Comienzo estas líneas anunciando que aquí no encontrarán nada ni remotamente similar a la objetividad, Los simuladores son posiblemente la serie de mi vida, y escribo estas líneas frente a mi poster de los cuatro legendarios protagonistas. Sin dudas, estamos frente a uno de los programas de mi vida, y una obra que cada año parece agigantarse más ¿por qué un show de comienzo de siglo envejece tan bien? Al punto de hacer estallar de júbilo a miles por su regreso.
Era el año 2002 y la Argentina venía de sufrir un estallido social que le ponía punto final a un proceso iniciado décadas atrás, un pueblo salió a terminar con el neoliberalismo, y la fe en las instituciones era nula. Ese fue el caldo de cultivo para que un grupo de personas que resuelven problemas de todo tipo, se conviertan en leyenda.
Los finales de los 90 y comienzos de los 2000 fueron una época dorada para los productos audiovisuales, en especial para aquellos que tenían una demanda social o hacían sátiras de la decadencia de la Argentina neoliberal. Si bien obras como Pizza, birra, faso (1998), Okupas (2000) o El bonaerense (2002) buscaban dar retratos crudos de aquella realidad, eso no es lo que se encuentra en la obra de Damián Szifron, el hombre detrás de la serie.
Nunca vamos a encontrar realismo en las obras de Szifron, ya que él se caracteriza por plantear una visión ficticia basada en cómo le gustaría que fueran las cosas, logrando que a su vez todo lo que pase se vea profundamente familiar y cotidiano. Lograr condensar ambas cosas, es algo verdaderamente difícil. En el caso de Los Simuladores podría pensarse que es una versión criolla de Brigada A, pero que al verlos hay poco de aquel equipo de militares imperialistas.
El cine de Szifron toma ciertas características del ideario argentino y lo usa a su conveniencia, los héroes de sus obras suelen ser personas buenas, idealistas y con sinceros deseos de ayudar. Existen ejemplos como los simuladores, el personaje de Peretti en Tiempo de Valientes (2005) o Ricardo Darín en Relatos salvajes (2014) seres inocentes que ven sus vidas amenazadas por villanos que son el estereotipo del porteño chanta y ventajero, y que los propios argentinos pensamos de nosotros mismos.
Es posible ver en la recordada escena del capítulo “el vengador infantil” toda la filosofía de la serie. Un hombre pide ayuda de los simuladores para recuperar el dinero que usó para sobornar a un político, y que este lo estafó. Ante la negativa clama que en Argentina sólo se puede progresar de forma ilícita, y la respuesta de Mario Santos es memorable: “El modo en el que se refiere a esta gran nación me revuelve las tripas. Y si bien es cierto que en las últimas décadas hubo una gran proliferación de idiotas, el hecho de que usted encabece esa lista no le da derecho a sugerir que todos pertenecemos a esa clase de gente.»
Entonces, estamos frente a un programa que en medio de una crisis económica terminal, muestra a un grupo que podríamos denominar “héroes argentinos”. Unos hombres que resuelven problemas por dinero, los cuales investigan en profundidad, que lleva a un comisario a volverse corrupto, o a un estafador a quitarle el dinero a la gente, normalmente eso sucede porque esas personas debieron darle la espalda a sus sueños aceptando una vida monótona.
De este modo, mientras series como Okupas mostraban como el neoliberalismo arrastraba a los jóvenes a la marginalidad de una manera cruda, Los simuladores construyen historias alocadas donde en última instancia están explicando la génesis de muchas de las maldades y corrupciones que nos encontramos día a día. En el capítulo El anillo de Salomón, un afamado compositor de música clásica es acosado por otro que le pide que toque su partitura, este pide ayuda, y la solución es que ese hombre solo estaba desesperado por tener una oportunidad, y al recibirla deja en paz al músico famoso, y de hecho lo supera. Más que combatir al mal lo corrigen.
De este modo uno puede pensar porqué esta serie sigue alta en el Olimpo de la televisión argentina. Se creó a unos héroes profundamente familiares, ya que son tan argentinos como cualquiera, pero que a su vez viven historias construidas a base de referencias a programas de EE.UU, que uno podría pensar que son incompatibles con la realidad de nuestra sociedad, pero que una mano muy talentosa logra hacerla funcionar argentinizando las tramas y a los personajes.
Sin dudas, el anuncio de la película fue una emoción para quienes crecimos viendo los operativos que estos cuatro sujetos realizaban. Reencontrarse con aquellos queribles personajes parece un sueño, que genera mucha expectativa y ganas de saber más. No obstante, uno hubiera sido feliz aún sin la cinta, ya que lo que la serie nos dejó, está y permanecerá por siempre en nuestros corazones. Para alguien como yo que sufrió bullying en la primaria, y tuvo problemas con las materias en diciembre y febrero en la secundaria, siempre sentiré a aquellos cuatro simuladores, como mi gran fuente de inspiración para intentar resolver los problemas de todo tipo.