Por Carolina de Soto
Cuando era chica, durante mi adolescencia temprana, seguí a mis padres a una humilde capilla que estaba encabezada por un “cura tercermundista”. Eran tiempos bravísimos. Corría 1980. Aunque a mis 13 recién cumplidos poco entendía del asunto.
Hoy pienso: “Valientes mis viejos, que en ese momento cambiaron la zona de confort de la parroquia central, donde la comunidad escuchaba cada domingo al sacerdote hablar del cielo (y de los pajaritos que lo surcan, supongo), para ir a una pequeña y acogedora capilla enclavada en una barriada popular y con un cura lisa y llanamente revolucionario”.
No revolucionario en el sentido “Sierra Maestra”, sino en el del Padre Carlos Mugica: “Vivir para los pobres, morir por los pobres”.
Los Evangelios marcan el camino al Cielo, pero también que ese camino está trazado sobre la Tierra. Aquí es donde hay que desandarlo, hacia el destino que queremos alcanzar los creyentes. Y Jesucristo fue muy claro, no hay posibilidad de dobles lecturas: es con y para los pobres. Ese fue el mensaje central, que acompañó con su forma de vida, del padre Carlos Mugica
acostumbrado a la injusticia

A propósito, el 11 de mayo de 2024 se cumplieron 50 años del cobarde asesinato del Primer Cura Villero. Medio siglo desde que lo masacraron con 14 disparos de ametralladora cuando se disponía a subir a su Renault 4 color azul, tras oficiar misa en la Parroquia San Francisco Solano de Villa Luro. También fue baleado su amigo Ricardo Capelli.
Ambos habían visto, durante la misa, a Eduardo Almirón sentado en el último banco. Se trataba de un policía que integraba el grupo paramilitar de ultraderecha Alianza Anticomunista Argentina (más conocido como Triple A), liderado por el entonces ministro de Bienestar Social y mano derecha de Estela Martínez de Perón, el oscurísimo personaje José López Rega. Es más, Almirón era uno de los guardaespaldas de López Rega, por lo que el tiempo no dejó lugar a duda alguna de que se trató de un asesinato político ordenado desde las más altas esferas del gobierno.
“Nada ni nadie me impedirá servir a Jesucristo y a su Iglesia, luchando junto a los pobres por su Liberación. Si el Señor me concede el privilegio, que no merezco, de perder la vida en esta empresa, estoy a su disposición” (Padre Carlos Mugica)
Volviendo a mi capilla, aquel sacerdote me enseñó que los Evangelios marcan el camino al Cielo, pero que ese camino está trazado sobre la Tierra. Aquí es donde hay que desandarlo, hacia el destino que queremos alcanzar los creyentes. Y Jesucristo fue muy claro, no hay posibilidad de dobles lecturas acerca de su mensaje: es con y para los pobres; el resto es palabrerío vacío.
De aquellos momentos, cuando integraba un grupo juvenil con el que hacíamos mucho trabajo social y religioso, me quedó grabado a fuego un concepto: Sin justicia no hay paz. Es obvio, dirán. ¿Es obvio? No lo creo. Y menos aún en los tiempos aciagos que corren.
acostumbrado a la injusticia

A veces me pregunto, casi infantilmente, cómo es posible que no se naturalice algo así. Cómo es posible que la dirigencia política, gremial, empresaria, social, religiosa, no ponga el grito en el cielo alertando acerca de que, a este ritmo, vamos hacia escenarios de violencia social; violencia social que no tiene porqué expresarse en un estallido social, pero… ¿Acaso la clase media tan amiga de la ‘mano dura’ piensa que la inseguridad no va a aumentar exponencialmente con un 65/70% de pobreza infanto-juvenil como existe en la Argentina? ¿En serio soportan vivir en un país con casi 7 de cada 10 niños, niñas y adolescentes en la pobreza y que del resto se encargue la ‘represión’ de la derecha ultra? ¿En serio? ¿Tan insensible se volvió la sociedad argentina?
Y un día, Dios envió a Francisco
¿Y quién sos flaca para andar sermoneando como lo haría tu curita?, se preguntarán muchos y muchas. Lo sé. Por eso, cuando leí las reflexiones del Papa Francisco del 3 de abril del 2024 en la Plaza San Pedro, casi exclamé: “¡Pero si es tan ovbio!”.
acostumbrado a la injusticia

