Acaso la muerte está escrita, eso no lo sabemos. Pero si así fuera podríamos cruzar las calles sin atender al tránsito, atravesar las vías sin mirar si viene un tren, incluso arrojarnos desde un edificio. Pero no lo hacemos. Porque la muerte tiene la certeza que ninguna persona puede obtener. Aunque estoy convencido que en Argentina la vida está absolutamente depreciada, del mismo modo que la igualdad, que tanto pregona el gobierno, es apenas una palabra que ellos mismos no propagan. Decir, pero no hacer.
Hace unos días unos podía oír en la plaza Azcuénaga de La Plata la voz de un joven que se acompañaba con su guitarra. Allí en medio de la feria bella que se abre entre tilos y jacarandás. Cantaba hermoso igual que lo era su andar. Un símbolo de las personas sanas, nobles. Tenía una bicicleta, su guitarra, su vida, su estrella.
Sin embargo, horas después del último miércoles murió luego de haber sido baleado en la cabeza por dos asesinos que circulaban en una moto. Se los llama «motochoros» y hace años tiene la libertad de robar y además, tener la potestad de la pena de muerte, lo hacen sin juicios, así como en un tiempo en esta misma ciudad lo hacían algunas y algunos integrantes de las fuerzas armadas y también quienes pertenecían a grupos de guerrilleros. Todas son historias que nos atraviesan, distintas, pero la carga de la muerte es la misma.
El músico Santiago Stirtz fue asaltado cuando circulaba en su bicicleta por la ciudad. Lo balearon y permaneció internado en el Hospital San Martín donde fue intervenido quirúrgicamente. Pero no alcanzaron los esfuerzos médicos porque finalmente murió debido a las heridas sufridas. La muerte que trabaja desde hace años en el Estado, hizo su trabajo de manera impecable. Se llevó la vida de un inocente y pareciera que eso hubiera sido todo. Nada dejó de acontecer.
Me pregunto si a los funcionarios del Gobierno no les da vergüenza recorrer nuestro país y ver que todas las casas deben tener rejas, alambradas, alarmas. Que las personas deban preocuparse al momento de salir de sus hogares y también al regresar. Que la vida y la muerte este supeditada a una lotería diaria en la que todas las personas tienen números asignados. No es una sensación, es una realidad.
¿Dónde está la igualdad? ¿Dónde está la capacidad de ofrecer soluciones a este flagelo? ¿A quién se lo podemos consultar? ¿A la justicia? La justicia cuyos jueces ganan fortunas y son parte de la clase acomodada de este país, que ni siquiera pagan impuestos y no les da vergüenza no hacerlo. ¿Pregunto a los políticos? Los políticos que en su mayoría tienen sueldos superiores a los 150.000 pesos y llegan en casos a los 450.000, que además poseen fueros, custodias y viven protegidos en barrios cuidados. La desigualdad está enfrente de los ojos de todas y todos. ¿Acaso no se ve?
Pregunten ¿quién era Santiago? Una persona sana que hacía música, ni siquiera fumaba. Cuando alguien dice “buena gente” se refiere a ese tipo de personas. Un ciudadano argentino. Un alma noble que lo merecía todo y se quedó sin nada. A la vez sus padres lo perdieron todo igual que los afectos. La muerte hizo su trabajo de la mano del Estado.
Morir todos los días es la condena diaria de las y los ciudadanos comunes, estar con el corazón en la boca porque no se sabe a quién le ha de tocar el sorteo. Implementar seguridad con rejas, alarmas, cámaras, redes vecinales, toda la creatividad para tratar de salvarse de un flagelo. Transformarse en una estadística mientras todo sigue igual. Cuando el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández acompañan al gobernador Axel Kicillof en un acto de balance de gestión, en el Estadio Único de La Plata. Allí no estará contemplada la muerte de Santiago ni tampoco los números del sorteo de la muerte por venir. Se hablará de otras cosas. Mientras tanto la parca cobra su aguinaldo, anda con custodia, tiene fueros y no paga los impuestos.