“Una nación, en el concepto moderno, no puede apoyarse exclusivamente en la ganadería y en la agricultura, cuyos productos no dependen sólo de la actividad o de la habilidad del hombre, sino, y en gran parte, de la acción caprichosa de la naturaleza. No existe hoy, ni puede haber gran nación, si no es una nación industrial”.
El concepto, claro como el agua clara, formó parte de una intervención del diputado nacional Carlos Pellegrini en la Cámara Baja del Congreso de la Nación, el 14 de septiembre de 1875. ¿Era un vidente? En absoluto. Era un visionario que, desde hacía años, venía bregando para que las familias de la oligarquía terrateniente argentina dejasen de descansar sobre las pornográficas ganancias que les aseguraban sus latifundios y se pusiesen a trabajar en la industrialización del país. Jamás lo escucharon. Por ello es que Argentina no fue el Estados Unidos del sur.
Era más fácil, mucho más fácil, vivir en la opulencia, viajando desde Argentina a Europa y viceversa, imitando el bon vivant de los nobles del viejo continente. Con una diferencia abismal: los ricos europeos -a excepción de España y Portugal- desarrollaron sus naciones. Los ricos nativos, no.
Pellegrini, cuando aún faltaban 25 años para que tocara a su fin el siglo XIX, advertía en el Congreso sobre la precariedad del modelo agroexportador que llevó a nombrar a la Argentina, ostentosamente, “el granero del mundo”. Señaló que los productos de la agroganadería dependen de “la acción caprichosa de la naturaleza”, como por ejemplo una sequía (ergo: 148 años después estamos casi en el mismo sitio). En otras intervenciones y escritos, Pellegrini añadió a ese factor que ningún gobierno local podía dominar el devenir de la economía mundial. Y podría haber dicho: una gran guerra.

En fin, que el modelo agroexportador era pan para hoy y hambre para mañana. Llevó al país -en realidad, sólo a su clase dominante- a la ilusión de una bonanza eterna, de una Argentina potencia, cuando en rigor bastaba una gran crisis económica, como la de 1890 primero y la de 1929 después, o una gran guerra, como la Primera Guerra Mundial que se desató en 1914 en aquella Europa que fascinaba a nuestra burguesía parasitaria, para que todo se derrumbase como un castillo de naipes.
Lo cierto es que desde el siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX, las familias patricias argentinas se dedicaron a vivir como reyes a costa de un 90 por ciento de la población pobre que proveía mano de obra barata, y en todo ese tiempo alumbraron proyectos arquitectónicos totalmente desfasados de la realidad. Uno de ellos fue el Club Hotel de la Ventana, en Sierra de la Ventana (Tornquist), el primer complejo hotelero de Sudamérica y, por supuesto, el más lujoso.

Se inauguró el 11 de noviembre de 1911 con una gala digna del Palacio de Versalles para 1.500 invitados de aquí y del viejo continente, y tuvo que cerrar sus puertas el 14 de marzo de 1920. De esos casi nueve años de vida, gozó del esplendor pensado por sus fundadores durante apenas 5 ó 6 años.
A tal punto llegaban los delirios de grandeza de las familias aristocráticas terratenientes que ni siquiera aprendían de experiencias similares: A menos de 500 kilómetros de distancia, en Mar del Sud, cerca de Miramar, el majestuoso Hotel Boulevard Atlántico había sido inaugurado a todo lujo en 1890; en 1904 fue rematado (ver nota Boulevard Atlántico, crónicas de un hotel maldito).

De centro de salud a hotel de lujo en medio de la nada
¿Cómo nació en torno al año 1900 la idea de un complejo hotelero con más de 150 habitaciones donde brillaban el mármol de carrara y la grifería de oro y plata, un casino 7×24 (único en su tipo en América Latina), capacidad para 1.500 personas en su majestuoso salón comedor y alrededor de 1.000 empleados en un paraje inhóspito al que apenas se podía llegar desde la ciudad de Tornquist en carruajes tirados por caballos, previo “viaje eterno” hasta esa localidad bonaerense?
Dicen que el médico Félix Muñoz, especialista en vías respiratorias, visualizó al lugar como ideal para el tratamiento y la cura de sus pacientes, por lo que le propuso a su amigo Manuel Láinez, propietario de 3.000 hectáreas en una zona totalmente agreste (donde hoy se halla la hermosa comarca de Villa Ventana), construir un centro de salud.
club hotel de la ventana

