¿Una edificación de lujo que en el corazón de cada ladrillo ya tenía la marca de la maldición? ¿Un furibundo golpe a la soberbia de la aristocracia argentina de la segunda mitad del siglo XIX, que pensaba que sólo exportando granos y carne podría vivir para siempre como la nobleza europea? ¿Una sucesión de hechos desgraciados concentrados en un único lugar a lo largo de 130 años? ¿Un poco de cada cosa? Quizás.
Lo cierto es que el majestuoso Hotel Boulevard Atlántico, inaugurado hacia 1890 a escasos cien metros de la playa en Mar del Sud, 17 kilómetros al sur de Miramar, fue desde su nacimiento castigado por la fatalidad: suicidios, un asesinato, muertes de judíos adultos y niños, fenómenos climáticos atípicos, desembarcos de nazis, usurpaciones, incendios, bandas de contrabandistas y narcos, remates y un largo etcétera. Hace un tiempito, su enorme esqueleto con riesgo de derrumbe comenzó a ser atendido con vistas a su puesta en valor. En diciembre de 2023 se dio el primer paso para devolverlo a la vida.
La luz enceguecedora de la Argentina de finales del siglo XIX
Empecemos por el principio, como suele decirse. El proyecto del Boulevard Atlántico nació bajo la luz enceguecedora de la Argentina de fines del siglo XIX, cuando el “granero del mundo” parecía ser algo eterno que permitiría a la aristocracia nativa vivir como los nobles europeos con un esfuerzo cercano a cero.
No es casualidad que esa haya sido la época en que se “hacía y se deshacía” como un niño rico con sus juguetes, algo que en La Plata tuvo sobrados ejemplos, con el magnífico arco de entrada a la ciudad como emblema.
Hotel Boulevard Atlántico
La familia Otamendi, con Fernando Julián Otamendi a la cabeza, era la propietaria de 450 hectáreas que incluían la playa y el mar, signo de estatus si lo había. Entonces, la codicia dio su primer paso: diseñó un hotel como los que la realeza europea frecuentaba en los veranos boreales. Estilo neoclásico, 4.500 metros cuadrados cubiertos, 76 habitaciones, patios en galería, balcones individuales para cada habitación, grandes salones comedor, instalaciones deportivas. ¿El objetivo? Destronar a Mar del Plata con un balneario de ensueño. Para ello, se necesitaba un lugar donde pasaran sus días los futuros propietarios de los lotes que la familia Otamendi pensaba vender, por un lado, y turistas adinerados del viejo continente, por el otro.
La constructora tenía dirección en la capital provincial. Se trataba del Banco Constructor de La Plata, creado y dirigido por el inmigrante húngaro Carlos Mauricio Schweitzer, un contador e inversionista masón al que hasta ese momento le había ido muy bien al galope de una Argentina que crecía a un ritmo “asombroso” merced a la exportación de granos y carne.
Carlos Schweitzer se puso al frente de la edificación del Boulevard Atlántico en 1888, dos años después de que asumiera la presidencia Miguel Ángel Juárez Celman y dos años antes de que éste se viese obligado a renunciar a raíz de la gravísima crisis económica que provocaron sus políticas liberales, la especulación bursátil y comercial. El desplome fue tal que la propia banca británica Baring Brothers, por el excesivo préstamo que le había otorgado al país, casi colapsa.
El Banco Constructor de La Plata quebró. No obstante, Schweitzer se empeñó en terminar el hotel. Dicen que dicen que llegaban desde Mar del Plata enormes cantidades de materiales en carretas que no encontraban las huellas, pues las tapaba la arena del ventoso lugar. El hotel se finalizó y se inauguró en 1890. Pero el 11 de enero de 1892, el banquero húngaro se suicidó.
Hotel Boulevard Atlántico
Pero si las primeras víctimas del Boulevard Atlántico fueron un negocio y un financista prósperos, apenas 27 días antes de que el banquero se quitara la vida, en los salones del hotel había empezado a escribirse una trágica historia cuyos ecos llegan hasta hoy.
Vayamos más atrás aún, para darle contexto a los hechos. El 11 de septiembre de 1891, el barón Moritz von Hirsch, un acaudalado empresario y banquero judío-alemán, creó la Asociación de Colonización Judía (Jewish Colonization Association) con el propósito de facilitar la masiva emigración de judíos que sufrían persecución en Rusia y en países de Europa del Este hacia Canadá, Estados Unidos y Argentina.
Cientos de familias tenían como destino colonias agrícolas en Entre Ríos. No obstante, las 80 que venían en el vapor francés Pampa terminaron en Mar del Sud. ¿Por qué? Algunas versiones dicen que no pudieron desembarcar en Buenos Aires porque se detectaron a bordo casos de fiebre amarilla. Otras afirman que una tormenta los “depositó” en el flamante balneario, que entonces llevaba el nombre del fastuoso hotel: Boulevard Atlántico.
«Siento voces en el hotel, nos comunicamos, yo entiendo su lenguaje», le confió Eduardo Gamba, en enero de 2021, al periodista Leandro Vesco
Desde ya, no eran los inmigrantes que había soñado hospedar la familia Otamendi. Pero en medio de una crisis galopante y con el hotel vacío, sus salones y habitaciones de lujo aparecieron ante los ojos de los castigados hombres, mujeres y niños como un oasis en el desierto… Nada más errado.
