25 de mayo de 1810
De la Redacción de 90 Líneas.-
Imaginemos por un momento que un amplio grupo de jóvenes revolucionarios se reúnen un día en la Plaza de Mayo para exigirle a las autoridades que conformen «un Gobierno Patrio que defienda los intereses del pueblo y le haga frente a los privilegiados de afuera y de adentro”. ¿Serían reprimidos, o ninguneados, estigmatizados por la prensa cipaya? Es altamente probable.
Pero ahora imaginemos que esos revolucionarios cuentan con el apoyo de la inmensa mayoría del pueblo y, sobre todo, de 850.000 personas armadas y muy bien organizadas en milicias populares. ¿Los reprimirían, los ningunearían, los estigmatizarían desde la prensa cipaya? Es altamente improbable.
Traslademos esa situación al 25 de mayo de 1810, con las diferencias correspondientes de época y contexto, y tendremos una idea lo más aproximada a la realidad sobre lo que fue la conocida como Revolución de Mayo.
Mentiras que persisten
La imagen idílica de una plaza repleta de gente con paraguas, la formación del primer gobierno patrio como paso previo al lejano 9 de julio de 1816 -día de la declaración formal de la independencia-, un listado de nombres y apellidos de próceres “unidos sin diferencias” por una Patria que aún no existía, las escarapelas celestes y blancas que repartieron French y Beruti cual súper visionarios (pues Manuel Belgrano recién creó la bandera blanca y azul en 1812), con el tiempo fueron perdiendo credibilidad. Aunque no en su totalidad.
A la vez, aparecieron relatos confusos sobre un primer gobierno que postulaba la permanencia bajo dominio imperial, o un French y Beruti que repartían cintas con los colores de la corona española. Algo de eso hubo. Pero hurguemos en la historia profunda.
Como cuenta la historiadora Florencia Oroz (UBA), el inicio de la Revolución de Mayo hay que buscarlo en la resistencia a las invasiones inglesas de 1806. En ese momento se conformaron las primeras milicias populares que, con los años, fueron creciendo en número de integrantes, entrenamiento y organización.
El 25 de mayo de 1810 contaban con 8.500 miembros sobre una población de menos de 40.000 porteños. Y fueron un factor clave en los sucesos de aquellos días. “Es como si hoy hubiese en la Ciudad de Buenos Aires 850 mil personas organizadas en ejércitos populares que discuten política y eligen a sus líderes de forma asamblearia”, compara la historiadora.
“Por lo general, el relato de la gesta de mayo de 1810 comienza el día 18 con el anuncio de la caída de Andalucía en manos francesas y termina el 25 con la formación de la Primera Junta de Gobierno”, puntualiza Oroz. Y aclara: “No obstante, así como el 25 de mayo no se entiende aislado de toda esa semana, mayo de 1810 no se entiende aislado de un suceso clave para esta historia: las invasiones inglesas. Es en esos episodios donde debemos rastrear el verdadero quiebre social y político para el proceso independentista”.
Y así como la gesta de mayo de 1810 no comenzó el 18 de ese mes y año sino en el rechazo popular a las invasiones inglesas, luego se extendió casi por una década con idas y vueltas, desencuentros, alianzas, negociaciones, lealtades y traiciones. Como en todo proceso revolucionario.
“Desde muy chicos aprendemos sobre la Primera Junta, el Cabildo, Belgrano, la escarapela, Napoleón, la famosa máscara de Fernando VII (que no era de Fernando sino de los criollos) o las disputas entre Moreno y Saavedra. Pero esta historia no escapa a la suerte de otras tantas, y los mitos, esas imágenes construidas a posteriori con el fin de terminar de darle forma a un relato ya masticado para el consumo masivo, una suerte de fastfood de la historia, abundan donde quiera que se mire”, describe Florencia Oroz.
No fue un grupo de próceres, fueron las milicias
Sin quitar mérito alguno a ningún patriota, vale resaltar, en base a lo dicho, que no fueron las caras de enojo de los jóvenes revolucionarios lo que cambió la historia aquel 25 de mayo, jornada en la cual se enmendó la traición al pueblo que había cristalizado el Cabildo Abierto del día 22, sino el pueblo y sus milicias.
«Los mitos, esas imágenes construidas a posteriori con el fin de terminar de darle forma a un relato ya masticado para el consumo masivo, una suerte de fastfood de la historia, abundan donde quiera que se mire” (Florencia Oroz, historiadora UBA)
Así nos lo cuenta otro historiador, Felipe Pigna. “Durante la etapa virreinal, España mantuvo un férreo monopolio con sus colonias americanas, impidiendo el libre comercio con Inglaterra, beneficiaria de una extensa producción manufacturera en plena revolución industrial. La condena a la intermediación perpetua por parte de España encarecía los intercambios comerciales y sofocaba el crecimiento de las colonias. La escasez de autoridades españolas y la necesidad de reemplazar al régimen monopólico, sumado a las convulsiones que se vivían en Europa tras la invasión napoleónica, llevaron a un grupo destacado de la población criolla a impulsar un movimiento revolucionario”.
