En la foto de abajo (1913) se puede ver la mascota de la Escuela de Aviación de El Palomar, su nombre era “El Chato” porque pasaba corriendo por debajo de las hélices de los aviones con singular audacia. Está montado en un vehículo muy particular, se trata de un Anasagasti argentino.
La historia de la fábrica Anasagasti tiene ganado un capítulo importante, no sólo en la historia de El Palomar, sino en el desarrollo de la industria automotriz argentina, una de las primeras desarrolladas comercialmente a nivel mundial.
El Anasagasti significó la puesta en marcha de una empresa enfocada al objetivo de lograr un auto nacional, un auto argentino. Lo curioso no termina ahí, basta indicar que el Anasagasti fue el primer auto fabricado en serie en la República Argentina, y además de esto, por una empresa también nacional. Tuvo una vida efímera, como muchas buenas ideas de la Argentina. Así, la primera fábrica nacional de autos “Horacio Anasagasti y Cía. Ingenieros Mecánicos” funcionó a partir de 1911, hasta la mitad de la primera guerra mundial (1916), cuando tuvo que cerrar por problemas económicos y ningún tipo de apoyo.
Los Anasagasti tuvieron una versatilidad que ubicada en aquélla época, nos habla de una apertura popular. Los registros dan cuenta de un trabajo a la par entre socios y empleados, sin distinciones. Sus empleados cobraban los sueldos más altos de la época, laboraban ocho horas máximas de jornada y gozaban de otros beneficios para la época.
Las 50 unidades fabricadas abarcaron mucho, tuvieron participación deportiva en América y Europa con resultados destacados para la bandera argentina, fueron utilizados como taxis de la Ciudad de Buenos Aires y también uso privado.
En el caso del vehículo de la foto de abajo, prestó servicio como vehículo de apoyo logístico en el campo de vuelo de El Palomar. En él se transportaba el personal de despegue y los materiales necesarios. Llegó a instalársele una toma de fuerza para hacer girar la hélice y encender el motor, y de esta manera, evitar los accidentes que sufría el personal de servicio por el arranque “a mano”.
Porqué este vehículo vino a parar aquí, a El Palomar, no es una casualidad. Tiene todo que ver con la historia de El Palomar como Ciudad, que nació gracias a la aviación. Antes de la aviación, en este paraje sólo había quintas, chacras y curtiembres, las estaciones de trenes disponibles eran la de Caseros y Hurlingham, El Palomar como proyecto de ciudad aún no existía, sino hasta la instalación de la actividad aeronáutica.
Primero se instaló la Compañía Aérea Argentina provocando la necesaria construcción de la estación de trenes muy cerca, luego el Aero Club Argentino, y al poco tiempo, la escuela de aviación militar que duró hasta 1937, cuando se trasladó a Córdoba.
La historia documental cuenta que Horacio Anasagasti era miembro fundador (1908) del Aero Club Argentino. Allí trajinaba el desarrollo del país junto a una variedad de nombres que van desde Alfredo L. Palacios hasta Jorge Newbery. A ellos y a la Compañía Aérea Argentina, el Estado argentino les encomendó la tarea de desarrollar la aviación en El Palomar inclusive, para presentar ante la comunidad un país desarrollado, en vísperas de los FESTEJOS DEL CENTENARIO de 1910.
Así, el Ing. Horacio Anasagasti donó esta unidad un tiempo más tarde, ya instalada la Escuela de Aviación, donde además era docente de la materia “Construcción y manejo de motores”.
Suponemos que uno de sus objetivos fue darle difusión comercial a su vehículo de origen nacional, en un lugar donde las visitas internacionales eran cotidianas. También pudo ser su intención, darle una herramienta estratégica para la tarea de pista a una escuela pública estatal, demorada por la burocracia e inmersa en un mundo que mostraba cambios febriles, un mundo que no espera.
Pero sin dudas, la presencia de este vehículo en la escuela de aviación significó un contexto pedagógico que demostraba un país con capacidades de desarrollo soberano. Puso la impronta de la identidad nacional a la tarea heroica que debían desarrollar esos arriesgados pioneros, hombres y mujeres, “los locos del aire” como se los denostaba, aunque en su interior libre y audaz, portaban el pálpito de gozar del privilegio de los valientes.
Gracias a la tarea y legado de todos ellos, una vez más, la Argentina escribía su historia a la par de las novedades mundiales, era la patria en marcha.