Por Mauricio Vallejos
En los inicios del siglo XXI La Argentina vivió una de sus horas más difíciles, en 24 años se había tirado por la borda las décadas del estado de bienestar que el peronismo supo cimentar. No era solo un mal momento económico, el neoliberalismo había instaurado sus valores individualistas y la idea de comunidad y de lo colectivo parecía obsoleta. En ese contexto, el cine argentino volvió a presentar una de sus joyas, hoy algo olvidada, pero que dejan un mensaje muy fuerte y siempre es bueno recordarlas.
Luna de Avellaneda presenta a Román, interpretado por Ricardo Darín, quien nació en una noche de festejos en el club Luna de Avellaneda. Aquella fiesta muestra un momento idílico donde todos tenían un buen pasar económico, todos se ayudaban mutuamente y donde la sociedad argentina estaba en su apogeo. Pero de una multitud feliz pasamos a un gimnasio vacío, a un hombre solo y a un barrio que antaño estaba pablado por fábricas y ahora es un cementerio de hormigón.
Evidentemente estamos frente a un film metafórico de la Argentina, los años 2000 comenzaron como un lamento silencioso sobre un país que había sido destruido. No obstante, también hay una contraposición entre dos valores, por un lado, la rentabilidad y por el otro la felicidad colectiva. Está claro que en la década de los 50 había un mayor sentimiento de comunidad, pero tras años de neoliberalismo nada es concebible sino es negocio.
El personaje de Alejandro, interpretado por Daniel Fanego, es un político que se crió con los protagonistas y que trae la posibilidad de rematar el club para transformarlo en un casino, con la promesa de que todos los vecinos del barrio que se encuentran desocupados, puedan tener empleo. Su promesa es desterrar lo que queda del moribundo club (que tiene una deuda impagable) para dar paso a algo completamente distinto.
Como pocas cintas, Luna de Avellaneda tiene múltiples lecturas según el espectro ideológico de cada uno. Mientras algunos la ven como la defensa de lo colectivo, otros consideran cómo el progreso se abre paso frente a la nostalgia de un tiempo que no volverá. Ahora bien, siento que quienes la defienden desde una postura liberal olvidan que el conflicto central es producto de las políticas de los años 90, de la desindustrialización que comenzó con Martínez de Hoz. Es una simple historia de gente normal como hubo tantas otras, pero tiene un subtexto poderoso en el final.
Tras una asamblea de socios, en lo que es una escena notable del film, se decide dar luz verde al proyecto de Alejandro, lo cual devasta a Román quien encuentra consuelo en su esposa, con la cual mantuvo una crisis matrimonial durante toda la cinta. En la última escena el personaje de Darín encuentra su viejo Carnet de la infancia y al mirar a su amigo (interpretado de manera magistral por Eduardo Blanco) dice “¿Cuánto saldría hacer otro club?”.
Este final es odiado por quienes analizan el film desde una postura individualista, ya que sienten que es una contradicción al ver en la construcción del casino un final feliz para los vecinos. Pero en realidad, el subtexto de la escena es el verdadero mensaje de la película, lo que alguna vez fue se puede volver a construir. No se trata de un progreso sin alma, sino de volver a construir desde la unión, la otra propuesta podía traer una mejor situación, pero a la larga no era más que un negocio de unos pocos. El asunto es si la felicidad es de todos o de pocos.
Quizás yo nunca pueda entender cómo un gran cineasta como Juan José Campanella pudo escribir el guión de Luna de Avellaneda y luego ser un férreo simpatizante del proyecto de Mauricio Macri. Pareciera ser que él mismo no entendió el mensaje de su película, ya que el partido por el cual milita está lejos de interesarse por lo colectivo, el ex Presidente Macri siempre ha destacado lo individual por sobre la idea de comunidad y durante su gobierno muchos clubes de barrio tuvieron que cerrar por las enormes tarifas que debían pagar.