De la Redacción de 90 Líneas.-
¿Es válido el concepto de meritocracia? Suponemos que sí («suponemos» porque creemos que debe ser válido en alguna sociedad igualitaria, que no conocemos de primera mano). Por ejemplo, en la comunidad de Finlandia, donde el 99,99% de los niños y niñas reciben exactamente la misma educación desde el kindergarten (jardín de infantes…pero queríamos ser un poco tilingos).
¿Y por qué no aquí, si tantos dirigentes políticos luego votados por amplios sectores de la sociedad y periodistas de renombre que hasta ganan premios Martín Fierro dicen que sí? Porque…no tienen en cuenta el contexto socioeconómico y cultural (casi se nos escapa “porque mienten”, nada de eso).
Primero definamos el concepto a la luz de estos tiempos, pues la definición clásica de la Real Academia Española (RAE) dice: “Sistema de gobierno en que los puestos de responsabilidad se adjudican en función de los méritos personales”. Algo tan anacrónico como el voto calificado, tanto aquí como en Alemania o Bangladesh.
“El concepto de meritocracia que se usa en la actualidad está ligado a la idea de que todos los individuos pueden alcanzar una movilidad social ascendente si se lo proponen (sin más). Es decir, se asume que las personas pueden incrementar sus ingresos y ascender en la escala social a través de su talento y esfuerzo” (Nexos, 28 de enero de 2021).
Bien, apliquemos esa teoría a una sociedad con un 40,6% de pobreza, un 10,7% de indigencia, y un 54,3% de pobreza infantil (la sociedad argentina actual).
Imaginemos, entonces, esta situación: ponemos en la línea de largada de la carrera de la vida a todos los niños y niñas argentinos de entre 6 y 8 años -un ejemplo-.
Según los datos oficiales, 5,5 de cada 10 son pobres (tienen familias desestructuradas, representan vaya a saber qué generación familiar de futuro incierto o más bien con un futuro casi seguro de pobreza, viven en villas o asentamientos sin servicios básicos, van a la escuela pública del barrio más para comer que para estudiar, pasan muchas horas al día solos pues sus adultos responsables deben salir a trabajar de sol a sol para llevar comida a la casa, y un eterno etcétera).
Aunque los datos oficiales gruesos no lo dicen, aproximadamente 3 de cada 10 niños argentinos provienen de hogares de clase media tradicional (tienen una familia estructurada, comen bien cuatro veces al día, cuentan con acceso a internet 7×24, cuentan con acompañamiento de los padres y/o hermanos mayores para estudiar, hacen deporte, van al cine y de vacaciones cada verano, etc.).
Y 1,5 de cada 10 están en otro planeta. Lisa y llanamente. Van a colegios bilingües o trilingües de jornada completa, viven en barrios exclusivos y/o cerrados, viajan a Europa o a EEUU una vez al año, y, como dijo el ex periodista Mariano Grondona al describir su 17 de octubre desde el balcón de su casa en la capital federal, no saben que del Riachuelo “para allá” la Argentina continúa, aunque poblada de “marcianos”.
Ahora, todos en sus marcas, preparados, listos, ¡ya! ¿Quién o quiénes llegarán más alto en la vida?
Hay un video que algunos titularon “la carrera del privilegio”. Fue y es muy visto en YouTube. Ha sido y es utilizado por comunidades religiosas, por partidos políticos (no precisamente de derecha) para sus campañas electorales en ciertos países, y por más colectivos. Es una explicación tan gráfica de lo que hemos descripto que vale la pena repasarlo, una y otra vez (los subtítulos tienen una falta grosera de ortografía, pero no nos pondremos quisquillosos ahora). Veamos.
Así las cosas, ¿por qué se insiste en hablar de meritocracia cuando todos saben que, si funciona, solamente lo hace en comunidades igualitarias?
Tenemos una respuesta. Que sin dudas muchos calificarán como “ideologizada”. Lo hacen porque aplicando una forma de ver la vida que requiere que todos cuenten exactamente con las mismas herramientas a la hora de partir desde la línea de largada sobre una sociedad violentamente desigual, se aseguran la estratificación social de por vida: mantener el statu quo (estado de cosas en un determinado momento, o sea, mantener el estado de cosas de este determinado momento).
En buen criollo. Promover la meritocracia en la Argentina actual es promover, lisa y llanamente, la institucionalización de un estado de desigualdad social insoportable. “Una sociedad con la mitad de su población bajo la línea de pobreza es una sociedad sin futuro, y si tiene futuro, es un futuro atroz” (Padre jesuita Rodrigo Zarazaga, Coloquio de IDEA 2016).
¿Y DE NEOLIBERALISMO CÓMO ANDAMOS?