Fue entonces cuando habría entrado en acción Ernesto Tornquist, el terrateniente que en 1883 fundó el primer poblado donde hoy se extiende la ciudad que lleva su nombre, para convencer a Láinez de abandonar la idea del centro de salud por la de un gran hotel de lujo, exclusivo para las familias más acaudaladas de aquí y del extranjero. En esa empresa contó con la inestimable ayuda del británico Samuel Hale Pearson, el representante del poderoso Ferrocarril del Sud, de capitales ingleses. Cuestión que le compraron las tierras a Láinez, y en 1904 ya estaba trabajando el primer grupo de albañiles para darle forma a un nuevo sueño de grandeza de la oligarquía nativa.
Capitales ingleses, el arquitecto francés Gastón Luis Mallet y el suizo-francés Jaques Dunant y el constructor italiano Antonio Gherardi formaron el equipo que materializó el Club Hotel de la Ventana.
De estilo Belle Epoque, el majestuoso complejo, según nos cuenta el colega Juan Carlos Mannarino, tenía “cancha de deportes, teatro, cine, biblioteca, salón comedor para 1.500 personas, más de 150 habitaciones, grifería en oro y plata, casino con sala de juegos, pileta de natación, campo de golf de 18 hoyos y un enorme parque diseñado por Carlos Thays, frigorífico, tambo, huerta, cisterna, capilla y energía eléctrica propia. La suntuosidad se completaba con alfombras de Persia, vajilla de Limoges, una escalinata central en blanco mármol de Carrara y hasta una playa de canto rodado a la vera del arroyo”. Las fotos de la época llevan naturalmente a trazar paralelismos con las del Titanic de la película de James Cameron. De hecho, hablamos de la misma época.
Para la inauguración, que contó, como dijimos, con 1.500 selectos invitados, llegó Julio Argentino Roca montado en un caballo. Todo cerraba: el conquistador del “desierto”, un desierto muy particular habitado por pueblos originarios, era el prócer de aquellos terratenientes que sin el más mínimo esfuerzo se habían hecho propietarios de cientos de miles de hectáreas. Los títulos de propiedad de las tierras corrían por cuenta de la casa de remates Adolfo Bullrich y Cía., de Adolfo Jorge Bullrich -el tío bisabuelo de la actual ministra de Seguridad de la Nación-, que funcionaba donde hoy se encuentra el Patio Bullrich.

Para evitar el trajinar en carruajes desde la ciudad, en 1914 la compañía británica Ferrocarril del Sud inauguró un tren de trocha angosta que llegaba hasta la puerta del complejo hotelero. En definitiva, “todo quedaba en casa”.
Es muy recordada la gala del 9 de julio de 1916, cuando para festejar el centenario de la independencia nacional hubo casi 5 mil invitados, entre los que destacaron la Infanta Isabel de Borbón -muy afecta a los festejos aristocráticos en nuestro país, ya que participó de los del Centenario en Buenos Aires-, el príncipe Eduardo de Gales, el presidente de Brasil, Venceslau Brás Pereira Gomes, “y una incontable cantidad de políticos y personalidades de la alta sociedad argentina”, aseguró en un artículo el editor ejecutivo de Perfil.com, Carlos Piro.
El Club Hotel Ventana, en sus pocos años de esplendor, funcionó como una suerte de Lago Escondido de principios del siglo XX, donde los ricos y poderosos de acá y de afuera celebraban grandes negocios; hacían y deshacían a su antojo entre copas y juegos de casino.

Pero el granero del mundo, como predijo Carlos Pellegrini en 1875, se topó con “un factor externo” de esos que ningún gobierno ni clase dominante puede manejar por más poderosa que sea o se crea: la tremenda crisis económica que sobrevino tras la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Los negocios entre los ricos argentinos y de Europa se terminaron, al igual que los viajes de placer. Además, el presidente radical Hipólito Yrigoyen prohibió en todo el territorio nacional los juegos de azar. Fue el principio del fin. El lujoso hotel cerró en 1920.
En lugar de millonarios, soldados nazis
Hacia 1937 se remataron las tierras. Dos años más tarde, luego de la batalla del Río de la Plata en la cual tres navíos ingleses cazaron al acorazado alemán Graf Spee, 300 soldados nazis fueron enviados al ya semiderruido edificio que hizo las veces de centro de rehabilitación, muy lejos de su objetivo inicial. Lo cierto es que los soldados, mientras vivieron allí, muchos de ellos hasta 1950, se dedicaron a refaccionarlo.

Nunca se le dio otros usos, más allá de varios intentos. Y en 1983 sufrió un incendio intencional que lo redujo a ruinas. Declarado por la Municipalidad de Tornquist “monumento histórico” en 1999, las ruinas del hotel hoy son la principal atracción turística de la localidad de Villa Ventana.
club hotel de la ventana
