Por Alejandro Salamone (director de 90 Líneas).- La fiesta deportiva ya había comenzado. Con una previa a la que siempre nos tiene acostumbrados Gimnasia, el árbitro dio el pitazo y el partido empezó. Hasta el minuto 9 todo normal, el juego era intenso y desde la tribuna de 60 -que da a la facultad de Medicina- miles y miles de familias con chicos, mujeres y padres, lo vivían intensamente. como tenía que ser porque enfrente estaba Boca y ambos equipos aún tienen chances de campeonato. Pero…lamentablemente…
Una nube de humo, no muy grande, comenzó a verse en la platea H y a los pocos segundos los integrantes de ambos bancos de suplentes, jugadores y cuerpo técnico salieron despedidos aún con la pelota en juego. Me di cuenta entonces que algo estaba muy mal, primero creí que se había descompensado alguien o que algún plateísta había tenido un problema de salud como a veces sucede en la cancha. Pero no. Bastaron unos minutos para que esa nube de humo se dispersara por todo el estadio y llegara a la tribuna de 60. Enseguida me di cuenta que eran gases lacrimógenos por el efecto inmediato que produce al respirar (fuerte ardor de garganta y de ojos) y me vinieron a la mente las peores épocas de nuestro país y el recuerdo de la nefasta colimba donde, los militares, allá por el año 1991 cuando estuve en el Regimiento 7, nos enseñaban cómo actuar ante la presencia de estos gases: «No hay que tomar agua», nos decían, «ni refregarse los ojos»…pero cómo hacía yo para en el medio de la desesperación hacerles llegar y entender a miles y miles de personas lo que era mejor en estos casos.
Entonces, como muchísima gente nunca había vivido algo así, cuando el gas lacrimógeno llegó al lugar, creyeron, literalmente, que era el principio del fin de sus vidas.
Lo primero que me pregunté en medio del caos fue: ¿Quién pudo haber sido el energúmeno que arrojó la bomba de gas lacrimógeno dentro de la cancha, quién pudo haber sido tan hijo de puta, bestia e irracional? ¿acaso tuvo alguna intención de matar gente?…sí de matar, porque si no hubo una tragedia mayor fue porque en el medio de la desesperación, guiados quizás por la mano de Dios (10) o no sé por quién, los hinchas se quedaron mansos arriba de la tribuna y no salieron corriendo hacia las salidas cuyas puertas estaban cerradas y la policía no paraba de reprimir.
La presencia del gas fue de más de 20 minutos que parecieron decenas de horas, y durante todo ese tiempo, los ruidos de los tiros y las bombas fuera del estadio no paraban de sonar. Entramos a una fiesta deportiva y estábamos viviendo una guerra.
Las escenas eran realmente dantescas y desesperantes: mujeres tosiendo y llorando no sólo por los efectos del gas sino porque al lado de ellas estaban sus hijos también llorando y gritando, los hombres más maduros tratando de poner algo de tranquilidad a una situación que ya nos había tocado vivir en estadios de fútbol, mayormente durante la época de la dictadura militar. Algunos bajaban desesperados, pero no encontraban lugar dónde dar una buena bocanada de aire fresco. Y, créanme, los efectos de este gas que arrojaron, luego del primero en mayor cantidad, eran mucho más nocivos que los que me tocó aspirar en otras situaciones.
Un señor de unos 70 años se ahogó y lo ventilábamos, pero eso era peor porque le mandábamos más gas al rostro que, a esa altura, ya había invadido todo, incluyendo el campo de juego. Y algo jugó en contra, seguramente estudiado por el hijo de puta que tiró la bomba, no había «ni una gota» de viento…entonces la nube no se disipaba.
Pasaron 20 minutos y noté, efectivamente -sé que el efecto del gas lacrimógeno dura unos 10 minutos porque luego se disipa y pierde poder, aunque vuelvo a repetir que no había siquiera una brisa- que el drama comenzó a calmarse, aunque nadie se animaba a salir de la cancha porque afuera parecía la guerra de Ucrania, Fue entonces que la gente comenzó a invadir el campo de juego.
LOS CULPABLES
¿Se vendieron entradas de más? La Justicia deberá investigar esta cuestión, aunque, puedo asegurar con conocimiento de causa que Gimnasia ha jugado recientemente partidos con la misma cantidad de público (ejemplo contra Tigre o el clásico del 4 a 4 con Estudiantes) y nada de esto ha sucedido.
Y como Argentina es un país que nos enseñó a dudar de todo y que las cosas no son tan simples como parecen, empiezan entonces las conjeturas lógicas de un ciudadano que ya tiene las pelotas llenas de no tener nunca las cosas en claro: ¿habrán hecho todo esto por una interna policial, como por ahí dicen? ¿será que nos quieren llevar a jugar al Estadio Maradona? ¿el Club quiso sacar más dinero aprovechando la situación? Todas preguntas sin respuestas. Lo que sí tiene respuesta es que un energúmeno arrojó gas lacrimógeno al público que miraba tranquilo un partido.
Cuando ya nos retirábamos del estadio, caminando por las calles internas del bosque, y mi celular empezó a tener señal, decenas de mensajes de Whatsapp de familiares y amigos empezaron a caer preguntando sobre nuestra integridad física. Todos ya sabían que por consecuencia del asesino que arrojó el gas dentro de la cancha, un espectador había perdido la vida y que había varios heridos y muchos chicos perdidos. En medio de todos los mensajes había uno que era una gacetilla de la Municipalidad y que se titulaba: «Pusimos todas las ambulancias y equipos de emergencia a disposición», me pareció una cargada, como dice el lenguaje popular se me salió cadena…y mandé algunos mensajes al grupo de periodistas por los que pido disculpas del exabrupto. Era lo menos que podían hacer, mandar las ambulancias ¿o no?
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El comportamiento y el padecimiento del público arriba de las tribunas fue lo que evito otra «Puerta 12», pero el hecho de haberse perdido una vida en una cancha de fútbol por el lanzamiento a la multitud de gases lacrimógenos es para que los culpables (policías que saben lo que puede suceder arrojando estas bombas en medio de miles de personas apretadas) paguen por lo que hicieron.
No hay mucho que pensar o investigar. ¿quien tiró la bomba?, ese debe pagar por su acto de mente asesina. ¿Hubo sobreventa de entradas? En la tribuna de 60 estábamos completos, pero, créanme, algunos espectadores más podían ingresar…y en el acceso a esta tribuna hubo represión porque justamente no dejaban ingresar a gente con sus entradas que llegaban sobre la hora. Hubo partidos que la cancha estaba más «explotada», como dicen ahora los pibes.
Basta de esta locura, en cada paso que daba, en cada rinconcito del estadio del Bosque, escuchaba esta frase: «No voy nunca más a una cancha»…cuando debería ser: «Esta policía que nunca más venga a una cancha…»
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