La Rambla, el Casino y el Hotel Provincial son hermanos. Y tan unidos están, que a uno le resulta prácticamente imposible imaginarlos por separado. Pero lo cierto es que, como no son trillizos, Mar del Plata los dio a luz de uno en uno.
Oficialmente, el conjunto se denomina Rambla Casino. Pero remontémonos en el tiempo para saber cómo fueron llegando al mundo marplatense, ese mundo único e irrepetible, cada uno de los hermanos que le dan, como pocas cosas, identidad a la ciudad feliz.
Hubo una antigua rambla, la Rambla Bristol, por la que, según cuentan, caminaba la poeta Alfonsina Storni antes de entregar su vida al mar.
La Rambla Bristol se inauguró en 1913. Justamente ese año, el presidente de la Nación, Roque Saénz Peña, tomó licencia por enfermedad. Fue reemplazado por el vicepresidente Victorino de la Plaza, quien completó el mandato hasta 1916, convirtiéndose así en el último mandatario de la “era conservadora” que inició en 1880 y en quien le pasó la banda al primer presidente de nuestra historia elegido por el voto universal, secreto y obligatorio, el radical Hipólito Yrigoyen.
En 1913, en la gobernación bonaerense también hubo un cambio inesperado. El 1 de septiembre falleció el mandatario en funciones, Juan Manuel Ortiz de Rosas, quien fue reemplazado por el vice, Luis García, hasta mayo de 1914.
Mar del Plata había obtenido el estatus de “ciudad” en 1907. Seis años más tarde se cortaron las cintas para inaugurar lo que con el tiempo se conoció como “antigua Rambla”, un paseo señorial de mampostería belga y mucha ornamentación de estilo grecorromano. Vivió 26 años. En 1939 fue demolida y dio paso a decenas de obreros que iniciaron la construcción de la rambla que todos conocemos.
Este cambio de estilo arquitectónico también trajo consigo un profundo cambio social en cuanto a los visitantes de Mar del Plata: las clases alta y media alta fueron dando paso a las clases populares, que se adueñaron definitivamente de la ciudad a partir de las políticas de turismo social impulsadas por el gobernador peronista Domingo Mercante (1946-1952).
Pero no nos adelantemos. El primer hijo fue el Casino Central, que nació el 22 de diciembre de 1939. Fue un diseño del arquitecto Alejandro Bustillo, quien actuó bajo la gobernación de Manuel Fresco (1936-1940), aún en la conocida como Década Infame.
En rigor, Bustillo diseñó el conjunto (Rambla-Casino-Hotel) en 1937, pero lo cierto es que en 1938 hubo prisas con el Casino, el cual se construyó en el tiempo récord de un año y cinco meses: entre el 15 de junio del 38 y el 22 de diciembre del 39, cuando se presentó en sociedad.
La ciudad ya había sido apodada La Feliz, cuando exactamente dos años más tarde, en diciembre de 1941, el presidente de la Nación, Ramón Castillo, inauguró la Rambla, la cual tuvo desde el comienzo las icónicas figuras de los lobos marinos, quizás la postal marplatense por excelencia.
La gran crisis política y económica que marcó el final de la Década Infame, la cual llegó a su punto final con la Revolución de 1943, demoró varios años el nacimiento del último hijo del complejo. Así las cosas, el Hotel Provincial, con un diseño casi gemelo al del Casino, fue inaugurado el 18 de febrero de 1950 por Domingo Mercante.
Entre mediados de los 80 y finales de los 90 el hotel, en manos de la compañía Hotelera Americana, sufrió un marcado deterioro (pareciera ser que todo se deterioró en el país a lo largo de la década de los 90).
La llegada del nuevo siglo lo encontró directamente cerrado, hasta que por una licitación convocada por el gobernador provincial Felipe Solá, en 2004 reabrió sus puertas con el nombre NH Gran Hotel Provincial, ya que fue el grupo hotelero internacional NH el que se adjudicó dicha licitación en sociedad con empresarios autóctonos. En 2008 se firmó una concesión por 30 años.
El termómetro socioeconómico argentino
Algunos afirman, a pie juntillas, que los “eneros” marplatenses son el mejor termómetro para medir la temperatura social y económica de todo el país, teniendo en cuenta que Mar del Plata es un imán para argentinos y argentinas del conjunto del territorio nacional.
“Si la rambla, las playas del centro y la peatonal San Martín están a tope de gente, quiere decir que las cosas -con sus bemoles, como siempre en el país- marchan bien o al menos vienen marchando. Pero si en la playa Bristol tenés lugar para armar una canchita de paleta y en la peatonal caminás de noche bastante cómodo, quiere decir que la cosa viene fiera”, aseguran los sociólogos de la calle. Y raramente le erran al pronóstico, al contrario de los venerados gurús de la economía, quienes suelen equivocarse un día sí y al siguiente también.
Y en medio de ese gentío que lo rodea a uno en el mar, darse vuelta y mirar el combo Rambla-Hotel-Casino es un placer imposible de explicar con palabras. Otro chapuzón, darse vuelta y observar el muelle. Luego de la siguiente ola, cambiar la dirección y contemplar a la distancia el Torreón del Monje. Y por supuesto, levantar la vista aunque el sol encandile y “sacarle una foto” al icónico edificio Havanna. Tres o cuatro momentos que nos sirven para ratificar que estamos en Mar del Plata, una sensación sencillamente hermosa.
Cuando nos vamos de la playa, a la tardecita, es imposible no quedarse un rato al pie de la escalinata central escuchando a algún o alguna cantante aficionada (o profesional, vaya uno a saber) interpretando una cumbia, un tango o una balada, los géneros que se imponen a metros de los lobos marinos, los que cada día enmarcan una pista de bailes populares donde se lucen grandes, medianos y pibes también.
A la hora de ir a pasear tras la ducha post playa, en la calle Güemes uno encontrará un ambiente más bien clasemediero, por ende, más uniforme y monótono del que puede disfrutarse en la peatonal San Martín, donde puede hacerse (casi) de todo, literalmente: simplemente caminar, pararse a disfrutar de los espectáculos callejeros, mirar vidrieras de absolutamente todos los rubros conocidos y desconocidos también, jugar una simultánea de ajedrez con miembros del Club de Ajedrez de MDQ (concentrarse entre tanto bullicio es un desafío doble), comer, tomarse un café o una cerveza, llegar hasta el paseo de artesanos y recorrer todas las galerías para llevarse alguna “pilcha” siempre a mejor precio que en cualquier lugar del país.
Y el próximo enero, febrero o marzo, o quizás en invierno, o el siguiente fin de semana largo, al igual que hace un año, 5, 10 ó 30, habrá que volver, porque Mar del Plata es eterna. Sencilla y hermosamente eterna.
Superman es argentino, y vacaciona en Mar del Plata
El primer hijo del complejo Rambla-Casino-Hotel fue el Casino Central, que nació el 22 de diciembre de 1939. Fue un diseño del arquitecto Alejandro Bustillo, quien actuó bajo la gobernación de Manuel Fresco (1936-1940), aún en la conocida como Década Infame
Fotos: Carlos Rango 2009