Los inmigrantes llegaron el 15 de diciembre de 1891 (es decir, 27 días antes del suicidio de Carlos Schweitzer). Poco después, un tremendo tornado arrasó la aldea. Hubo numerosos muertos. Y lo peor: como la tormenta duró una semana, los cadáveres estuvieron en el sótano del hotel durante más de 10 días.
Cuando aún no habían superado esa situación, un brote de psitacosis (hay quienes hablan de tifus o gripe) se desató entre las familias y se llevó la vida de muchos niños y niñas. Más de 20 cuerpos de adultos y pequeños, tiempo después, pudieron ser sepultados a la vera del arroyo La Tigra, cerca del hotel. Las lápidas se perdieron y hasta hoy los restos conviven con la traza urbana de la pequeña ciudad de 600 habitantes, sin que nadie honre su memoria.
¿Tren? ¿Qué tren?
El éxito del Boulevard Atlántico dependía casi exclusivamente de que el tren llegara hasta Mar del Sud. Pero no. Se quedó a 17 kilómetros, en Miramar. ¿La megacrisis de 1890 o intereses económicos de quienes no querían competencia? Vaya uno a saber. Lo cierto es que el lujoso hotel quedó a la buena de Dios hasta que en 1904 fue rematado y comenzó a funcionar. En fin… funcionar es un decir, pues era casi imposible llegar hasta el lugar por caminos de tierra y casi siempre a merced de un clima hostil. En rigor, apenas sobrevivió gracias al personal jerárquico de los ferrocarriles (que quedó a la espera de una obra que nunca se concretaría) y algunas familias con campos en la zona.
Recién a partir de 1920 y hasta 1970, el Boulevard Atlántico conoció cierta calma (a no ser por el capítulo nazi, otro suicidio y una muerte, que luego abordaremos). Pero muy lejos estuvo de su destino original. Fue un lugar donde familias de clase media-alta primero y de clase media después, lograron desenchufarse de la ciudad en un balneario por demás tranquilo.
La habitación 32
Fue en 1948 cuando llegó al hotel un hombre clave en esta historia: Eduardo Gamba. Se trataba de un proyectista de cine que se hacía los veranos en distintos pueblos, y que encontró en el magnífico edificio su lugar en el mundo.
Allí, dice, proyectaba películas que contaban con efectos “especiales”, como murciélagos que volaban delante de la pantalla. O con finales inesperados, como el día que se quemó la cinta y él les contó el final a los huéspedes. Pero lo más importante que le pasó a Gamba fue que se enamoró perdidamente de una bella joven que cantaba en francés, intentando emular a Edith Piaf. Se llamaba María Elizabet, aunque su nombre artístico era Mabel Dupont. Fueron felices, dice Eduardo a quien lo quiera oír. Disfrutaron de veranos en el Boulevard Atlántico y de viajes a Europa. Hasta que un día, así como así, apareció ahorcada en la habitación 32.
En aquellos años también se hizo muy popular una mujer llamada Albertina, que tiraba las cartas. Era muy solicitada por las jóvenes turistas para saber qué futuro tendrían sus amores de verano. “Vivía en el hotel, entre pronósticos y valses que escuchaba al atardecer en un viejo piano de cola que tocaba un moreno de Senegal, quien había recalado allí después de haberse bajado de un barco pesquero en Mar del Plata”, nos cuenta el periodista Mario Markic. Albertina también murió.
Hotel Boulevard Atlántico
«Siento voces en el hotel, nos comunicamos, yo entiendo su lenguaje», le confió Eduardo Gamba, en enero de 2021, al periodista Leandro Vesco. Al equipo de documentalistas de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) les contó que a veces va a la habitación 32, donde se suicidó su amada, para ver si pasa algo, si algo escucha; pero hasta ahora, nada.
Gamba compró el hotel en 1974. Dicen que la propiedad estaba floja de papeles. Pero lo cierto es que él siempre hizo las veces de cuidador, pues vivió en el Boulevard Atlántico.
En 1993 le ganó la partida un grupo de usurpadores. Sobrevino otra época brutal. El hotel fue usado para el contrabando, para la trata de blancas y para el narcotráfico.
Al año siguiente, la banda de delincuentes protagonizó un ajuste de cuentas. “Hubo narcos involucrados”, asevera Markic. Y una víctima: “El panadero socialista y presidente de la cooperativa eléctrica del pueblo, Héctor Rubí González”. Fue asesinado en el hotel.
Hotel Boulevard Atlántico
Los nazis
Si algo le faltaba al Boulevard Atlántico, era ser una guarida de nazis. Pues afirman que lo fue. El fotógrafo Laureano Clavero, quien investigó a fondo el tema a lo largo de una década y obtuvo testimonios de lugareños, le contó al periodista Leandro Vesco que “en 1943, la red de espionaje alemán en Buenos Aires estaba activa y en movimiento”.
“El mayor general Friedrich Wolf le solicitó al agente Wilhelm Seidlitz hallar un lugar solitario en la costa para desembarcar espías y material de contrabando. Este se puso en contacto con el empresario (residente en Argentina) Karl Gustav Eickenberg, quien había hecho fortuna en las minas de estaño en Bolivia. Buscando nuevos horizontes, compró tierras en Mar del Sud, cerca de la línea de la costa. El contacto estaba hecho. Alemania ya tenía un lugar donde desembarcar”.
“Pocos meses después de terminar la Segunda Guerra Mundial, Mar del Sud cobró interés para El Eje. Los avistamientos de submarinos alemanes fueron masivos«, sostiene Clavero, para añadir otra mancha al tigre: «El hotel Boulevard Atlántico era punto de encuentro entre espías y colaboracionistas».