“Para febrero de 1810, casi toda España se encontraba en manos de los franceses. Un Consejo de Regencia gobernaba la península en nombre de Fernando VII (rey español), prisionero de Napoleón. El 13 de mayo de 1810 llegaron a Buenos Aires las noticias de la caída de la Junta Central de Sevilla, último bastión del poder hispano”.
“Por lo tanto, la autoridad que había designado al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros había caducado y su autoridad estaba fuertemente cuestionada. Pronto Cisneros debió ceder a las presiones de las milicias criollas y de un grupo de jóvenes revolucionarios y convocó a un Cabildo Abierto para el 22 de mayo de 1810. El Cabildo, dominado por españoles, burló la voluntad popular y estableció una junta de gobierno presidida por el propio Cisneros. Esto provocó la reacción de las milicias y el pueblo. Cornelio Saavedra y Juan José Castelli obtuvieron la renuncia del ex virrey”.
“El 25 de mayo, reunido en la Plaza de la Victoria, actual Plaza de Mayo, el pueblo de Buenos Aires finalmente impuso su voluntad al Cabildo creando la Junta Provisoria Gubernativa del Río de la Plata, integrada por Cornelio Saavedra como presidente; Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga, Manuel Alberti, Domingo Matheu y Juan Larrea como vocales; Juan José Paso y Mariano Moreno como secretarios. Quedó así formado el primer gobierno patrio, que no tardó en desconocer la autoridad del Consejo de Regencia español”.
Como se ve, sí hubo un primer gobierno proespañol, el formado por el Cabildo Abierto del 22 de mayo. Pero “la reacción de las milicias y del pueblo” -subraya Pigna- dio vuelta la historia y terminó con un gobierno patrio, el primero, tres días más tarde.
“La violencia no aparece en el relato oficial de la Revolución de 1810. O se muestran solamente (y a propósito) las tensiones personales entre los líderes del Cabildo. Nada más alejado de la realidad. La revolución de mayo fue posible, entre otros factores, porque las armas no fueron empuñadas en función de un interés personal, sino utilizadas de forma social en defensa de un proyecto que, en tanto criollo, fue un proyecto de clase, un proyecto liberal y burgués, con todas las tensiones que esta definición clasista acarreó”, añade Oroz.
Las cintas azules y rojas y los paraguas
Domingo French y Antonio Luis Beruti (algunos escriben su apellido con doble t, aunque él firmaba con una), jamás repartieron escarapelas celestes y blancas, pues los colores patrios recién llegarían de la mano de Manuel Belgrano tiempo después.
En efecto, como cuentan algunos, distribuyeron entre la gente (que lejos estuvo de ser una multitud agolpada en la actual Plaza de Mayo) cintas azules y rojas, los colores de la Casa de Borbón a la que pertenecía el rey español Fernando VII.
¡Entonces French y Beruti era proespañoles! No faltaron los que lo dijeron o insinuaron. Nada más falso. Se trató de dos patriotas con mayúsculas, de la línea de Mariano Moreno y amigos de Manuel Belgrano, que aquel día pusieron esas cintas -las que estaban a mano- a quienes se identificaban públicamente con la revolución.
Sin quitar mérito alguno a ningún patriota, vale resaltar que no fueron las caras de enojo de los jóvenes revolucionarios lo que cambió la historia aquel 25 de mayo, sino el pueblo y sus milicias
¿Llovía? Nadie lo puede confirmar. ¿Y los paraguas de las notas de la revista Billiken y las figuritas de la escuela primaria de hace años? “Hoy es un lugar común afirmar que no había paraguas en el Buenos Aires colonial. ¿Seguro? Quizás no tanto. La verdad es que sí había paraguas, pero oriundos de Londres”, dice Florencia Oroz. Carísimos, lejos del alcance de los sectores populares.
“La prueba la encontramos en el Museo Histórico Nacional, que expone en una de sus vitrinas un paraguas, propiedad de un cabildante anónimo, con un mango de marfil, tela marrón y un escudo estampado con el perfil de Fernando VII capturado por Napoleón”, relata.
Por último, ¿el 25 de Mayo nació la Patria? No. Una reconocida historiadora subraya que “los Cabildos del interior se fueron enterando lentamente de la formación de la Primera Junta. Es más, algunos, como el de Córdoba, se resistieron al principio a aceptar el nuevo orden. Otros, como el de Mendoza, lo aceptaron, aunque la noticia le llegó recién un mes más tarde”.
El 25 de mayo fue, así, un fenómeno esencialmente porteño. La construcción de una identidad nacional no termina sino que comienza en esa fecha.
25 de mayo de 1810