Por Roberto Pascual.-
El golpe fue demoledor, terrible, en especial para los sectores más frágiles de la población, esos mismos núcleos que conforman la principal base electoral del peronismo. Pero la pregunta no pasa por si la situación que refleja el frío número del 7,7 por ciento de inflación en marzo es tan apocalíptica como se supone, en cambio la duda pasa por si aún el Frente de Todos tiene chances electorales después de cifras que patentizan la descorazonadora realidad que viven a diario los argentinos.
Para muchos la respuesta es una lapidaria negativa. Y por eso políticos, periodistas y comunicadores alineados con la actual oposición se frotan las manos esperando cumplir -esta vez sí- con el viejo sueño de terminar para siempre con el peronismo y en especial lo que para ellos es su vertiente más repulsiva que hoy por hoy es el kirchnerismo.
Y lo que es peor, el tiempo se agota, los resultados siguen empeorando y la luz al final del túnel está lejos de aparecer.
Eso quiere decir que todo está perdido y que deberemos resignarnos los próximos cuatro años a un gobierno encabezado por un neoliberal dubitativo como Rodríguez Larreta, una ajustadora serial violenta como Bullrich o el impredecible e impresentable Javier Milei.
Este interrogante tiene dos respuestas. La primera, la peor es que todo parece indicar que vamos por ese camino. La segunda es que siempre desde el peronismo se encontraron las respuestas ante los mayores desafíos y que nunca puede dárselo por muerto. Entre otras cosas por aquello de que cuando muchos ven peleas interminable en realidad es que se están reproduciendo.
¿AL BORDE DEL NOCAUT?
Para muchos analistas el 7,7 por ciento de marzo es un golpe de nocaut, que termina de dejar a un gobierno confundido definitivamente grogui y sin capacidad de reacción. Es que los datos son apabullantes: fue la medición más alta en un mes desde abril de 2002, en pleno estallido de la convertibilidad cuando alcanzó el 10,4% y acumuló en los primeros tres meses de 2023 un 21,7% y en los últimos doce meses 104,3% en una escalera interminable desde hace un año -13 meses- ya que en febrero del 2022 se ubicaba en 52,3%, casi la mitad que el último registro oficial.
Para el viceministro de Economía, Gabriel Rubinstein, «durante el primer trimestre, la sequía, las altas temperaturas y la gripe aviar generaron un mayor impacto sobre frutas y verduras, carne vacuna, pollo y huevos, los cuales aportaron 2,1 puntos porcentuales a la inflación de marzo». Es decir que sin estos factores concurrentes, el costo de vida se habría ubicado bien por debajo del 6%. Al mismo tiempo se entusiasmó al señalar que espera que este mes los números se ubiquen claramente por debajo del explosivo guarismo de marzo.
Claro esa proyección también deja al descubierto que esperar un abril con una medición que comience en 3 (aunque fuera 3,9%) como prometió en su momento el ministro Massa resulta ahora una utopía. Con el agravante que el rubro de alimentos y bebidas, que marca el rumbo de la pobreza y la indigencia, subió un 9,3 por ciento, otra vez por encima del índice general, fuertemente influenciados por carne y derivados. En doce meses, alimentos y bebidas acumulan un alza del 106,6 por ciento.
Pese al impacto que representa para el bolsillo de los argentinos, alimentos y bebidas no fue el rubro que más subió en marzo, ya que fue superado por educación que aumentó un 29,1 por ciento por el comienzo de las clases.
Desde el Gobierno la estrategia económica es clara. La prioridad es buscar de donde sea dólares, porque interpretan que así se podrá frenar la disparada de precios, entre otras razones porque se busca mantener el compromiso de facilitar divisas al cambio oficial para los sectores productivos que se allanen a firmar y cumplir con el límite que fija el programa de precios justos.
Y en ese camino, Sergio Massa parece haber obtenido el aval del Fondo Monetario para dejar de cumplir no sólo ya la meta de acumular menos reservas de las comprometidas, sino también incrementar el déficit fiscal, una meta jaqueada por la peor sequía en la historia argentina que no sólo afectó el ingreso de divisas, sino también la recaudación proveniente del sector agroindustrial.
LO QUE VIENE
Sin embargo el interrogante de cara al futuro pasa por si aún el oficialismo en lo que fue calificado como el peor momento de su gestión tiene fuerzas para sacar de la galera ese ancho de espadas salvador que trastoque lo que ya desde la oposición dan como segura derrota.
Lo cierto es que más allá de las razones, la mayor parte de la población de menores recursos se siguió empobreciendo durante los 40 meses de este gobierno, pese a la promesa electoral de que llenar la heladera sería el principal objetivo de la gestión.
Planteada en esos términos, la derrota parece inexorable y sólo el riesgo de un ajuste salvaje, represivo y aún más profundo que el actual podría hacer dudar al votante que hace casi cuatro años acompañó al Frente de Todos. Pero hoy el oficialismo se muestra descorazonado y parece incapaz no sólo de alinearse detrás de una propuesta creíble, sino incluso de defender aquellas viejas banderas que le dieron origen hace ocho décadas.
Por estas horas se están elaborando algunos eslóganes con el eje de “derecha o derechos” e incluso otros que alertan “no se dejen estafar”. Sin embargo las nuevas generaciones, esas que tradicionalmente se conmovían con el discurso trasgresor del peronismo, hoy son tentados por el rupturismo mesiánico que proponen los libertarios.
Lo dicho, el tiempo se agota y una movida que genere esperanzas y movilice detrás de un objetivo claro y asequible es clave para un cambio en la tendencia. Incluso más que medio o un punto en la medición del costo de vida. Y, en ese sentido aplicar las anunciadas penalidades a los sectores que no cumplen con los compromisos de mantener el precio de sus productos puede no sólo ser aleccionador, sino también una muestra de ese carácter que se perdió en la búsqueda de parecer moderados.