voz engolada llamado Federico Moura, sus hermanos y Cía, Sumo y una horda de bandas que en 1987 podían subirse a cualquier escenario sin miedo a nada, hubiesen tenido que remar en dulce de leche para tocar, grabar, sonar todos los días en las radios, los fines de semana en las discotecas y vender una parva de discos.
Es que Federico fue el primero en hacer jueguitos con las naranjas que le tiraban al escenario; fue el primero en no ocultar arriba de ese escenario sus movimientos, que hablaban a las claras de su homosexualidad; fue el primero en “cantar en los bafles” de las discotecas, porque antes de Virus el rock nacional no se bailaba.
Primero fue el Wadu Wadu culposo en medio de la guerra de Malvinas. Después, para 1985, 86, 87 y etcétera, pues en aquel entonces los discos no pasaban de moda, los disc jockeys enganchaban el Wadu Wadu con Hay que salir del agujero interior (Agujero interior, 1983). Y cuando la voz ya más rockera de Federico Moura bramaba a capella “Hay que salir del ‘aujero’ interior…”, la pista de baile estallaba. Literalmente. No entraba un alfiler.
Y ni hablar cuando sonaba esa introducción ‘tecno’ de Amor descartable (Relax, 1984). Y quizás la obra cumbre, el ya ‘muy tecno’ Una luna de miel en la mano (Locura, 1985).
Amor descartable (Relax, 1984)
“Virus introduce la posibilidad de que el rockero no se tome en serio, no en esa situación de ‘rockero que se ríe de sí mismo’, sino que salía naturalmente, porque parecía que tenías que tener una canción pelotuda para reírte de vos mismo. Para mí es fundacional: cambió la manera de hacer rock”, definió el periodista platense Oscar Jalil (“No es sólo rock and roll”, Página 12, 19/12/2008).
Federico Moura le cantó a la masturbación (Luna de miel), al sexo gay (“…en taxi voy, hotel Savoy y bailamos…”), al oscurantismo dictatorial (“…No quiero ver mi ciudad con esa onda determinada, negros, grises y azul dominan calles, no valen nada…”). Y le cantó al Festival de la Solidaridad Latinoamericana y a la dictadura misma a mediados de 1982, luego de que los tiranos aprovecharan la popularidad del rock entre la juventud para echarle una pátina de falsa fraternidad al régimen genocida y vendepatria. Fue en el segundo LP de Virus (Recrudece, 1982), en el tema El Banquete:
“Nos han invitado a un gran banquete / Habrá postre helado, nos darán sorbetes / Han sacrificado jóvenes terneros, para preparar una cena oficial / Se ha autorizado un montón de dinero, pero prometen un menú magistral / Es un momento amable, bastante particular / Sobre temas generales nos llaman a conversar (…) Los cocineros son muy conocidos / Sus nuevas recetas nos van a ofrecer / El guiso parece algo recocido / Alguien me comenta que es de antes de ayer (…) ¡Pero cuidado! Ahora los argentinos andamos muy delicados de los intestinos…”
Una luna de miel en la mano (Locura, 1985)
Federico, Marcelo y Julio Moura y el resto de su familia vivieron una historia de terror con mayúsculas en su casa de City Bell, donde crecieron felices de la mano de sus padres Pico Moura, abogado, y Velia Oliva, docente.
Fue una madrugada del verano de 1977, cuando un grupo de tareas de la dictadura entró a la vivienda a buscar a Jorge, el hermano mayor. Marcelo bramaba en silencio “Jorge, no vuelvas”. Pero volvió. Se lo llevaron delante de todos y hasta hoy es uno de los 30.000 desaparecidos. Mientras los maleantes rodeaban y sujetaban a Jorge, éste miraba fijamente a Marcelo. “Podría escribir un libro entero acerca de todo lo que decía esa mirada. Sé que cuando uno muere no se lleva nada. Yo les puedo asegurar que aún después de muerto conservaré esa mirada”, contó Marcelo años más tarde en el libro “Virus”.
No, Federico y sus hermanos no tenían que ir a ningún “banquete” de rock organizado por los dictadores. Ni ellos ni sus amigos y miembros de la banda. Federico Moura y Cía llegaron para refundar el rock argentino. Y lo hicieron.
Imágenes paganas (Vivo, 1986)
En 1987, Virus estaba grabando su sexto LP de estudio, Superficies de placer. Federico no se sentía nada bien. Se hizo estudios y análisis. Tenía Sida. Nada se sabía entonces de la enfermedad. Se hablaba de “peste rosa”, circunscribiéndola a los homosexuales. Se temía que se transmitiese por un beso o por compartir un mate… Terminaron el disco y comenzaron a preparar el siguiente, Tierra del Fuego. Le pidió a Marcelo que se hiciese cargo de la voz líder. Él, que llegó al mundo el mismo día que Charly García, el 23 de octubre de 1951, lo abandonó muy pero muy temprano, el 21 de diciembre de 1988, a los 37 años.
Federico fue integrante de la promoción 1970 del Colegio Nacional de La Plata. El mismo desde el cual, un sábado a la noche de mayo de 1982, salieron 24 pibes hacia un cumpleaños de 15 en plena Guerra de Malvinas y ‘simularon’ bailar, culposos, el Wadu Wadu. Ese tema “superficial y herético” que comenzó a refundar al rock argento.
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