Líderes de la oposición y algunos de los periodistas cuestionaron la declaración oficial argentina donde se advertía sobre el uso “desproporcionado” de la fuerza, lo que también generó algún enojo de la embajada israelí, porque no se mencionaba al grupo Hamas con la calificación de “terrorista”.
Se trata del argumento central del gobierno de Benjamín Natanyahu a la hora de escalar el conflicto con el recrudecimiento de bombardeos, que arrojaron hasta el domingo al menos 198 palestinos muertos por los ataques aéreos y de artillería israelíes en Gaza, incluyendo 58 chicos y 35 mujeres, y más de 1.300 heridos, según el ministerio de Salud local. En tanto diez personas murieron en Israel, entre ellos un chico de cinco años, y 294 resultaron heridas por algunos de los más de 3.100 cohetes lanzados desde Gaza.
Por estas horas hablar de “desproporción” de los daños en una y otra parte, según estas cifras no parece ni descabellado ni ofensivo, en particular cuando buena parte de la comunidad internacional no sólo se horroriza por los datos, sino que también reclama una salida pacífica a un conflicto que marcó toda la segunda mitad del Siglo XX.
EL EJEMPLO ARGENTINO
No se trata aquí de hacer una reseña histórica de una disputa territorial y religiosa con un trágico saldo en vidas humanas que es necesario resolver y para el cual Argentina tiene algo para mostrar al mundo.
En pocos países hay una presencia tan importante de la comunidad judía como en Argentina, sólo quizás superada por Estados Unidos en estos días. A la vez no fue menor la inmigración proveniente de países árabes. Lo singular en nuestro caso es la convivencia armónica de unos y otros en acciones comunitarias, actuando mancomunadamente. Tampoco por estas pampas las diferencias religiosas generaron tensiones, al contrario, desde distintos cultos se han emprendido acciones conjuntas para hacer frente a las reiteradas crisis económicas del país y sus consecuencias sociales.
Ese ejemplo argentino es el que se puede y debe mostrar al mundo y con él, la necesidad de resolver las diferencias entre uno y otro pueblo en la mesa de negociaciones, dejando de lado el uso de las armas que propone Hamas y la Yihad Islámica, pero también la represión feroz y el avance territorial constante que impulsa la gestión de Netanyahu y su partido Likud, cada vez más radicalizado en su alianza con los sectores ultrarreligiosos y colonos que demandan avanzar sobre barrios controlados por los palestinos.
LA LLEGADA DE BIDEN
La llegada de Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos significa un reordenamiento internacional, del cual Medio Oriente no está ajeno. La posición de Donald Trump alejada del consenso mayoritario a nivel global y de la postura oficial de Naciones Unidas al trasladar la embajada de Estados Unidos a la disputada Jerusalén, no ayudó en nada a solucionar el conflicto como quedó demostrado por estas horas.
También difícilmente ayude el intento de asesinar a los líderes militares de las organizaciones palestinas, como se verificó en reiteradas oportunidades, con el agravante de que el poder de fuego de estos grupos es cada vez mayor y, por lo tanto, más amenazante para la seguridad de los propios israelíes.
No se trata aquí de tomar partido por las partes en disputa, sino de establecer qué puede y debería hacer la Argentina en un conflicto al que por cuestiones humanitarias no debe dejar de prestarle atención.
Tampoco debe descuidarse la relación comercial con todos los países de Medio Oriente y del Norte de África, con los cuales Argentina compensa parte de los desequilibrios en el intercambio con otras regiones del mundo.
Así, alinearse sin cuestionamientos a la posición del gobierno de Netanyahu no parece ser la decisión más inteligente, en especial en las actuales circunstancias, cuando los enfrentamiento han llegado al interior mismo de Israel amenazando generar un conflicto interno más peligroso que los cohetes de Hamas y cuando la destrucción de un edificio que albergaba a la prensa internacional en Gaza, le da una repudiable opacidad a las «represalias».
Como en ninguna otra parte del mundo, la violencia en Medio Oriente no conduce más que a muerte y destrucción y aleja cualquier posible solución, como quedó demostrado en todos estos años de enfrentamientos.
En cambio la demanda de negociaciones bilaterales dieron lugar a avances pacificadores, que muchas veces fueron petardeados por los sectores más intransigentes, que incluso no dudaron en asesinar al héroe de la Independencia israelí Isaac Rabin por proponer a los palestinos entregar territorios a cambio de paz.
El cumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas que comprenda la satisfacción de todas las partes resulta un escenario no sólo deseable sino imprescindible de lograr y para ello la coexistencia de las comunidades que exhibe la Argentina es un espejo en el cual reflejarse
En momentos en que los estados pierden fuerza frente a entidades supranacionales como la Unión Europea que contempla las necesidades e intereses de los bloques en su conjunto y de sus ciudadanos más allá de su origen, las disputas territoriales palidecen y resultan obsoletas, salvo que como en este caso cada palmo de tierra sea reclamado por unos y otros.
Nada imposible de solucionar con los recursos necesarios, que fácilmente se pueden lograr si se aminoran las tensiones bélicas. Pero claro se debe contemplar los intereses de todas las partes y las disputas tampoco pueden quedar en manos de jueces con postura sesgadas.
Rabin como una importante porción de la población de Israel creyeron y creen que la paz es posible y es necesario dar pasos concretos en esa dirección, una posición en la que también concuerdan el papa Francisco y gran parte de la comunidad internacional, con la cual Argentina debe alinearse, más allá de las prédicas torpes e incondicionales de quienes sólo saben ver la orientación política de quienes defienden.