“Sin justicia no hay paz, destacó el Santo Padre este miércoles 3 de abril durante su audiencia general semanal, celebrada en una nublada plaza de San Pedro. Esta semana, el pontífice continuó su serie de catequesis sobre los vicios y las virtudes. Después de meses dedicados a los vicios, recientemente pasó a hablar de las virtudes, centrándose hasta ahora en la prudencia, luego en la paciencia, y ahora en la justicia”, destacó entonces la crónica de la agencia AICA.
Y siguió: “El catecismo describe la justicia, segunda de las virtudes cardinales (fundamentales), como la virtud moral que consiste en la voluntad constante y firme de dar lo que es debido a Dios y al prójimo”, remarcó el Padre Jorge.
“El Obispo de Roma subrayó que la justicia no es sólo una virtud que deben practicar los individuos, sino que es, sobre todo, una virtud social, ya que está dirigida a crear comunidades en las que cada persona sea tratada según su dignidad innata. Ante esto, el Santo Padre sugirió que la justicia es la base de la paz”.
“La justicia -reafirmó el Papa- es fundamental para la convivencia pacífica en la sociedad. Un mundo sin leyes que respeten los derechos sería un mundo en el que sería imposible vivir; parecería una jungla” (¿como la Argentina en ciernes?).
“Sin justicia -dijo el Papa- no hay paz, y donde no se respeta la justicia, surgen conflictos. Sin justicia, la ley de la prevalencia de los fuertes sobre los débiles está arraigada”.
Luego, subrayando que la justicia es una virtud aplicable tanto a gran escala como a pequeña escala, el Papa aclaró que se refiere “no sólo a la sala del tribunal” sino “a la ética que caracteriza nuestra vida cotidiana”.
“Un hombre que quería vivir el Evangelio con autenticidad, con coherencia”. Así definió a Francisco el hoy Papa León XIV, para subrayar que «entre sus enseñanzas más preciadas» está su deseo de “una Iglesia pobre, que camina con los pobres, que sirve a los pobres”

La persona justa
-El (ex) Papa dijo: “El justo es recto, sencillo y directo. No usa máscaras. Se presenta tal como es y dice la verdad”.
–“El justo venera las leyes y las respeta, sabiendo que constituyen una barrera que protege a los indefensos de la tiranía de los poderosos. No piensa sólo en su propio bienestar individual, sino que desea el bien de todos, de la sociedad en su conjunto”.
-Francisco sugirió que la persona recta no cede a la tentación de pensar sólo en sí misma y de ocuparse de sus propios asuntos “por más legítimos que sean, como si fueran lo único que existe en el mundo. La virtud de la justicia deja claro, y coloca esta necesidad en el corazón, que no puede haber un verdadero bien para uno mismo si no existe también el bien de todos”.
–“La persona justa rehuye comportamientos nocivos, como la calumnia, el perjurio, el fraude, la usura, la burla y la deshonestidad, y cumple su palabra”.
Maravillosas reflexiones que ‘no’ son tan obvias como uno cree. Lamentablemente. Y que en estos tiempos (tan) revueltos deberían formar parte del “deber ser” de todos y cada uno de quienes aspiramos a construir una sociedad donde reinen el amor y la igualdad.
acostumbrado a la injusticia

La lacerante oración del Padre Carlos
No quiero terminar estas líneas sin recordar la oración que creó el Padre Carlos Mugica y que hoy rezan todos los curas villeros. Es, ni más ni menos, que un llamado de atención diario sobre el “mundo que nos rodea”, el cual “nos dice” que No hay paz sin justicia.
Señor, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos parezcan tener ocho años y tengan trece.
Señor, perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro. Yo me puedo ir, ellos no.
Señor, perdóname por haber aprendido a soportar el olor de aguas servidas, de las que puedo no sufrir, ellos no.
Señor, perdóname por encender la luz y olvidarme que ellos no pueden hacerlo.
Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie puede hacer huelga con su propia hambre.
Señor, perdóname por decirles ‘no sólo de pan vive el hombre’ y no luchar con todo para que rescaten su pan.
Señor, quiero quererlos por ellos y no por mí.
Señor, quiero morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos.
Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz.