Borges.- El 23 de septiembre de 1973, Juan Domingo Perón logró su tercer triunfo electoral. Pero aquí me quiero remontar al domingo 11 de marzo de aquel año, cuando en las ciudades de Berisso y Buenos Aires se escribió “una concurrencia fabulosa”.
Tras 18 años de proscripción de la mayor fuerza sociopolítica de Argentina y América Latina, el peronismo, la dictadura encabezada por el teniente general Alejandro Agustín Lanusse llamó a elecciones generales para aquel 11 de marzo del ‘73. No lo hizo por convicción ni muchísimo menos, sino porque la situación social y política no daba para más. Y tan antiperonista era, que si bien habilitó la participación del justicialismo prohibió la candidatura de Perón.
Lanusse tenía un CV nefasto. Fue parte del intento de golpe de Estado encabezado por Benjamín Menéndez el 28 de septiembre de 1951, tras lo cual fue condenado a prisión perpetua, pero el día anterior al golpe de septiembre de 1955 fue liberado. En 1957, por encargo del dictador Pedro Eugenio Aramburu, armó junto al cura Francisco Rotger -nexo entre la dictadura, la jerarquía de la Iglesia Católica argentina y el Vaticano- el operativo para sacar el cadáver de Evita del país. El cuerpo fue embarcado con destino a Italia bajo el falso nombre de María Maggi de Magistris y permaneció en el cementerio de Milán hasta septiembre de 1971.
Ese mismo año, pero en marzo, se había convertido en presidente de facto, y el año siguiente, concretamente el 22 de agosto de 1972, ordenó fusilar en forma clandestina a los presos políticos que quisieron escapar de la cárcel en el sur, en lo que se conoció como la Masacre de Trelew. En aquel momento se dijo oficialmente que había ocurrido un enfrentamiento: ya parecían estar “entrenando” para sembrar el horror cuatro años más tarde.
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En ese contexto “casi” democrático, el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli), compuesto por el PJ, el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID), el Partido Conservador Popular y el Partido Popular Cristiano, además de otras fuerzas menores integradas por radicales yrigoyenistas, socialistas populares y cristianos revolucionarios, se presentó con la fórmula Héctor Cámpora-Vicente Solano Lima, este último del conservadurismo popular.
Vale aclarar que el Partido Popular Cristiano representaba un “ala” de la Democracia Cristiana argentina dividida en 1967. Allí militaban destacados dirigentes como Carlos Auyero (elegido diputado nacional en aquel 1973 y aliado de Antonio Cafiero en el Frente Renovador peronista de los ‘80), Augusto Conte (luchador por los derechos humanos durante la dictadura de 1976 a 1983 y cofundador del Centro de Estudios Legales y Sociales -CELS-) y, entre otros, José Antonio Allende (uno de los miembros fundadores del Partido Demócrata Cristiano y presidente del Senado entre 1973 y 1975). El otro “ala” era el Partido Revolucionario Cristiano, una suerte de “antiperonismo por izquierda” que, liderado por Horacio Sueldo, integró la denominada Alianza Popular Revolucionaria junto con el Partido Intransigente de Oscar Alende y el Partido Comunista.
Por otro lado, tanto el MID, popularmente conocido como “desarrollismo” y liderado por Arturo Frondizi, presidente de la Nación entre 1958 y 1962 merced a un acuerdo con Perón que, desde el exilio, llamó a los peronistas a votarlo, y el Partido Intransigente de Oscar Alende fueron dos escisiones de la UCR.
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Josefa Saturnina
Mi abuela paterna no sabía ni quería saber sobre esas cosas. Hija de italianos, con una vida de esfuerzo que sólo le permitió acceder a una educación mínima, Doña Josefa Saturnina Bava de Altavista quedó viuda cuando su hijo Raúl Rosario -mi padre- contaba apenas dos años, allá por 1925.
Fue entonces cuando se fue a vivir a la casa de sus padres, una casa de alto tan robusta que hasta hoy se mantiene intacta: una típica construcción de los primeros años del siglo XX con paredes “indestructibles”, ambientes amplios, techos a cuatro metros de altura, un pequeño patio y balcón a la calle. ¿A qué calle? A la Montevideo, que en los albores de los ‘70 ya había reemplazado a la calle Nueva York como “la principal” arteria de Berisso. Abajo había un gran local comercial que en 1973, cuando quien escribe tenía 8 años, era un bar-restaurante, pero cuando mi viejo era pibe allí funcionaba el almacén de sus abuelos, es decir, los padres de Josefa.
Cuando enviudó y se fue con mi viejo de sólo dos años a vivir con sus padres, Josefa “cosía para afuera”, ese oficio tan argento en aquellos años y que siempre ayudaba a la economía del hogar. Pero como ella y mi papá vivenciaron juntos la Argentina que hizo gala de la movilidad social ascendente, él pudo cursar el secundario en el Colegio Nacional y estudiar medicina en la UNLP; eso sí, siempre laburando. Así las cosas, cuando mi viejo se recibió y empezó a prosperar se dio el gustazo de decirle a su madre que no trabajara más.
Volviendo a aquel 1973, Josefa ya hacía largo tiempo que vivía con su prima Ángela, que para todos fue -y sigue siendo aunque no esté- “la tía Angelita”. Esas tías que no son tías pero que son las mejores tías… creo que se entiende.
Y así como Angelita fue “la” tía, Josefa fue “la” abuela. La mejor. Recuerdo cuando me invitaba a pasar el fin de semana en su casa, ¡madre mía! ¡que felicidad! “Yo era el rey…”, como cantaba Sui Generis. Desayunos y meriendas con café con leche en tazones gigantes y las mejores galletitas, esas que no venían en paquetes sino que se compraban sueltas en la rotisería del barrio. Almuerzos y cenas hasta decir “basta”: todo casero, tan elaborado y tan italiano, con gaseosa y postre incluido. Y mirar la tele, escribir, dibujar, jugar a la pelota en el patio o en el barrio… No, por suerte no había cable, ni internet ni redes sociales.
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“Paco” Manrique
Nueve fórmulas se presentaron a las elecciones del 11 de marzo de 1973: Cámpora-Solano Lima (Frejuli); Ricardo Balbín-Eduardo Gamond (UCR); Francisco Manrique-Rafael Martínez Raymonda (Alianza Popular Federalista); Oscar Alende-Horacio Sueldo (Alianza Popular Revolucionaria); Ezequiel Martínez-Leopoldo Bravo (Alianza Republicana Federal); Julio Chamizo-Raúl Ondarts (Nueva Fuerza); Américo Ghioldi-René Balestra (Partido Socialista Democrático); Juan Coral-Nora Ciapponi (Partido Socialista de los Trabajadores, de orientación trotskista), y Jorge Abelardo Ramos-José Silvetti (Frente de Izquierda Popular, de orientación nacionalista de izquierda).
Francisco “Paco” Manrique había sido el ministro de Bienestar Social de Lanusse. Tenía un prontuario importante, aunque no tan truculento como el del presidente de facto. Oficial naval, participó de las conspiraciones contra el gobierno democrático de 1946 a 1955. Cuando Aramburu quedó al frente de la dictadura en 1955, lo nombró jefe de la Casa Militar y le encomendó viajes diplomáticos por varios países latinoamericanos.
Como ministro de Bienestar Social de Lanusse, Manrique eliminó algunas conquistas sindicales, lo cual generó importantes revueltas obreras. No obstante, como les dio aumentos y créditos asequibles a los jubilados y pensionados, logró mucho apoyo entre las personas de la tercera edad, como, por ejemplo, el de mi abuela Josefa, quien le contó a mi viejo que quería votar a Manrique, y como él no se iba a poner a discutir de política con la madre, no le dijo nada.
De hecho, en aquella histórica elección Cámpora obtuvo el 49,5% de los votos; Ricardo Balbín sacó el 21,2%, y Manrique fue tercero con el 14,9%. Cabe destacar que en aquel momento, a raíz de una enmienda constitucional que impuso Lanusse, pasaban al balotaje los que obtuvieran el “15 por ciento más uno”, es decir que el oficial naval y periodista quedó a 0,1% de entrar en la segunda vuelta. Dicen las malas lenguas que el gobierno, o sea Lanusse y Cía, apostaban todas sus fichas a un balotaje entre Cámpora y Balbín para, entonces, jugarse un pleno a polarizar el escenario y que ganara el radical galerita, motivo por el cual habrían armado un pequeño “fraude” para dejar fuera de carrera a Manrique. El 14,9% del «candidato de los jubilados» daba que pensar. Aunque nunca se pudo demostrar nada. Pero la jugada tampoco les salió, ya que Balbín, por haber quedado a casi 30 puntos de Cámpora y teniendo en cuenta que éste quedó a solamente 0,5% de la mayoría absoluta, desistió de presentarse a la segunda vuelta.
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Nueva Fuerza
Álvaro Alsogaray, pope de una de las familias argentinas arquetípicas del antiperonismo y fanáticas del liberalismo (como verán, poco y nada cambió en el terreno de la lucha de ideas en el país), creó a lo largo de su vida tres partidos políticos: el Partido Cívico Independiente (en 1956), la Nueva Fuerza -que debutó en las elecciones del 11 de marzo del ‘73- y la Unión del Centro Democrático (Ucedé), que compitió tras el regreso de la democracia en 1983, y en la segunda Década Infame que inició Carlos Menem en 1989 proveyó al traidor riojano de cuadros políticos para su gobierno liberal, incluyendo a su hija María Julia, una de las abanderadas del remate de las empresas estatales.
Nueva Fuerza fue un boom durante la campaña electoral de 1973, pues introdujo elementos muy modernos en materia de publicidad, como spots televisivos cien por ciento innovadores para la época, grandes carteles en las ciudades y a la vera de los caminos y rutas, una tipografía novedosa, un logo del partido que contrastaba con los tradicionales “escudos” del peronismo, la UCR, el socialismo, e incluso el diseño de la boleta.
El candidato de Nueva Fuerza, Julio Chamizo, era un ilustre desconocido. Lo que estaba claro era el ideario liberal del partido.
En un artículo titulado “La campaña en televisión”, publicado en marzo de 1973 en la revista Redacción con la firma de Horacio V. Luro, se destaca el párrafo dedicado al team Alzogaray: “El punto más débil de la utilización electoral de la televisión fue sin duda la propaganda directa. El puntapié inicial que dio Nueva Fuerza hace más de un año con el propósito de ‘introducir una marca nueva en el mercado’ -como reconocen sus propios dirigentes-, derivó en una campaña proselitista tan exagerada que sus efectos fueron contraproducentes. No hubo reportaje a los candidatos neofuercistas en donde no se les preguntara ‘de dónde sacan la plata’. La imagen de un partido político subvencionado por empresarios y vinculado a las grandes corporaciones internacionales no pudo ser evitada. De poco sirvieron los cortometrajes con obreros que se abrían el pecho para exhibir emblemas, taxistas que saludaban y amas de casa que prometían votar por Nueva Fuerza: la sobresaturación de jingles y malambos partidarios ratificaba cada vez más la idea de un derroche millonario”.
Publicidad de Nueva Fuerza en TV
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Josefa y Jorge Luis
El domingo de la elección estábamos todos en la casa de mi abuela Josefa y la tía Angelita. En marzo del ‘73 mi viejo tenía 49 pirulos, de modo que la madre estaría coqueteando con los 70. Cuestión que fue a votar. Cuando regresó, mi papá -votante del Frejuli como buen frondizista– le preguntó: “¿Y? ¿Votaste a Manrique nomás?”.
Josefa estaba un poco nerviosa. “No sé. Yo entré al cuarto oscuro y había tantas boletas… Y no encontraba la de Manrique. No había caso. Me empecé a poner nerviosa porque estaba tardando mucho y dije ‘bueno, pongo cualquiera’, y puse esta…”, relató, mientras sacaba de la cartera una boleta igual a la que había puesto en el sobre y en la urna: era la de Chamizo, el candidato de Nueva Fuerza. Creo que la risa de mi viejo se escuchó hasta en el puerto, que quedaba a pocas cuadras de la casa. “¡Qué bronca me dio!”, exclamó Josefa. “Y bueno mamá… Chamizo va a sacar tres votos: el de él, el de la esposa y el tuyo”, remató mi viejo antes de que todos le entremos a los tradicionales ravioles caseros de Josefa.
Lo que nadie sabía en ese momento, se supo un tiempo después de la elección… En una entrevista que le realizaron en México, Jorge Luis Borges contó que votó por Nueva Fuerza, aunque aseguró que lo hizo “por pedido de su madre” y lamentó lo que llamó “un voto perdido” por la cantidad total que obtuvo el partido liberal: un 1,97 por ciento. El notable escritor, al igual que Josefa, votó a Chamizo y luego se arrepintió.
Nueva Fuerza no se presentó a la elección de septiembre del ‘73, donde ya jugó Perón. Y el partido se disolvió sin pena ni gloria en 1975. En su única performance sacó 235.188 votos, que sin el de Jorge Luis y el de Josefa Saturnina hubiesen sido apenas 235.186… ¡Quién te quita lo bailado, Abuela!