Me llamó la atención, hace varios meses, una actualización de un meteorólogo que sigo en Twitter. Era época de cuarentena estricta y el tiempo para leerlo -todo- estaba al alcance de la mano en un teclado: “Oimiakón es, oficialmente, el pueblo más frío de la tierra”, rezaba una actualización del tal Picazo (@picazomario).
¿Permafrost? “Hielo permanente”, nos responde Wikipedia, no sin cierta obviedad. Menos de mil habitantes viven en este lugar de suelo congelado y días de sol de hasta 28 horas, según la estación del año, donde los termómetros han registrado, alguna vez, el récord de alcanzar los -71,2 grados. Fue en 1926.
No es, sin embargo, la temperatura más fría registrada a lo largo de la historia en el planeta que todavía respiramos. Hubo otra marca menor en la Antártida, en una base de nombre Vostok, en 1983, cuando el medidor clavó en los -89,2ºC. Pero hablamos, acá, de lugares habitados de forma regular durante todo el año y, en eso, Oimiakón continúa en la vanguardia de la fría estadística…
Un pueblo donde no hay agua corriente por la sencilla cuestión de que todo sería en vano: las cañerías se congelarían y el agua potable jamás llegaría a destino. El agua se consume del legendario río Indiguirka, que atraviesa el pueblo, un largo cauce de casi dos mil kilómetros que rompe el oriente siberiano de norte a sur. ¿Qué hacen los habitantes de ahí? Sacan el agua de los congelados bloques de hielo y los derriten para su consumo. Por las cañerías sólo surcan aguas calientes, que provienen de las calderas que cada casa tiene instalada de forma obligada.
La dieta es, mayormente, a base de carnes (pescado, sobre todo). Las frutas y las verduras son consumibles pero tienen la restricción interna de su altísimo costo, por la distancia de Oimiakón hacia los centros de distribución más próximos. Hay que manejar más de quince horas por una autopista invadida por la nieve para poder acceder al pueblo. Una aventura que es una quimera por la llamada autopista de Kolymá.
La ruta de los huesos
La ruta M56 de Kolymá, antes conocida por los rusos como la Kolymá Highway, tiene su sobrenombre más conocido y legendario rumbo hacia Oimiakón: «La ruta de los huesos».
Pensada y ampliada por el gobierno ruso en la década del ’30 para abrir fronteras «civilizatorias» hacia el oriente, la trocha carga con la leyenda de la muerte: se dice que cada metro de ampliación costó la ida del mundo terrenal de un obrero, que eran enterrados debajo de los cimientos de la propia ruta. Obreros que fueron tomados, en su mayor extensión, de los gulags soviéticos, esos «correccionales» rusos como campos de concentración donde iban a sobrevivir presos «comunes» y opositores políticos al llamado Estado Socialista. De allí su infausto apodo.
La misma ruta que supo recorrer el legendario Ewan McGregor (sí, el jovencito rapado protagonista de la célebre Trainspotting) en su serie de documentales iniciados en 2004: «Long Way Round» y que, en 2019, tuvo su continuación con «Long Way Up» uniendo todo el continente americano, desde el sur profundo de Argentina en Tierra del Fuego hasta Alaska.