Y Donald Trump, a sabiendas jugó siempre al límite, y no le fue mal.
Resultó el candidato presidencial más votado en la historia de Estados Unidos, sólo superado por Joe Biden, precisamente el rival que lo desaloja de la Casa Blanca, un riesgo que el actual mandatario se dispuso a enfrentar con la idea sino de torcer la voluntad expresada en las urnas, al menos posicionarse para las presidenciales del 2024.
Pero todos los juegos tienen sus reglas, y el propio Trump dijo que su límite para seguir impugnando el resultado electoral era la definición del Colegio Electoral, una promesa que no cumplió.
Y todo quedó aún más al descubierto cuando el martes, los demócratas lograron quedarse con los últimos dos asientos en pugna en la Cámara alta en Georgia y con el control del Senado, luego que Raphael Warnock y Jon Ossoff derrotaron respectivamente a los republicanos Kelly Loeffler y David Perdue.
La toma del Congreso con la finalidad de que no se certificara el triunfo de Biden tiene todas las apariencias de ser su Waterloo político, sobre todo luego de que acusó a su vicepresidente Mike Pence de “no tener el coraje para hacer lo que debía hacerse para proteger a nuestro país y nuestra Constitución, dando a los estados la posibilidad de certificar datos correctos y no los inexactos y fraudulentos que certificaron antes”.
Y mientras esto escribía en su cuenta de Twitter, Pence debía ser evacuado para ponerlo a salvo de los partidarios del Presidente que ingresaban por la fuerza en el Capitolio.
Por fin, ante lo irreversible de la situación Trump aceptó que su mandato llegó a su fin y prometió una “transición ordenada”, después de que el Congreso ratificara la victoria electoral de Biden y en medio de una ofensiva por promover un juicio político a poco más de una semana de dejar el cargo.
“Aunque estoy totalmente en desacuerdo con el resultado de las elecciones, y los hechos me respaldan, habrá una transición ordenada el 20 de enero”, dijo y calificó a su gestión como «el mejor primer gobierno de la historia estadounidense».
Claro que el intransigente mensaje del hasta ahora presidente de Estados Unidos provocó cuatro muertes, entre ellos una mujer en pleno Capitolio y otros tres en los disturbios provocados en las inmediaciones, además de 52 detenidos, lo que es motivo de una investigación del fiscal federal de Washington DC, Michael Sherwin, quien podría acusar a Trump por el discurso en el que arengó a sus simpatizantes a “pelear endemoniadamente”, minutos antes de que se produjeran los disturbios en el Capitolio.
Lo dicho, cada juego tiene sus propias reglas y lo que parecía una jugada inteligente de cara a convertirse, en el rival opositor ineludible para las próximas elecciones puede significar el fin de la carrera política del magnate en bienes raíces convertido en un político que representó a los opositores al sistema institucional estadounidense.
De allí el apoyo casi reverencial de sus partidarios y su tendencia a jugar al límite que lo caracterizó tanto en el mundo de los negocios como en la política.
Claro que esta vez el sistema que se puso en juego es la propia institucionalidad de la democracia estadounidense, el valor que durante décadas intentó exportar como faro inspirador para el mundo. Un ejemplo que ahora quedó dañado y hasta ridiculizado por los rivales externos a los que se cuestionaba siempre precisamente por la fragilidad de su estado de derecho.
Trump puso en juego mucho más que su futuro político. Y a Estados Unidos le costará mucho olvidar estos últimos cuatro años.