La promoción de la meritocracia en una comunidad profundamente desigual va de la mano de la imposición de un sistema socioeconómico neoliberal, es decir, aquel donde el Estado se achica (fundamentalmente en educación y salud públicas; en su rol de promotor del desarrollo productivo que siempre impacta en los sectores de menos recursos mediante la creación de empleo y consumo; sobre todas las cosas en su rol de mediador entre empleadores y empleados en favor de los primeros; en su papel de árbitro de los desequilibrios económicos básicos -precios y salarios- que los debe fijar el señor Mercado, a quien nunca le vemos la cara, etc. etc. etc).
Un solo ejemplo. En 1974, Argentina tenía la “torta económica” repartida de la siguiente manera: 51% para la clase trabajadora y 49% para el sector empresario. Tras el golpe de 1976, se inició un furibundo proceso de redistribución de la riqueza que hacia 1983 revirtió aquella postal por completo. La clase trabajadora ahora se quedaba con el 22% de la riqueza generada y el sector del gran empresariado con el resto.
En septiembre de 2015, el entonces titular de la Unión Industrial Argentina (UIA), Héctor Méndez, dijo que “en 1974 la Argentina alcanzó su máximo nivel de industrialización y las menores tasas de desempleo y desigualdad”; el desempleo era del 2,7 por ciento, el mínimo histórico.
Se forjó, desde el 76, una sociedad fuertemente desigual. Hasta nuestros días. No obstante lo cual, los políticos, economistas y comunicadores de derecha insisten en aplicar recetas neoliberales. ¿Cuándo? ¡Hoy! (basta escuchar al compañero de fórmula de Vidal en la CABA, el ultraliberal platense Martín Tetaz, o al libertario Ricardo López Murphy, ministro de Economía de Fernando de la Rúa durante 15 días en los cuales quiso achicar el Estado y arancelar las universidades públicas en un contexto de crisis tal que terminó como ya sabemos en diciembre de 2001; sin olvidar a Domingo Felipe Cavallo, actualmente invitado estrella en programas de TV, a Patricia Bullrich-ejecutora del ajuste sobre jubilados, ni a Carlos Melconian, que horas antes del estallido de 2001 dijo en TV que el sistema bancario argentino sería copiado en el mundo).
Para terminar -pues esto no pretende ni mucho menos ser un riguroso análisis sobre cosas que la mayoría hemos vivido, sino una invitación a reflexionar y debatir con nuestras sanas diferencias a cuestas-, decir que si sobre una sociedad tan desigual como la argentina de hoy se lanza un plan de ajuste neoliberal como pide a gritos la derecha, poco y nada quedará de este país. ¿Por qué? Porque, otra vez, volvemos al voluntarismo de que “el que quiere puede”. Algo tan falso como la vaca violeta de Milka.
Cuando la Meca de los liberales, es decir, EEUU, hizo crack en 1929, necesitó muchos años de keynesianismo de la mano del presidente Teodoro Roosevelt (teoría que fomenta la intervención del Estado como promotor del desarrollo económico) para poder salir del quinto subsuelo del infierno.
Luego, en los 80, cayó el ultraliberalismo con el actor malogrado Ronald Reagan. Experiencia que terminó con otro crack, el de 2008, del cual EEUU aún no se recuperó y, dicen que dicen algunos, del cual no se recuperará. La Gran Apuesta y Nomadland son dos películas imprescindibles para comprender quiénes pagaron el pato del neoliberalismo en la Meca del neoliberalismo: trabajadores que ya no tienen trabajo y propietarios de clase media que ya no tienen vivienda propia.
Dice en Nomadland Bob Wells, un nómada real que a sus muchos años vive en las rutas a bordo de una casa rodante, como millones de estadounidenses que lo perdieron todo merced a la timba que estalló en 2008: “Las ayudas del gobierno (de Joe Biden) están manteniendo a las personas a flote, pero los cimientos están muy mal, hay grietas (…) En 2008, cuando se produjo la recesión global, los cimientos se resquebrajaron, y desde entonces los ricos se han enriquecido y los pobres nos hemos empobrecido; y esto será peor ahora (…) En 5 o 10 años, a no ser que cambiemos nuestra forma de ser o el rumbo, las cosas van a estar muy mal. Los ricos van a ser incomprensiblemente ricos y los pobres serán increíblemente pobres” (BBC News, 4 de abril de 2021).
¿Se imaginan lanzar un plan neoliberal sobre la violentamente desigual Argentina actual? Quizás la mejor metáfora la encontremos en Titanic, cuando Rose Dawson describe el final de la historia: “1.500 personas quedaron en el mar, se congelaron esperando ayuda y murieron (en su inmensa mayoría, claro está, las de tercera clase). Había 20 botes cerca, sólo volvió uno, y salvó a 6 personas. Los 700 que se habían logrado subir a los botes (en su inmensa mayoría, por supuesto, de primera clase) esperaron a vivir, a morir, o por una absolución que jamás les llegaría”. Así funciona el neoliberalismo o ultraliberalismo (que es lo mismo) en los países pobres.
https://youtu.be/SBBOsOGtVNQ