Hace aproximadamente dos años, en la bajada de la nota titulada -por profunda convicción- “Orquesta Escuela, la historia del más maravilloso proyecto educativo”, escribíamos:
“Si la llegada de un violín, una viola o un cello a una escuela pública ha elevado a miles de niños y niñas, ¿por qué no llenan los colegios de instrumentos musicales y de profesores de música, de maestros de teatro, de pinturas, pinceles, lápices, crayones y miles de hojas en blanco, de talleres, de computadoras, de mucho espacio y mucha luz, de narradoras de cuentos? Que se lea mucho, se escriba más, se provoque la imaginación de los chicos y chicas… ¡Cuánto para hacer!”
¡Cuánto para hacer sin plata o con una inversión ínfima!, dijo entonces, con su sabiduría a cuestas, la gran pediatra, docente y mejor persona, Marita Marini.
¿Y por qué no se hace? O para ser justos: ¿Por qué durante algunas administraciones se hace pero parcialmente, no como política universal (de Estado, como se dice)?
Menos averigua Dios y perdona.
Lo cierto es que en aquel artículo contábamos la primera y muy grata experiencia de los fundadores de la Orquesta Escuela de Berisso, una de las más numerosas, organizadas y longevas del territorio nacional, cuando llegaron a la Escuela Primaria Nº 25 del populoso barrio El Carmen de la ciudad ribereña.
Fue el lunes 19 de septiembre del 2005. Las maestras ya les habían avisado a sus alumnos y alumnas que, quienes quisieran, podían ir a escucharlos al hall de entrada; que la idea era formar una orquesta.
Y allí los esperaban “Matías (contrabajo), Eugenia Massa (violín), Miky Del Pozo (percusión latinoamericana), Sergio Lahuerta (flauta traversa; hoy fallecido)” y, entre otros, el hasta hoy director de la formación, Juan Carlos Herrero, llevando la batuta. Tocaron para niños y niñas de 6 a 11 años, que los miraban con una mezcla de curiosidad y asombro.


Es que al oír “orquesta”, muchos chicos y chicas se entusiasmaron con una batería, una guitarra eléctrica, un bajo quizás. Pero no. Se encontraron con aquel violín, aquella viola, el violonchelo, la flauta traversa. Y la inmensa mayoría no conocía siquiera los nombres de esos instrumentos ni su sonido.
¿Se desilusionaron? Todo lo contrario. Quedaron fascinados. Una veintena se anotó para tomar clases. Nadie lo sabía, pero acababa de nacer el más maravilloso e inclusivo proyecto educativo que en años conoció nuestra región. Hoy cuenta con más de 700 alumnos y alumnas, no menos de quince centros formativos, y ex estudiantes que ya son profesores en la propia orquesta o en escuelas, universitarios, miembros estables de sinfónicas, experiencias junto a grandes músicos argentinos y latinoamericanos y en prestigiosos centros de formación europeos, y un larguísimo etcétera.
Pero no se trata aquí de volver la mirada sobre los alumnos y alumnas “emergentes”, sino centrarnos en la profunda reflexión que dejó en una cuenta de Instagram el enorme músico argentino Chango Spasiuk.
“¿Por qué es tan importante que haya orquestas donde los niños vayan a aprender a tocar un instrumento?”, se preguntó, e hizo notar que “la gente dice ¿porqué van a ir a tocar si no van a ser músicos?. O la gente cree que si van, deberían ser músicos”.
“Nadie entiende que aprender a tocar un instrumento mejora tu calidad de vida. Tocar un instrumento no es manejar un iPod o un teléfono celular”.


“Para tocar un instrumento tenés que estar limpio, tenés que estar bien sentado, tenés que estar atento, desarrollar tu capacidad de atención para poder sacar sonidos del instrumento”, enumeró, para subrayar: “Además, para tocar colectivamente tenés que prestar atención a lo que estás haciendo vos y, a su vez, prestar atención a lo que están haciendo los demás, para construir algo entre todos”.
“Entonces, si uno lleva esa disciplina al día a día es una gran enseñanza”. Y una gran herramienta porque “la podés llevar a la escuela, para leer un libro, para hacer tu tarea”. (Vale aquí resaltar que maestras de distintas escuelas nunca dejan pasar la oportunidad para contarles a los profesores que los chicos y chicas que van a la orquesta se superan muchísimo en el aula).
“Entonces -remató el Chango Spasiuk- la disciplina de la música mejora la calidad de vida de los niños. Y las expectativas de esos niños”.